19.12.07

gráficas, mapas, árboles


El título es el de un libro de Franco Moretti aparecido en el 2005 y en rústica este año que casi termina. El libro de Moretti planteó un considerable giro en la manera de acercarse a la historia de la literatura: en vez de atender a las obras concretas e individuales –las grandes obras de los grandes autores–, proceder mediante un trío de construcciones artificiales en los que, dice Moretti, “la realidad del texto es sometida a una reducción y abstracción deliberadas.” Se trata de una lectura “distante” en la que la distancia no se tiene por un obstáculo sino como una forma específica de conocimiento: menos elementos implican un sentido más agudo de su interconexión general. Steven Johnson –autor de Sistemas Emergentes (FCE) y que tuvo a Moretti como asesor en sus años de estudiante en Columbia– explica este cambio como un desplazamiento de un modelo simbólico a otro sistémico. En el primero el papel del crítico o del historiador es interpretar, descodificar el sentido oculto de las palabras y de las cosas. El segundo modelo asume en cambio que toda forma es el resultado de un juego de fuerzas o, mejor, como afirmó D’Arcy Thompson –a quien cita Moretti– en su clásico On Growth and Form, “la forma es un diagrama de fuerzas.” El trabajo del crítico o del historiador consiste, entonces –continúa Johnson–, en entender “los modos específicos como dichas fuerzas chocan.” Diagramar tales fuerzas y no descodificarlas.

Con las gráficas, por ejemplo, Moretti cuantifica la cantidad de novelas publicadas en distintos países y, sin distinguir entre grandes obras y literatura ahora ya olvidada, muestra el auge de dicha forma literaria y su rápido incremento en unas cuantas décadas y, luego, la sucesión en períodos similares de géneros que –a falta confesa de mejor explicación– atribuye a cambios generacionales. En arquitectura un método similar nos obligaría a cuantificar la cantidad de casas, departamentos, fábricas, hospitales o escuelas construidas en distintas épocas sin distinguir diferencias cualitativas hipotéticas o canónicas. En la ciudad de México, por ejemplo, una gráfica podría mostrarnos un incremento notable en la construcción de casas unifamiliares entre los años 30 y 50 del siglo pasado –juntas en una misma curva ascendente las casas de autor del Pedregal, el seudo-barroco pretencioso de Polanco o el modernismo vernáculo de la Condesa. Este tipo de gráficas, aclara Moretti, no explican nada: no son respuestas sino preguntas. Muestran en qué punto, en qué momento hay algo que sugiere el juego de fuerzas que habrá que rastrear: volviendo a nuestro ejemplo, ¿qué empuja ese aumento en la construcción de casas: cierta estabilidad económica posrevolucionaria, cambios demográficos o sociales como sería cierta reestructuración de la familia en grupos más compactos o una mezcla de éstos y más factores?

La interpretación de las gráficas podría implicar un regreso al modelo simbólico del que habla Johnson. Para evitar dicho riesgo, Moretti emplea los mapas y los árboles. Sus mapas son cartografías del espacio interno de los relatos que analiza que muestran una geografía mitad real mitad ficticia. La arquitectura permite en cambio un mapeo más literal que literario. La localización precisa de las casas unifamiliares construidas en esas dos décadas y, más aún, su determinación de acuerdo a una clasificación básica pero estricta –ornamento contra ausencia o reducción del mismo, predominio del vidrio y la transparencia o de muros cerrados– confirmaría o, en su caso, negaría lo que líneas arriba no es más que un prejuicio: las diferencias entre el Pedregal, Polanco y la Condesa. Y mostraría además nuevos problemas: ¿por qué vías y de qué manera el seudo-barroco polanquense se traslada unos cuantos kilómetros al sur hacia la Narvarte?

Finalmente los árboles –dice Moretti– son diagramas morfológicos: analizan que las formas no sólo cambian sino que lo hacen divergiendo –en lo biológico– y, además, convergiendo –en lo cultural. Moretti traza el árbol evolutivo de la novela detectivesca al interior de la Strand Magazine, donde publicaba Conan Doyle, y al interior mismo de la producción de este autor, para explicar la consolidación del género a partir de la presencia explícita de claves descifrables por el lector. ¿Cómo sería la historia –una historia material, dice Moretti– que explicara la divergencia y la convergencia entre formas arquitectónicas en vez de la hagiografía del genio y del talento individual –contraparte del héroe político o militar– a que estamos acostumbrados?

13.12.07

notas de un fotógrafo


“El vacío no es para mi un espacio evacuado, un lugar de la ausencia. Es una condición de la mirada, un modo silencioso y lento de entender y de imaginar eso que tenemos enfrente.” Eso dice, en una conversación con Alberto Garuti publicada en el extraordinario número de L’Uomo de Vogue dedicado a la 52ª Bienal de Venecia, el fotógrafo Gabriele Basilico, quien, en Mondadori, publicó este año un pequeño libro no de fotos sino de textos: Arquitectura, ciudad, visiones: reflexiones sobre la fotografía. En una edición a cargo de Andrea Lissoni, se recogen notas, apuntes y conversaciones en las que Basilico habla de su formación, en los años 60, estudiando arquitectura en el Politécnico de Milán; sus inicios como fotógrafo, retratando fábricas de la periferia de esa misma ciudad; su encuentro con Beirut o su más reciente trabajo, Scattered City, el álbum imaginario –formado con imágenes de ciudades diversas– de la nueva ciudad única y global. De sus años de estudiante de arquitectura, destaca la figura de Aldo Rossi, en una época en que se daba “una radical puesta en discusión de la figura profesional del arquitecto que ya no podía representar ni afrontar las nuevas necesidades sociales y las nuevas mutaciones al inicio de un periodo de crisis.” Quizás fuese esta crisis de la representación lo que llevó a Basilico a, “increíblemente, tras obtener el diploma de arquitecto y pasar el consecuente examen de estado,” tomar la decisión de inscribirse al gremio de los artesanos como fotógrafo. Su primer libro “entera y libremente proyectado, fue un catálogo de imágenes de la periferia milanesa que presentaba una recomposición visual de un paisaje casi desapercibido:” Milano ritratti di fabriche. Ahí empieza a darse la transición y la formación de lo que podríamos llamar su estilo: contra la estética del instante decisivo de Cartier-Bresson y de los grandes reportajes de los fotógrafos de la agencia Mágnum, Basilico se embarca en una del retardo y la dilación, sacando a la luz y haciendo visible –tarea específica del arte, dice– lo que ya está siempre ahí. También surge entonces su interés por el paisaje –un nuevo paisaje resultado de la “cementificación del territorio” y de su “salvaje antropopización”– y por el espacio, por “un sentido del infinito como objeto, como espacio observado, que está fuera y más allá de la máquina fotogrfáfica.”
De vuelta al tema de la crisis de la representación de la ciudad en la arquitectura y el urbanismo, para el Basilico “fotografía y paisaje urbano comparten la misma matriz histórica y productiva: el urbanismo industrial.” No hay mejor forma de ver eso que normalmente, por usual, por mediocre, por banal, pasa desapercibido. Su manera de fotografiar –cámara de gran formato, trípode, tiempos largos de preparación y exposición– le ayudan a “ver con los ojos y no con la máquina.” La cámara lo “constriñe a un procedimiento lento y poco contemporáneo” que le permite tomar conciencia del espacio. Con esa conciencia Basilico apunta dos observaciones sobre la periferia urbana: primero, la indiferencia hacia esas zonas, que empieza a cambiar desde finales del siglo XX a partir del fenómeno de la llamada ciudad difusa; y, segundo, “la transformación del espacio urbano en puro espacio comercial y expositivo.” Con todo, el fotógrafo no se confía a la pura y simple imagen: “me empeño en la construcción de libros. Es ahí que se expresa mi búsqueda de ligas y relaciones, mi mirada y mi discurso sobre la ciudad.” En la narración está el verdadero poder de la imagen. Al final de su libro Basilico dice: “Me doy cuenta de haber puesto en marcha un dispositivo de visión que me lleva obsesivamente a repetir las mismas fotografías desde hace veinte años, con los mismos puntos de vista, las mismas distancias de observación, las mismas variaciones de luz. Pero pienso sinceramente que en mi labor hay un intento metodológico, obsesivo y repetitivo, que busca cierta ritualidad, como para servirse cada vez de un código de acceso personal.” Y cita, de nuevo, a Aldo Rossi en su Autobiografía científica: “Si debiera hablar hoy de arquitectura diría que es más un rito que una actividad creativa; porque conozco plenamente la amargura y el consuelo del rito” –pues, aunque “hay una diferencia fundamental entre el trabajo del fotógrafo y el del arquitecto,” la fotografía, “dentro de ciertos límites, consigue reordenar el caos que está frente a nuestros ojos, que es un aspecto común y repetitivo del paisaje urbano contemporáneo. Desde este punto de vista, pero sólo en términos metafóricos, se puede hablar de proyectación.”

12.12.07

en todos lados se cuecen habas


En su blog, Felix de Azúa escribe:

"Cerca de mi casa, en el cruce de Padua con Balmes, hace más de un año que la estación de los Ferrocarriles de la Generalitat está en obras. Es una estación pequeñita, una de las más pequeñas de la red, una ridiculez de estación, como de casa de muñecas. Y llevan un año. Paso muchos días por allí y nunca hay nadie trabajando. Si uno continúa Balmes abajo llega a una plaza medianeja, la de Molina, que va para tres años en obras. La han cambiado tantas veces que seguramente ya no saben acabarla. Y si tuerce uno a la izquierda para ir a la bella biblioteca de Josep Llinás, llega a una plaza, la de Lesseps, que acumula 20 años en obras. Acaso sean más, porque ya nadie recuerda cuándo comenzaron. He aquí tres menudencias que me regocijan todos los días y que dan una idea de la eficacia del Gobierno catalán en materia de obra pública.
Podría citar 80 casos más, pero es innecesario, no hay vecino de Barcelona que no tenga a dos pasos de su casa una obra en marcha cubierta de telarañas desde hace años. La inoperancia de nuestros responsables recuerda la de los cleptócratas napolitanos. El negocio familiar de un amigo partenopeo es una empresa que instala andamios, telones y carteles donde se lee: "Obra pública financiada con fondos de la UE". Es un decorado. Detrás no hay nada. La mayoría de las obras públicas del Gobierno catalán podrían utilizar los servicios de tan sagaz empresario. Uno llega a creer que la Generalitat y el ayuntamiento han contratado a un puñado de actores vestidos de obreros que van de una zanja a otra en días alternos."

En la ciudad de México también podemos encontrar gran variedad de estas obras públicas que, parafraseando a Adolf Loos , podríamos calificar como obras Potemkin. Las ciudades Potemkin eran aquellas escenográficas que el ministro Grigori Aleksandrovich Potemkin construía para engañar a la emperatriz Catalina II. "Construidas con cartón y yeso –escribía Loos en 1898– transformaban un desierto visual en un paisaje floreciente para los ojos de su Alteza Imperial." Esas cosas –continuaba Loos irónico– "seguramente sólo son posibles en Rusia." Las "obras Potemkin" son de distinta apariencia pero igual naturaleza: no presentan una falsa ciudad terminada sino la falsa idea de hay obra pública en marcha –lo que finalmente tendría como resultado, si fuesen dichas obras concluidas, ciudades Potemkin.

3.12.07

sao paulo sin anuncios

Fotografía de Tony de Marco, pubicada en flickr.com

El 31 de octubre Juan Freire publicó en adn.es "un comentario sobre el radical experimento que supone que la principal ciudad brasileña, la cuarta mundial y el que algunos proponen como modelo distópico de hiperciudad del siglo XXI prohiba todo tipo de publicidad en sus espacios públicos."
Freire explica que "Gilberto Kassab, el alcalde de la mayor ciudad brasileña, Sao Paulo, estableció el año pasado la Lei Cidade Limpa, que entró en vigor en 2007. Esta “ley para una ciudad limpia” pretende combatir la contaminación del agua, del aire, acústica y… visual."
"Así –continua Freire– prohíbe todo tipo de publicidad en espacios públicos en la ciudad. A lo largo de este año se han eliminado más de 15.000 grandes carteles anunciadores, la publicidad de buses o taxis e incluso la que se colocaba en los escaparates de los pequeños comercios. La medida ha sido llevada a la práctica con gran rigor haciendo efectivas multas de hasta 4.500 dólares diarios a los que la incumplan, y ha recibido un importante apoyo popular como lo reflejan encuestras que indican que cuenta con un 70% de aprobación por parte de la población local."
Freire también refiere al comentario de Mark Hooper en The Gardian. Hooper dice que activistas del mundo entero tienen ahora a Sao Paulo como ejemplo para todos: "una imagen de un futuro anti-Orwelliano donde el Hombre no está ya en control de sus decisiones cotidianas." ¿Pero –se pregunta Hooper– "está esta primera 'ciudad limpia' del mundo a la altura de las expectativas? Despojada de carteles y anuncios de neón, Sao Paulo –afirma– parece hoy una zona de guerra." Como muestra refiere a las fotografías publicadas por Tony de Marco en Flickr, Sao Paulo No Logo. "Para mi –continúa Hooper– se ve como la visión que tuvo Stanley Kubrik de Saigon, filmada en los muelles desiertos de Londres en los años 80."
En su blog, Freire presenta también este video sobre el tema:




En la ciudad de México ya podemos ver –o dejar de ver– los efectos de esta iconoclastia tardomoderna a lo largo del periférico, donde una ley similar nos a revelado un paisaje urbano –deplorable cuando no inexistente– detrás de los espectaculares desaparecidos.