en un texto titulado geometría y abyección, victor burgin traza una brevísima historia del espacio en occidente. primero, dice, el espacio estaba organizado vertical y jerárquicamente. un espacio cerrado, clausurado y ordenado desde arriba y desde afuera por algo que lo trasciende. a éste espacio le sigue otro, el espacio moderno: horizontal, abierto y como lo definieron tanto descartes como newton, homogeneo. si el espacio clásico, vertical, es uno donde los lugares le dan sentido a aquello que los ocupa: cada cosa está localizada, el espacio moderno es pura extensión: “es predominantemente aquel que atravesamos (por ello consideramos que el preso dispone de poco).” a esos espacios sigue, dice burgin, el espacio posmoderno. uno en el que la velocidad de transporte ha sido sustituida por la velocidad de transmisión o, dicho de otro modo, la distancia por la demora: cuánto tardan los datos en llegar de un punto a otro –puntos a los que sería exagerado seguir llamando lugares. ese espacio ya no es ni vertical –jerárquico– ni horizontal –homogéneo– sino plegado, replegado, digamos incluso complicado.
“en el ámbito político –escribe burgin– un equivalente de los espacios replegados de las tecnologías de la información es el terrorismo. en el ámbito económico, es la tendencia del capitalismo multinacional a producir irrupciones del primer mundo en paises del tercer mundo, a la vez que crea bolsas del tercero en los paises desarrollados.” una visita a santa fe, en la ciudad de méxico, explica esto último.
un par de ejemplos recientes de los efectos de esos espacios replegados han sido, supongo, lo ocurrido en la plaza tahrir, en egipto, cuyo espacio se complicó –en el sentido casi medieval de complicatio– con los de la red y sus redes –twitter y facebook– y las de los otros medios: tele, radio, prensa escrita. como ya se ha escrito, supongo que aunque esos medios aceleraron y encausaron el desarrollo de la revuelta, sin el espacio físico de la plaza, sin la posibilidad de una manifestación –también en un sentido más filosófico que político– física y no sólo virtual de quienes protestaban.
el otro espacio es mucho más trivial: la entrega de los premios grammy ayer. hace algunos años no los veía. pero ayer lo hice –”en vivo”– con teléfono “inteligente” en mano –cuya inteligencia, ya lo sabemos, reside en todo lo que no es “teléfono” en el teléfono. y los vi por tanto acompañado, no sólo en casa –en vivo– sino por cientos o miles de desonocidos que, en “tiempo real”, compartían sus opiniones, sus gustos y disgustos. así, en pocos segundos, pude saber no sólo quién era la ganadora del premio a la revelación del año –esperanza spalding– sino la opinión de quienes la admiran –pocos–, quienes no la conocen –más– y quienes esperaban ese premio para justin bieber –muchos.
enredados además de complicados, estos nuevos espacios –tan físicos como virtuales– son muestras, quizás, de algo que de algún modo ya había mencionado walter benjamin en su clásico ensayo sobre la obra de arte en la época de su reproducción mecánica: la estetización de la política –o la política vuelta espectáculo– y su contraparte, la polítización de lo estético –o las políticas del espectáculo.
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