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Hace unos días un amigo que vive en el Centro Urbano Presidente Alemán –CUPA– me dio una mala noticia: lo están enrejando. Para algunos –incluidos, supongo, muchos de los cientos de habitantes del CUPA– tal vez no sea algo tan grave, pero es peor de lo que parece.
El CUPA fue el primer multifamiliar moderno en la ciudad de México. Proyectado a finales de los años 40 por Mario Pani en un terreno de la colonia del Valle –entre las calles de Parroquia, Adolfo Prieto, Félix Cuevas y avenida Coyoacán– para el que el ISSSTE le había pedido un proyecto de 200 casas. En vez de eso, Pani propuso un edificio de 13 niveles con más de mil departamentos entre los 50 y los 80 metros cuadrados. El proyecto seguía las ideas de Le Corbusier, aunque se terminó algunos años antes que éste acabara su unidad habitacional de Marsella. Una de las principales características del conjunto fue que Pani, a pesar de multiplicar por cinco la cantidad de viviendas que le pedían, dejó libres tres cuartas partes del terreno.
Cualquiera que visite el CUPA puede recorrer sus jardines, comprar en los comercios de la planta baja, usar la oficina de correos y, aunque no sean de uso público, puede pasear entre los juegos infantiles, las canchas o ir a comer en las famosas Tortas Don Polo. Además el CUPA tiene guardería, lavandería común y una alberca –que lleva varios años cerrada y sin utilizarse. Es un ejemplo de otra manera de entender la ciudad, una ciudad abierta, transitable, verde. Una utopía europea de principios del siglo 20 construida en la ciudad de México a mediados de ese siglo. O eso era.
Frente al CUPA, en Félix Cuevas, se abrirá una estación de la nueva línea del metro. En respuesta –para muchos obvia– a todo lo que sabemos genera una estación de metro, algunos habitantes del CUPA han decidido enrejarlo. La intervención podrá parecer menor –no afecta físicamente la estructura de los edificios–, pero transforma, radicalmente a mi parecer, la estructura urbana y lógica del proyecto: lo separa del espacio de la ciudad, del que formaba parte activa. Había que entender que esa planta baja, con sus jardines y comercios abiertos a la ciudad, contingencias aparte, no era un detalle mínimo del CUPA.
Si la estación del metro sirve de pretexto para transformar un jardín en un claustro, hay que notar que se trata de eso: una excusa. La tentación de cerrar es grande y poca la resistencia. Y aunque la Alameda perdió su barda hace más de un siglo, las rejas de Chapultepec cierran a una hora fija y la entrada a pie se vuelve casi imposible. El reciente edificio del Senado, cuyo proyecto de por sí no ofrecía prácticamente ningún espacio público, fue enrejado a petición de los senadores, temiendo plantones y marchas, supongo. Pero incluso edificios donde no hay mayores riesgos de seguridad, com la Alberca Olímpica, cuyas escalinatas y plataforma estuvieron abiertas por años y eran un espacio donde los vecinos iban a correr, patinar o andar en bici, hoy está enrejada.
El espacio abierto no garantiza ni la pluralidad ni la igualdad ni su carencia las excluye, pero son condiciones que ayudan. Me atrevería incluso a decir que los enemigos de la ciudad abierta son enemigos potenciales de la sociedad abierta. Quienes cierran parques y plazas, quienes privatizan calles y banquetas, quienes instruyen a su personal de seguridad para cerrar el paso o impedir acciones comunes y que no implican ningún riesgo a su propiedad, todos ellos, todos nosotros, nos sumamos a instituir el miedo, a darle forma en el espacio a la exclusión, a normalizar el desconocimiento cuando no el desprecio del otro.
En la ciudad el espacio público es, además de lugar de encuentro entre quienes se conocen, el lugar donde potencialmente los desconocidos se conocen. No para reconocerse en identidades comunes, ideales o privilegiadas, sino para construir lo urbano por excelencia, eso que Richard Sennet definió como “el lugar común de quienes no tienen nada en común.” Enrejar al CUPA es un síntoma de todo eso y además afecta uno de los mejores ejemplos de vivienda social del siglo 20 en este país.
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