creo que he ido a todos los congresos organizados por arquine –trece– y me parece que el que terminó hoy probablemente haya sido el mejor de todos. hubo, como siempre, conferencias buenas, memorables, y otras no tanto e incluso alguna mala. pero el efecto general, de conjunto, fue bastante bueno. el tema –desplazamientos– no era fácil. había al menos dos lecturas posibles: pensar en los arquitectos como desplazados –arquitectos que viven o trabajan en sitios distintos a aquellos en los que nacieron o se educaron– y arquitectos que trabajan para quienes han sido desplazados –migrantes, sí, pero también aquellos desplazados del centro de atención, desplazados al margen de los principales procesos de producción.
y nos enfrentamos también a dos arquitecturas. una es la arquitectura con a mayúscula –aquí omitida–, la que se enseña en la mayoría de las escuelas y se publica en la mayor parte de los libros y revistas. la otra, la que pese a ser cuantitativamente mayoritaria ocupa un lugar marginal en la historia y la reflexión sobre la arquitectura. la primera es la arquitectura de los arquitectos y la segunda aquella que bernard rudofsky llamó arquitectura sin arquitectos.
para seguir con dicotomías, nos enfrentamos finalmente a dos maneras de presentar arquitectura: aquella que es una descripción de lo que ya muestran las imágenes lo que, probablemente, resulte de la convicción de que la arquitectura es un objeto que se basta o se agota en su propia presencia; y otra que supone que el discurso no sólo es un suplemento sino parte integral del mismo proceso arquitectónico. hubo, tal vez, combinaciones para todos, aunque hay algunas, según parece, imposibles.
joan macdonald, de chile –que se desplaza y trabaja fundamentalmente para los desplazados, para lo que hoy conocemos ya oficialmente con la etiqueta de el otro 90%– tras explicar que las grandes ciudades se dividen entre las de los países desarrollados y los países pobres –hoy son éstas las que crecen–, y que ellas se dividen a su vez en zonas formales, legales y producidas para quienes tienen recursos y las informales, producidas por los pobres, afirmó que las ciudades las hacen, pues, las inmobiliarias o los pobres, no los arquitectos. si para el sector formal regido por las inmobiliarias la participación del arquitecto es mínima, limitada a las etapas iniciales del diseño, la arquitectura de los pobres es, pues, una sin arquitectos.
junto a macdonald, oscar hagerman y cameron sinclair, de architecture for humanity, también hablaron de la arquitectura sin arquitectos del otro noventa por ciento, y hablaron de diseño y participación –de algo que podríamos llamar aprendiendo de la arquitectura de los otros. sinclair da un paso más allá, pues mientras macdonald subrayaba la urgencia –cuando uno de cada cinco niños no pasa de los cinco años son mejores las soluciones rápidas, aunque malas que las buenas que llegan siempre tarde, dijo–, él insiste en la necesidad y obligación de utilizar el diseño como un arma para lograr la equidad.
esas arquitecturas van desde la caridad –esa que, para citar a zizek, despolitiza al problema– hasta el activismo y la política. eyal weizman, de israel –acaso la mejor presentación– habló de las implicaciones legales y políticas de la arquitectura. “la arquitectura es un plástico político –dijo–, es la política desacelerándose en formas.” y presentó ejercicios de arquitectura forense: la arquitectura como evidencia de acciones concretas que marginan, controlan y regulan territorios y pueblos.
del otro lado –los arquitectos del diez por ciento– hubo formas y discursos. desde la consistencia formal del español antón garcía abril, hasta los excesos que hoy parecen no tener sentido –y acaso tampoco mucho futuro– de benedetta tagliabue o zaha hadid; y desde la hiperconsistencia teórica de alejandro zaera polo –que presentó su teoría general de la envolvente– hasta la casi ausencia total de discurso, como –otra vez– zaha hadid, quien se contentaba con explicar una imagen diciendo que eso era el techo, el vestíbulo o la estructura.
los arquitectos de esas dos arquitecturas que generalmente no se dan la cara se enfrentaron en este congreso ante casi tres mil asistentes, la mayoría estudiantes. y si se hubiera tratado de un ring –cameron sinclair salío a escena usando una máscara de luchador– lo más probable es que los ganadores, por decisión popular, hayan sido esos arquitectos que se ocupan del otro 90%, de los desplazados. será tal vez el espíritu de los tiempos y el hartazgo generalizado, pero esa arquitectura reluciente y espectacular parece que ya no encanta –o no tanto.
¿es la división que esbozo arriba así de clara, de infranqueable? probablemente no. el mismo caso de architecture for humanity lo demuestra –sinclair insistió varias veces: ellos hacen arquitectura y quieren que sea buena. y lo demostró también el trabajo de manuel clavel, a la vez lúdico y responsable, hablando de participación y presentando proyectos que bien pueden desfilar en la pasarela y también salir a la calle sin el sentimiento de culpa –o, en su ausencia, el cinismo– de quien se pasea entre los más necesitados envuelto en su abrigo de mink.
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