Ronchamp es un pequeño poblado al este de Francia que hoy apenas llega a los tres mil habitantes. Su nombre parece venir del campamento romano establecido ahí tras la Guerra de las Galias: romanorum campus, Ronchamp. Al noroeste de Ronchamp está la colina de Bourlémont, de 497 metros de altura —poco más de 140 metros más arriba que el centro del pueblo. Se dice que en la colina había ya un templo pagano sobre el que se edificó, en el siglo IV, otro dedicado a la Virgen. En la segunda mitad del siglo XII ya se menciona una capilla como lugar de peregrinaje. El 8 de septiembre de 1857, día en que se celebra el nacimiento de la Virgen, se inauguró una nueva capilla y el mismo día dieciséis años después, 30 mil peregrinos llegaron a la cima. Durante la Segunda Guerra, la colina sirvió de punto de vigilancia para los nazis. El 29 de septiembre de 1944, inició la batalla para recuperar la posición de manos de los alemanes, que usaron la capilla para resguardarse. La batalla fue larga y dura. Para la noche del 30 de septiembre se habían disparado más de cuarenta mil cartuchos de metralleta, tres mil obuses de mortero y mil ochocientos obuses de 75 milímetros. Los alemanes perdieron la posición y la capilla quedó destruida.
Los habitantes de Ronchamp tuvieron la idea de reconstruir la capilla casi desde el final de la guerra. Desde 1937 el dominico Mariel-Alain Couturier había insistido en las páginas de la revista L’Art Sacré en la necesidad de modernizar el arte católico, apegado aun a cierto academicismo. Había apoyado que en los años cincuenta artistas como Matisse, Chagall, que era judío, o Léger, que era ateo, realizaran arte sacro. Cuando se empezó a pensar quién podría reconstruir la capilla de Ronchamp, fue del sacerdote Lucien Ledeur, secretario de la Comisión de arte sacro de la región de Besançon quien, según Daniele Pauly, al consultarle dijo “hoy, en Francia, no veo más que uno: Le Corbusier.” Ledeur y François Mathey, entonces inspector de monumentos históricos, partieron en un peregrinaje a la rue de Seres, en París. Tras el primer acercamiento el arquitecto rechazó el encargo: no me interesa trabajar para una institución muerta, respondió según lo que le contó Ledeur a Pauly. Ledeur insistió y le ofreció absoluta libertad de creación.
Le Corbusier accedió a visitar el sitio. El 4 de junio de 1950 lo conoció. No quiso subir la colina ne auto, sino a pie, como lo hacían los peregrinos. “La capilla tendrá que ser acogedora, ¡porque uno se fatiga!” —le dijo a Ledeur. Además de que el paisaje lo conquistó, dice Pauly, que hubo otra razón que llevó a Le Corbusier a aceptar el encargo: pensó que eso le agradaría a su madre, mujer creyente. En unos croquis fechados el 9 de junio de 1950, apenas cinco días después de la primera visita al sitio, el proyecto parece ya definido. En su biografía de Le Corbusier, Nicholas Fox Weber dice que “cuando la idea de esa capilla en la cima de la colina dio el salto milagroso del cerebro de Le Corbusier a un dibujo rápido de tinta, se trató de un acto de pura creación.” El propio Le Corbusier escribió: “tres tiempos en esta aventura: integrarse al sitio; nacimiento espontáneo (tras la incubación) de la totalidad de la obra, de una vez, de golpe; lenta ejecución de los dibujos, del diseño, de los planos y de la construcción.” La capilla se empezó a construir a principios de septiembre de 1953 y se abrió al público el 25 de junio de 1955. Fox Weber dice que durante la inauguración y de manera inusual a lo acostumbrado, Le Corbusier fue parco en su discurso y de actitud humilde ante los elogios, pero el 27 de junio le envió una carta a su madre: “Querida mamita: Todo fueron vítores y belleza, esplendor espiritual. Tu Le Corbusier fue honrado al más alto grado. Considerado. Amado. Respetado.” Después de la inauguración, Le Corbusier no volvió a Ronchamp más que una vez, entre el 6 y el 7 de octubre de 1959, para celebrar sus 72 años.
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