El 8 de noviembre de 1519 Hernán Cortés y sus tropas entraron a la ciudad de Tenochtitlán. Un año después Cortés contará que esa “gran ciudad de Tentixtitan” estaba fundada en una “laguna salda y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquier parte que quisieran entrar a ella, hay dos leguas.” Con cuatro entradas y calles “muy anchas y muy derechas,” tenía “muchas plazas, donde hay continuo mercado” y “muchas mezquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edificios.” Cortés describe Tenochtitlán asumiendo la dificultad de hacerlo, de “tan grande y de tanta admiración, que aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo poco que diré creo es casi increible, pues es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edificios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó.” Por su parte, Bernal Díaz del Castillo escribió que desde que vieron “tantas ciudades y valles poblados en el agua y en tierra firme y otras grandes poblaciones y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba México,” se quedaron admirados y diciendo “que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y edificios que tenían dentro del agua y todos de cal y canto.” Aquellos relatos tuvieron, por supuesto, efecto en la imaginación europea.
Battista Agnese nació en Génova al rededor del 1500, pero trabajó como cartógrafo en la República Veneciana. Cerca de 1544 dibujó un atlas, por encargo de Carlos V para su hijo Felipe II. Denise Cosgrove señala que la ciudad más grande dibujada en el mapa de Agnese es la actual ciudad de México, Tenochtitlán o Temitistam, como está escrito en el atlas. Cosgrove dice que también se representa con tal prominencia en los mapas que dibujó Giovanni Battista Ramusio en 1534 y 1556 y que el más viejo mapa de La gran cita de Temistitan aparece en el Isolario de Benedetto Bordone, de 1528. Cosgrove explica que había “una fascinación compartida entre los cartógrafos y los pensadores venecianos por la ciudad de México, Temistitan, que veían como un ejemplo”: Girolamo Francastoro, médico, matemático y cosmólogo, “propuso la transformación de Venecia en una nueva Themestitan asilada en una laguna alimentada por un río de agua fresca”.
Casi cinco siglos después, tanto Venecia como ciudad de México siguen teniendo que lidiar con problemas a causa del agua. Pero si Venecia sigue siendo una colección de islas en una laguna, con una población de poco más de 270 mil habitantes —de los cuales sólo 60 mil viven en el casco histórico—, en la ciudad de México se ha secado prácticamente cualquier resto de lago o río y la población ha pasado del millón que se supone la habitaba en el siglo XVI —la ciudad más poblada del mundo en ese tiempo— a casi 20 millones en el área metropolitana. A 2240 metros sobre el nivel del mar, el manejo del agua, tanto para suministro como para drenaje, no es el único gran problema de la megalópolis. El transporte, la vivienda, la contaminación del aire, la basura —prácticamente todo lo que preocupa a una ciudad de ese tamaño.
Pero otro problema con el que debe lidiar ciudad de México es aquél que interesó a los cartógrafos venecianos del siglo XVI: la representación —tanto cartográfica como política. Por ejemplo, en la ciudad de México el sistema de transporte incluye vehículos públicos y privados. Los públicos suman más de 225 kilómetros de metro en 12 líneas con 195 estaciones, un sistema de autobuses en carriles confinados de más de 105 kilómetros con 5 lineas y 150 estaciones, 93 líneas de autobús y 8 de trolebús además de una línea de tren eléctrico. Hay cerca de cuatro mil bicicletas en 276 estaciones en un sistema concesionado a particulares en algunos barrios centrales de la ciudad. Pero 60 por ciento de los viajes diarios en la ciudad se realizan en las más de 28 mil unidades en manos de particulares —autobuses y microbuses— sin prácticamente ninguna regulación gubernamental, muchos siguiendo el modelo propietario/conductor. No hace falta decir que no existe una representación cartográfica de ese sistema complejo de subsistemas prácticamente autónomos. Y eso es sólo para la mitad del Área Metropolitana de la ciudad de México: el Distrito Federal. Pues ahí es donde aparece el otro problema de representación. El Distrito Federal está dividido en 16 delegaciones, algunas con poco más de 130 mil habitantes y otras, como Iztapalapa, con casi 2 millones, mientras que el área metropolitana incluye 40 municipios del Estado de México, algunos con 40 mil habitantes y otros, como ciudad Neza, con más de un millón.
El problema con esa compleja organización política del territorio metropolitano no es sólo el de vivir en un municipio gobernado por un partido dentro de un Estado gobernado por otro e ir a trabajar todos los días en una delegación dentro de una ciudad gobernadas por un tercer partido. No se trata sólo de la política sino de las políticas. Al no existir reelección para los presidentes municipales o los delegados, quienes permanecen en sus puestos por sólo tres años, no hay tiempo suficiente para la planeación de largo plazo y éstos ven su trabajo sólo como un peldaño hacia una carrera política en otra parte. Incluso pasa lo mismo con los gobernadores o el Jefe de Gobierno de la ciudad, quienes no pueden tampoco reelegirse aunque duren en el gobierno seis años en vez de tres. Su puesto también es visto como parte de una carrera más larga. Lo mismo sucede con los congresos locales y federal, que hacen que, por ejemplo, de un lado de la calle el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo sean legales, mientras que cruzando la calle dejan de serlo —algo más complicado que las tarifas de taxis o autobuses que también cambian al cruzar la calle.
Así que, de la misma manera como el Área Metropolitana de la ciudad de México no tiene una representación cartográfica completa de sus múltiples servicios de transporte públicos y privados, tampoco tiene una representación política completa de las distintas políticas que la rigen. De cierta manera, el Área Metropolitana de la ciudad de México no ha construido su propia imagen y requiere un modelo, de la misma manera como en el siglo XVI Venecia utilizó la recién descubierta Temistitan, descrita por Cortés y Díaz del Castillo. Por supuesto, ese nuevo modelo político y de organización estratégica no se encuentra en ninguna ciudad real de un mapamundi moderno.
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