El primero de diciembre de 1913 empezó a funcionar la primera línea de ensamblaje en movimiento para producir el Ford modelo T. El auto entero se armaba en dos horas y media. La línea de ensamblaje s puso en marcha en la planta de Highland Park, en Michigan, que había sido diseñada por Albert Kahn en 1908 e inaugurada dos años después. Cuando se abrió, la planta de Ford en Highland Park era el complejo industrial más grande del mundo. Ford había empezado a producir el modelo T en su fábrica de Detroit en 1908, pero al año tuvo necesidad de cambiarse a un espacio mayor y compró el terreno de Highland Park tanto por su cercanía a las vías del tren como por los impuestos más bajos que debía pagar ahí. El modelo T se produjo hasta 1927 y después la fábrica fue dedicada a la producción de camiones y tractores y se construyeron otros edificios para oficinas administrativas. Varios edificios del complejo fueron demolidos hasta que en 1978 se clasificó como monumento histórico nacional de los Estados Unidos.
El automóvil producido masivamente cambió radicalmente la forma como vivimos, no sólo en los entornos urbanos —donde desde entonces la idea de que los coches deben poder circular sin que su trayecto sea interrumpido demasiado, concibiendo cualquier cosa que les haga disminuir su velocidad o cambiar de dirección como un estorbo, incluyendo a las personas— sino también en el mundo rural y, sobre todo, en ese espacio intermedio: los suburbios —aquellos territorios que aun no son del todo urbanos— y los descampados —como argumentaron Ábalos y Herreros, aquellos lugares que dejaron de ser campo. Los efectos del automóvil también llegaron al campo teórico y de la concepción de la arquitectura. El tercer ensayo de la serie que Le Corbusier tituló Ojos que no ven está dedicado al automóvil:
El auto es un objeto de función simple (circular) y fines complejos (confort, resistencia, aspecto), que ha puesto a la gran industria ante la necesidad imperiosa de estandarizar. Los autos tienen todos las mismas disposiciones esenciales. Por la competencia inevitable de las distintas casas que los construyen, cada una de ellas se ha visto obligada a dominar a sus competidores y, sobre el estándar de cosas prácticas realizadas, ha intervenido la búsqueda de una perfección, de una armonía y, fuera del hecho brutalmente práctico, una manifestación no sólo de perfección y de armonía sino también de belleza.
La estandarización era, para Le Corbusier, una de las lecciones del automóvil que debían aprender los arquitectos. En 1947 la Lustron Corporation, dirigida por Carl Strandlund, ingeniero e inventor nacido en Suecia y que había trabajado en una fábrica de productos de metal esmaltado, recibió de la Reconstruction Finance Corporation, una agencia gubernamental que había sido fundada en 1932, financiamiento para producir la casa Lustron, una casa prefabricada hecha de paneles de metal esmaltado producidos en serie en una línea de ensamblaje de más de 9 millas de largo y que se basaba en la lógica de las líneas de ensamblaje para automóviles. Las casas Lustron se instalaron en 35 estados de la Unión Americana, incluyendo Alaska, y en Caracas, Venezuela. Robert Mitchell dice que Strandlund “estaba convencido de que las casas Lustron no sólo debían producirse en serie como automóviles sino que también debían mejorarse, actualizarse y rediseñarse con nuevo modelos que aparecieran periódicamente.” Todas las piezas de la casa eran producidas en la fábrica. Wolfe y Garfield dicen que “la casa así construida representaba un «sistema cerrado» de diseño: cada elemento —desde los marcos de las ventanas, los canalones y las tinas— estaba diseñado expresamente para Lustron y hecho en la misma fábrica. Ningún otro producto podría ajustarse ni los usuarios individuales cambiar su casa de acuerdo a sus necesidades particulares. Cualquier cambio en el diseño requería cambiar el proceso entero y la fábrica misma. Las limitaciones de este sistema cerrado estaban condicionadas por la naturaleza del acero, que requería precisión en la fabricación con maquinaria costosa que no podía modificarse fácilmente.” Por supuesto la casa Lustron llevó la estandarización y la producción en serie a un nivel que Le Corbusier no imaginó en su elogio de las lecciones que habría que aprender del diseño de automóviles, a partir de un sistema cuya poca flexibilidad fue su propia condena. No sólo en relación a la manera como los habitantes pudieran adecuar sus casas a sus propias necesidades o gustos, sino incluso en la manera de responder a condiciones específicas del lugar como, por ejemplo, los distintos códigos y reglamentos de construcción. La estandarización del proceso constructivo también cerraba la posibilidad de adaptarse a esas condiciones. Wolfe y Garfield dicen que donde los desarrolladores tradicionales mantenían un control casi total del proceso inmobiliario, el método de las casas Lustron implicaba resolver ciertos problemas caso por caso, lo que no garantizaba que se alcanzaran las ventas necesarias para mantener la producción en masa. Quizá, pese a todo, una casa no sea como un auto.
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