En 1984 la universidad de Harvard invitó a Italo Calvino a ocupar la cátedra de las Charles Eliot Norton Poetry Lectures. Calvino escribió cinco de las seis conferencias que debía pronunciar y antes de terminar, el 19 de septiembre de 1985, murió. De sus Seis propuestas para el próximo milenio conocemos, pues, cinco. Primera, la levedad: sustraer peso y evitar que las ideas caigan presa de “la pesadez, la inercia y la opacidad del mundo.” Segunda, rapidez: “de estilo y de pensamiento,” agilidad, movilidad y desenvoltura para economizar tiempo con el único fin de poder perderlo. Tercera, exactitud, que para Calvino, en relación a una obra literaria, implicaba “un diseño de la obra bien definido y bien calculado; la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables; y el lenguaje más preciso posible.” Cuarta, visibilidad: en la era de la imagen repensar cómo imaginamos, lo que puede hacerse bien reciclando imágenes conocidas en nuevos contextos que les cambien el significado, o haciendo el vacío para empezar desde cero. Quinta, multiplicidad: entender que “hoy ha dejado de ser concebible una totalidad que no sea potencial, conjetural, múltiple.”
EL 13 de febrero de 1991, Bernard Tschumi —que nació en Lausana, Suiza, el 25 de enero de 1944— dictó una conferencia en laUniversidad de Columbia con el título Seis conceptos. Los conceptos de Tschumi no eran ideas para un futuro cercano sino que pretendían responder a una condición que el mismo diagnosticaba como la época de la post-mediación, la post-simulación y la re-representación. Esa época, hace tan sólo 25 años, en la que aun era reciente el enfrentamiento entre el modernismo y lo que entonces se entendía como posmodernismo —que probablemente hoy entendamos y acaso practiquemos de manera algo distinta. La arquitectura, decía Tschumi, se había vuelto superficial, un asunto de apariencias e imágenes. Había un apetito voraz por consumir imágenes arquitectónicas: la arquitectura y su percepción mediática y mediatizada se habían vuelto igualmente importantes. Tschumi se preguntaba si la arquitectura podía continuar siendo un medio que la sociedad utiliza para explorar nuevos territorios y desarrollar nuevo conocimiento.
El primer concepto que presentaba tenía que ver con las tecnologías de la desfamiliarización, y se preguntaba si no sería útil “celebrar la cultura de las diferencias acelerando e intensificando la pérdida de certidumbre, de centro y de historia.” El segundo concepto complementa al primero: el shock metropolitano mediado. El público general, dice, siempre está del lado de los tradicionalistas, suponen que el deber de la arquitectura es hacer el mundo más confortable. Pero Tschumi supone que “en la megalópolis, la arquitectura puede tener que ver más con encontrar soluciones no familiares a problemas comunes que con soluciones reconfortantes:” Tschumi habla de “shock urbano” y de “intensificar y acelerar la experiencia urbana.” En tercer lugar, desesctructurar: si la arquitectura se vuelve incómoda hacia afuera, al apostarle a lo poco familiar, debe también volverse incómoda hacia adentro, no del edificio sino de la propia disciplina: cuestionar sus fundamentos, replantearse su propia estructura, física y conceptual. El cuarto concepto y el quinto se relacionan: superimposición y programación cruzada [crossprogramming]. La atención se centra no en lo formal sino en “lo que realmente pasa al interior de los edificios,” y lo que ahí pasa se puede entender como secuencias de espacios y de usos que, tomando las ideas de Sergei Eisenstein sobre el montaje, se pueden recomponer de múltiples maneras. “La arquitectura, dice Tschumi, debe dejar de separar categorías y más bien mezclarlas en combinaciones sin precedente de programas y espacios.” El último concepto considera al acontecimiento como punto de quiebra: “no hay arquitectura sin evento, no hay arquitectura sin acción, sin actividades, sin funciones.” El futuro de la arquitectura, asegura Tschumi, reside en la construcción de tales eventos.
Se podría intentar pensar las seis propuestas de Calvino y los seis conceptos de Tschumi a la par. Por supuesto, no coinciden uno a uno. La multiplicidad del escritor puede abarcar a la superimosición y la programación cruzadas del arquitecto; la rapidez podría colarse entre la desfamiliarización y el shock metropolitano. La visibilidad quizá quede implicada al desestructurar la relación entre apariencia e idea en la arquitectura. La exactitud podría ser una consecuencia de atender al programa con tanto interés como a la forma. Pero la levedad sobra o, más bien: falta. Los conceptos del arquitecto no logran sustraerse a la pesadez, la inercia y la opacidad del mundo que definen a la ligereza para el escritor. Al contrario. Podría, sin embargo, emparejarse con una idea que Tschumi menciona al final de su texto: que la arquitectura no se trata de las condiciones del diseño sino del diseño de las condiciones, entendiendo que en esa construcción de condiciones se busca “dislocar los más tradicionales y regresivos aspectos de nuestra sociedad y, simultáneamente, reorganizar esos elementos de la manera más liberadora.” Una construcción que no sigue un único plan sino múltiples estrategias: “no más planes maestros —agrega Tschumi—, no más localizar en un punto fijo, sino una nueva heterotopía.” Un urbanismo ligero, si eso es posible.
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