9.11.08

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Hablo, tal vez, como arquitecto: en el principio era el espacio, o acaso menos, el suelo. La tierra entera, pura potencia, puro potencial. La tierra antes de ser tomada y repartida: el horizonte.

Luego el territorio, luego el resto: la piedra. El vacío, la extensión, el espacio y, por otro lado, la materia, lo pleno, la densidad, la intensidad, el peso -aunque el suelo es también un poco todo eso. La piedra, que en el camino nos enseña nuestro destino y nuestro origen. Tumba o monumento -las únicas dos ocasiones, según Adolf Loos, en que la arquitectura es arte. Una acción, un gesto -el grado cero del gesto, sin gestualidad gratuita. La piedra se yergue y la erección traduce o, mejor, actualiza el potencial del suelo. Lo marca, lo acota. Se impone: toma posición. La hipótesis: el suelo, la piedra. La tesis: la erección.

La erección de la piedra -sugieren algunos- recuerda la del hombre, en varios sentidos, pero, en principio, su posición, su postura. Es el hombre erguido, de pie, quien transforma el suelo en horizonte. El horizonte en mundo. El mundo en espacio. La piedra, colocada, nos coloca; establecida, nos establece. El hombre, ante la piedra, piensa en la piedra, en su materialidad y su peso. Y también en lo otro: el paisaje, el entorno, el allá que se distingue del aquí marcado por la piedra. Y luego el más allá: fuerzas y potencias traducidas en dioses y similares. Y piensa en sí mismo: ¿cuál es su lugar? Por supuesto nada de eso lo hacen el hombre o la mujer a solas: no hay hombre ni mujer a solas. Siempre se empieza en plural: hombres y mujeres multiplicados. La comunidad como multiplicidad.

Volvamos a empezar. En el principio los hombres dispersos. Así explica Vitrubio el origen de la arquitectura. Un día un relámpago enciende unas ramas secas. El proto-hombre, al principio, se asusta, se esconde y se dispersa aún más. Pero son curiosos. Se acercan al fuego y ven que era bueno. Ese hogar es su primer espacio común. Como no sabían producir el fuego, dice Vitrubio, deben cuidarlo. Quien lo cuida, descuida la atención de sí mismo, delegándola a los otros. De ese acuerdo necesario surge el lenguaje y con el lenguaje la arquitectura que no es sólo lo construido sino las ideas comunicadas para construir mejor: mejores casas, mejores cosas y mejores comunidades.

Antes de ser monumento, la piedra y el fuego propician la autoconstrucción de nosotros en tanto nosotros. El cómo nos hacemos y, cuando hacemos algo -decía Gertrude Stein- dejamos de ser lo que hemos sido. Celebrar el ser como pura identidad es una ficción peligrosa.

Por eso hoy no se pueden hacer monumentos, El triunfo y la victoria nos deberían sonar ya huecos. Todo monumento a la civilización -podríamos decir parafraseando a Walter Benjamin- es al mismo tiempo monumento a la barbarie. ¿Triunfo y victoria sobre quién? Sobre el otro. ¿Triunfo y victoria de quién? De lo mismo, de la identidad, de lo que nunca cambia.

Que el Ángel sea una Victoria -con sus alas y sus tetas- es involuntario y andrógino homenaje al equívoco. A la ambigüedad y a la mezcla. A la reinterpretación. Para el Bicentenario ¿dos ángeles en vez de uno? ¿Queremos o necesitamos más monumentos? ¿Victoriosos ángeles mensajeros de qué mensaje?

Dice el filósofo Peter Sloterdijk que ahora ya no hay naturaleza, sólo infraestructura. No se trata de apostillar obras pensadas a medias: el tren, el metro, la presa o la carretera del Bicentenario. Se trata de pensar en lo que nos infra-estructura, en lo que nos sostiene, lo que nos sustenta. El suelo que se abre como espacio común.

El parque central, por ejemplo, como lo que hace creíble la película: El chico pobre judío se enamora del chico negro rico. Una máquina de conectar, una mezcladora. No se si baste pero pienso que son cosas así las que hacen falta para, por fin, borrar, disolver, desmantelar un esquema jerárquico que ni 200 años de independencia ni 100 de revolución han podido -¿o querido?- eliminar.

Máquinas mezcladoras que produzcan auténticos mestizos: ya no más castizos ni mulatas, ya no más chinos ni cambujos y, sobre todo, dejemos de ser saltapatrases.

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