16.4.13
entre memoriales
19.12.12
en medio del mensaje
la larga y tortuosa historia de la estela –que empezó como arco y resultó otro de los fiascos arquitectónicos del gobierno de calderón– sigue dando de qué hablar o, más bien, ahora la estela lanza mensajes. ayer en tuiter se podían leer las burlas o el enojo de muchos: cómo era posible que el monumento se prestara –o se rentara, suponían molestos algunos– a semejantes cursilerías: presumir su amor en más de mil metros cuadrados de cuarzo, 104 metros que nos costaron 1,500 millones –poco menos que, a costo actualizado, el guggenheim de bilbao– y que además, aunque no nos guste, pues es un monumento nacional, el monumento los doscientos años del inicio de la guerra de independencia y cien de la revolución. en el reforma y animal político publican que los mensajes son parte de una exposición interactiva.
la estela es muestra de la incapacidad de un gobierno para planear algo: se inauguró más de un año después de cuando debía; costó, presumiblemente por una mezcla corrupción e ineptitud, más del triple de lo previsto y ni siquiera sigue el proyecto que ganó el concurso –la plaza, muy importante, que conectaría a la estela con chapultepec se canceló. sin embargo, poco a poco ha sido tomada. primero ahí se reunieron los del 132 y siguió siendo centro de reunión, de protesta o de fiesta; luego se abrió el centro de cultura digital –que aun no conozco, hoy lo haré– y al final la transformaron –además de en suavicrema– en memorial por las víctimas de la violencia durante el gobierno de calderón.
ahora los mensajes amorosos escritos en la estela nos hacen de nuevo preguntarnos no sólo si la es un uso "adecuado" para la estela sino para cualquier monumento y, sobre todo, qué es un monumento en nuestra época. si un monumento hoy –como sostiene alexander d'hooghe en el monumento liberal– es puro espacio –lo que pasa entre las construcciones–, si tiene algún poder –o deber– simbólico y, en su caso, de qué. ¿qué dice un monumento: aquí estoy, aquí estamos, esto pasó, te amo? y más bien, ¿qué puede hacer un monumento hoy? el peor ejemplo de lo que no debe hacer, a unos metros de la estela, ha de ser la cuestionada estatua al prócer de azerbaiyán que, además de políticamente incorrecta –en el mal sentido– y de pésimo gusto, no sirve para nada. y eso es algo que hoy un monumento no puede permitirse. ¿será que pese a lo ridículo del fulanito ama a fulanita escrito en la estela, esos textos se sumen a la reivindicación de la estela al multiplicar sus usos?
4.1.12
la estela, la historia y la arquitectura
27.12.11
la arquitectura del sexenio
7.11.11
el mojón de cuarzo
esta foto de la estela de luz a la altura que lleva hasta hoy la tomo de la página de facebook de adolfo mendoza. supongo las placas de cuarzo de segunda pagadas a precio de primera miden un metro por dos, lo que da una altura total de 44 metros: faltan 60 para llegar a los simbólicos 104 –dos ciclos prehispánicos de 52 años que valen por dos siglos de 100 años. para fin de año –se anunció que la estela estaría lista a finales del 2011– faltan 53 días. esto es, para terminar deben construir 1.13 metros de altura por día –27.16 metros cuadrados tomando en cuenta las dos caras. adolfo me dice que esto que se ve en la foto lo han erigido en un mes –1.3 metros por día–, así que es posible que terminen antes de que acabe el año, pero también me dice que la calidad de la obra es muy mala.
además, lo más importante del proyecto, según su arquitecto y el jurado que seleccionó este proyecto: la plaza que conectaría de nuevo peatonalmente a la ciudad con el bosque de chaupltepec, desapareció definitivamente. ni modo, ahí para el próximo centenario...
27.7.11
bicentenario y milenio

en su columna de carlos marín hoy en milenio, titulada los arquitectos tampoco se leen la suerte, escribe sobre la opinión de joaquín alfredo regnier, arquitecto –dice marín– sobre la infausta estela de luz. no sólo no conozco al arquitecto regnier sino que jamás había oído su nombre –lo que debe ser, sin duda, culpa mía. busqué su nombre en google y sólo encontré referencias al mismo artículo de marín. supongo que el texto de milenio no es una especie de ficción borgiana, y que realmente es un arquitecto informado respecto al tema, pese a mi ignorancia y a la ausencia de datos en la red.
de lo que comenta marín que dice regnier hay cosas ciertas, como que la relación simbólica de los dos ciclos de 52 años prehispánicos con los dos siglos de independencia para obtener la altura de 104 metros de la estela es ridícula o –cual escribió herbert muschamp en su momento sobre la idea de daniel libeskind de hacer la nueva torre en el lugar de las gemelas de nueva york de 1776 pies de altura, por la fecha de la independencia de los estados unidos– preilustrada. que se parece a lo de barragán en la plaza de monterrey –que no es de sus mejores proyectos–, puede ser. pero si algo tenía de interés la triste estela es que, mediante la plaza desde la que se desplanta, intentaba resolver la problemática relación entre la ciudad y el bosque de chapultepec en esa zona –como de hecho lo planteaban varios de los proyectos del concurso. esa plaza fue eliminada por cuestiones presupuestales, siendo otra de las tantas decisiones tortuosas o simplemente torpes que han tenido que ver con este monumento.
pero también dice el arquitecto regnier, según cuenta marín, cosas que a mi parecer no hacen sentido del todo. le parece primero inadmisible que los materiales sean importados. a mi me parece simplemente problemático. pero, desde las pirámides, cuando no hay materiales suficientes o que se juzguen necesarios a la redonda, se importan. mucho peor, sí, que la tecnología deba ser importada, pero ese no es, desgraciadamente, un mero problema de la arquitectura sino del país.
algo más que afirma regnier, es que el concurso se debió haber anulado puesto que el 68% de los participantes decidió no hacer un arco en un concurso para un arco. no es un mero problema semántico –¿qué es un arco?. quiero pensar que si la mayoría de los arquitectos participantes no hizo un arco y si el jurado seleccionó como mejor propuesta algo que no era un arco, es porque la idea misma de un arco resultaba anacrónica, ridícula, impensable. qué bueno, entonces, que los especialistas invitados hayan decidido, con su trabajo, decir no al arco y no responder, a la mexicana, “como usted quiera, señor presidente.”
pero lo que más me desconcierta de lo que, según el texto de marín, opina el arquitecto regnier, es su afirmación de que la mayoría de los invitados no tenía experiencia en el diseño de espacios públicos. primero, porque pienso que los espacios públicos, aunque con sus reglas y condiciones, no son coto de especialistas como pueden serlo los hospitales o ciertas edificaciones industriales. segundo, porque para eso son los concursos: para permitir que gente con y sin experiencia piense y demuestre si lo que piensa es posible, incluso en concursos en los cuales los participantes son invitados tras una selección en base a sus méritos y experiencia.
por supuesto –y no me extenderé en explicar mis razones porque ya lo he hecho en varios textos– no pienso que la idea misma de un arco monumental haya sido ya no digan buena: inteligente. pienso que de las 35 propuestas presentadas una gran parte resbaló por esa vertiente que discurre entre la escultura y la arquitectura monumental que falla en ambos campos –de la cabeza de juárez a las últimas cosas de sebastián, por ejemplo. pero otras, unas cuantas, apostaron por nuevas formas de monumentalidad –por supuesto, sin arcos–, operativas y capaces de, al trabajar sobre la desconexión peatonal entre reforma y chapultepec, generar un nuevo espacio público. el proyecto seleccionado no fue, a mi juicio, el mejor en este sentido pero tampoco el peor. insisto: la plaza desaparecida funcionaba bien, así como la abstracción de la placa –pese a los 104 metros. lo que vino después, la pésima planeación y resolución de la obra y los entuertos para construirla, resulta a todas luces –estelares– indefendible.
pero eso sí, que no confunda el arquitecto regnier: somos los arquitectos, todos, desde los que hacen casitas hasta los que proyectan infraestructura, responsables de pensar el espacio público.
20.6.11
habló el arquitecto

por fin, tras ser requerido en muchas ocasiones por los medios, césar pérez becerril, arquitecto principal del proyecto que ganó el concurso para el arco del bicentenario, respondió algunas preguntas entre las que destaca, por la respuesta, la que abre la nota del periódico reforma: ¿volvería a participar en un concurso así? no –dijo, enfático.
he escrito ya varios textos sobre este tema, incluyendo sobre una de las primeras críticas al proyecto: que no era un arco en un concurso que pedía precisamente eso, un arco. esa crítica, que parecía impulsada por aquellos finalistas que veían en la descalificación del primer lugar una posibilidad de ocupar su sitio, era del todo infundada: había que entender que lo de arco era un término genérico por monumento y, si no, otra ocurrencia idiota del ejecutivo que debía tomarse por una sugerencia y nada más.
el arco fue entonces una estela y su construcción una serie de errores y confusiones que no sólo revelan la incapacidad organizativa de un gobierno que ya resulta a todas luces indefendible, en esto y en otros asuntos de mucho mayor interés público, sino algo peor, supongo: una incompetencia generalizada que en este país rebasa las ideologías políticas y los membretes partidistas, para definirse como una característica de esa entelequia tan odiosa que es “el mexicano.” emprendedores y esforzados, tal vez, pero sin el talento ni la voluntad de llevar nuestros actos y nuestros hechos hasta la perfección. el grotesco jarrito de barro, mal hecho y mal pintado, curioso pero bajo ninguna mirada perfecto, es la imagen de lo “hecho en méxico.”
el arquitecto, pues, por fin habla y entre líneas deja ver que el problema es una falla institucional que apunta a cadenas de irresponsabilidad que denotan, finalmente, una gran corrupción –asumamos de una vez que corrupto no es sólo quien roba de las cuentas públicas sino también quien, incompetente, no reconoce su falla y deja las cosas hechas mal y a medias. pérez becerril –según el texto publicado en reforma– deja entrever que los (i)responsables son, en la cima de la pirámide, josé manuel villalpando, director del instituto nacional de estudios de las revoluciones mexicanas, y luego alonso lujambio, secretario de educación pública. ninguno supo ni pudo tomar las decisiones adecuadas. ninguno dijo a tiempo esto no se puede ni debe hacer así, no hay tiempo, no hay recursos, no hace sentido. y ninguno lo hizo –y supongo ahí si habría que incluir al arquitecto– por ejercer con excesiva libertad esa otra gran tara del mexicano –junto con la malhechura–: el patético servilismo ante el poderoso. “sí señor presidente, su arco que no es arco estará listo a la hora que usted quiera.”
una cosa si me queda clara de la entrevista que concede pérez becerril –aunque dudo que la lectura vaya a ser la misma de parte del público general–: el estado de abandono legal y práctica indefensión de los arquitectos ante clientes, contratistas, constructores y demás personas involucradas en la construcción de un proyecto. el menor de los males, probablemente, en un caso que revela muchas fallas intrínsecas de nuestro sistema y nuestra forma de ser, pero uno terrible para los arquitectos en este país.
30.5.11
estelas de la estela

19.8.10
la estela de luz... apagada.

Por eso hay que aplaudir la decisión de la Secretaría de Educación Pública, encargada a último minuto de coordinar los festejos inminentes, de inaugurar la estela de luz -como se le califica ahora para evitar las críticas semánticas por haber escogido una placa en un concurso para un arco-en septiembre, sí, mes patrio, pero del 2011, un año después del glorioso bicentenario de la Independencia Nacional y del centenario de la Revolución Mexicana. Culparlos por tal retraso es francamente poco decente y, quizás, exceso de mala leche. ¿Cómo iban a saber, en la Secretaría de Educación -por más educados que estén-, o en cualquier otra para el caso -fuera de Obras o de Gobernación-, que una estructura esbelta, de 104 metros de altura -por aquello de los dos ciclos aztecas que, usted entiende, por metáfora aritmética refieren a los dos siglos de nuestro calendario- debía someterse a estudios de resistencia tanto a sismos como al nada despreciable empuje del viento?
¿Cómo iban a pensar que la plaza de la que se desplantará el monumento era importante? Para algunos sería realmente el espacio cívico y buscaría además solucionar el complicado -para calificar así algo que prácticamente resulta inexistente- tránsito peatonal en esa zona. Pero otros han sabido verlo como puro pavimento y tener que conciliar opiniones y buscar acuerdos para que los defensores del bosque de Chapultepec accedan a abrirlo un poco más a la ciudad les resultó demasiado engorroso.
¿Cómo iban además a adivinar que un monumento para conmemorar dos siglos de la Nación iba a llevarse tanto tiempo en pensarse, primero, diseñarse y luego construirse, si nunca habían hecho otro? El caso más reciente es la Columna de la Independencia y eso ya fue hace cien años. Ya es demasiado tener que organizar lo que pasa en seis años para ocuparse además de temas centenarios. Y sobre todo, ¿cómo entender que los mexicanos esperaban tener el farolito listo para septiembre del 2010 y que les parecería tan ofensivo tener que aguantarse unos meses para verla terminada? ¿Desde cuándo tanta puntualidad de los mexicanos?
Ahí estarán las fiestas y los desfiles, verbenas populares que amenazan ser de tal magnitud que nadie nunca las olvide. Excepto por el problema que las fiestas, por más colosal jolgorio que resulten, son, por definición, efímeras. Y a la gente, si no se les olvida pronto o con suerte nunca, el recuerdo les dura lo que les dura la vida, que por ahora, al menos en su forma terrenal, no es eterna. Y aunque haya videos de alta definición y nos regalen a todos nuestro DVD del Bicentenario -que si tiene la calidad del librito en papel revolución (¿será por el festejo?) terminará borrándose en unas cuantas décadas -parece que a muchos les gustan formas más perdurables para conmemorar.
Y aunque algunos pensamos que ya no son tiempos de monumentos -entre otras razones porque, parafraseando a Walter Benjamin, no hay monumento de civilización que no sea al mismo tiempo monumento de barbarie- habría que haber puesto las cartas sobre la mesa desde un principio: este cumpleaños no habrá pastel, esta Navidad no viene Santa Claus, este centenario no hay ni ángel ni arco ni estela. Sin duda también hubiéramos criticado, pero la crítica se soporta y dudo que el monumentus interruptus no sea considerado pecado -habrá que pedirle consejo al sabio monseñor Sandoval para estar seguros.
7.6.10
las rejas de chapultepec

el arco del bicentenario

"comenzaron a presentarse muchos problemas que retrasaron la obra, por ejemplo, no podíamos comenzar el proyecto ejecutivo porque las autoridades no contaban con un levantamiento topográfico y una mecánica de suelos que nos indicara cosas tan básicas como por dónde pasaba el drenaje o el sistema hidráulico. por ello no fue posible cumplir con los tiempos de entrega"
"un día césar me llamó y me pidió que me retirara del proyecto con el argumento de que yo era un peligro por opinar y decir las cosas como son. Le dije que nadie podía ponernos una mordaza y que necesitábamos decir lo que pasaba, pero consideró que yo resultaría problemático"
"los monumentos son importantes y me parece lógico que se le dé todo el empuje a la estela, [...] es fundamental que la obra trascienda el espacio público a través de esta explanada que techa circuito interior y crea una especie de vestíbulo al bosque a fin de fomentar el esparcimiento y la convivencia. a estas alturas no importa que la plaza no se inaugure este año, siempre y cuando de verdad se realice, porque si no el proyecto quedará incompleto"
4.5.10
el arco del bicentenario

5.2.10
de arco a estela

18.5.09
representación y desempeño

6.5.09
el crítico y el medium (no le toca a saarinen)


- El Arco debía ser un símbolo. En esta guerrilla de (im)precisiones semánticas –qué es un arco, qué no– hay que recordar que los gobiernos Federal y de la ciudad de México convocaron a un concurso para el anteproyecto de "un Monumento (Arco) conmemorativo de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México." En el mismo punto de la convocatoria se aclaraba que esa "obra Monumento (Arco)" debería "ser un hito urbano-arquitectónico, emblemático del México Moderno y un espacio de conmemoración en el Paseo de la Reforma." No se habló en ninguna parte de un símbolo.
- Una obra no es un símbolo. El jurado –dice Toca– "no se dio tiempo para saber distinguir entre un símbolo y una obra." Unas líneas antes Toca habla de "la diferencia fundamental que hay entre un edificio y un símbolo." Asumo entonces que usa obra como sinónimo de edificio o construcción y no en el sentido, que resultaria equívoco para su afirmación, de obra de arte –las que de hecho pueden ser simbólicas. Pero también un edificio o una construcción pueden ser simbólicos. Es uno de los argumentos de la teoría estética de Hegel, por ejemplo, donde habla específicamente de arquitectura simbólica. También es uno de los argumentos de Robert Venturi y Denise Scott Brown al dividir la arquitectura entre edificios o construcciones "pato" –"cuando los sistemas arquitectónicos de espacio estructura y programa quedan ahogados y distorsionados por una forma simbólica global"– y tinglados decorados –"cuando los sistemas de espacio y estructura están directamente al servicio del programa y el ornamento se aplica con independencia de ellos" o no se aplica. La distinción fundamental entre edificio y símbolo que apunta Toca no es, entonces, tan clara. Al contrario, esa diferencia articula de cierto modo aquella entre mera construcción y arquitectura y ha sido críticamente cuestionada e incluso invertida por lo menos desde hace un siglo.
- Si Saarinen no hubiera muerto. Toca retoma la anécdota de Eero Saarinen llegando tarde al jurado de la Ópera de Sidney y rescatando el proyecto descartado de Utzön porque era el mejor símbolo para la ciudad. Toca afirma que el Ar(c)o de Pedro Ramírez Vazquez y Fernando Romero "es el símbolo que la ciudad de México necesita." Como "desgraciadamente Saarinen no fue parte del jurado" del Arco, Toca nos revela que ese proyecto no sólo es "el favorito de la mayoría" y, por supuesto, el suyo, sino que es "el símbolo que ese lugar debía tener." ¿Por qué? Porque es "un círculo de esperanza, identidad y unidad: una verdadera utopía que ahora necesitamos desesperadamente." Lástima que ni Saarinen, ni Toca, el nuevo Saarinen o, quizás, el medium que nos transmite las enseñanzas del maestro, fueran parte del jurado.
el arco y el cerco
Aunque evidentemente opacado por la alerta sanitaria, el concurso para el Arco del Bicentenario sigue dando de qué hablar. El recuento puntual de Miquel Adriá que apareció en estas páginas un día después del fallo del jurado dejó bastante claro el asunto. Agrego unos cuantos comentarios al tema, empezando por la pertinencia del famoso arco.
El argumento de José Manuel Villalpando, coordinador nacional de los Festejos del Bicentenario, resulta tan ridículo que cae por su propio peso. “Creemos que es fundamental –dijo. La ciudad de México carecía de un arco, no hay un arco triunfal, un arco que represente quizás la unidad, quizás los valores más altos de la humanidad y que en las grandes capitales del mundo existen.” Tampoco tenemos, por ejemplo, río, lago o frente de mar, como muchas grandes capitales. Pero retomar el proyecto de la ciudad lacustre suena complicado, exige habilidad política y, seguramente, no estará listo para inaugurarse en el 2010.
Por las propuestas entregadas, parece que buena parte de los 37 arquitectos democráticamente invitados al concurso, incluyendo al ganador, pensaron que tal cómo estaba planteado el concurso –sea en cuanto al sitio, sobre el eje de Paseo de la Reforma, o a la tipología, un arco– era una mezcla de necedad y torpeza. Prácticamente ninguno lo dijo. Jugaron –como ya dijo Miquel Adriá– a hacer lo que pensaron estaba bien sin decir lo que pensaban estaba mal. A los arquitectos no nos gusta ser críticos del poder.
La abrumadora mayoría de los 37 sigue pensando lo monumental como sinónimo de vertical y grande, como si, en asuntos de arte, arquitectura y urbanismo los últimos 40 años del siglo 20 no hubieran existido. Sólo tres propusieron otras formas de monumentalidad, horizontales, no representativas ni simbólicas. En algunos años, una historia crítica y objetiva del arte mexicano de la última mitad del siglo pasado nos dirá, quizás, que la escultura monumental no era lo nuestro. Piénsese en la Cabeza de Juárez, en el Coyote de ciudad Neza o en las viboritas de Mixcoac. También dirá, probablemente, que tratándose de monumentos los arquitectos eran peores escultores.
Con todo, pese a las maniobras de una anónima comunidad de arquitectos abajofirmante, el jurado escogió a uno de los mejores proyectos en la línea “alto, grande, con su dosis de simbolismo pero abstracto”, que probablemente dejaría medianamente satisfechos a quienes hicieron el encargo, a la otra comunidad de arquitectos –la que da nombres– y al público en general. Pero no fue así.
El público parece estar entre confundido y enojado con la elección. No es un arco y el concurso pedía uno. La defensa no ha sido del todo clara. Villalpando calla. Ernesto Alva dijo que “hay otras maneras de pensar un arco” y el único que lo ha dicho con claridad ha sido Felipe Leal: “no es un arco… la forma no importa.” Javier Ramírez Campuzano, hijo de Pedro Ramírez Vázquez –quien, con Fernando Romero, quedó en tercer lugar–, piensa que el ganador, que no es un arco, debiera ser descalificado. Seguramente piensa también que se debe descalificar al segundo lugar, pues no es un arco. Como en concurso de Miss Universo o en Olimpiada, así el tercero ocuparía el primero –aunque siendo estrictos tampoco se trate de un arco, esto es, un segmento de curva, sino de un anillo, la curva completa, cerrada. Digamos que, entre arquitectos, hay algunos que cuando no reciben una asignación directa arrebatan.
25.4.09
el culto postapocalíptico a los monumentos

4.3.09
el arco

Era de esperarse. El Gobierno Federal y su contraparte capitalina, pese a sus notorios y conocidos desacuerdos, tuvieron un punto de encuentro en la ocurrencia de celebrar el Bicentenario con un anacrónico monumento sobre Reforma, a la entrada de Chapultepec, a unos metros del que festejó el primer siglo de la independencia nacional -como si las cosas no hubieran cambiado en 100 años. Probablemente a los respectivos asesores de cada gobernante les fue imposible convencerlos de que, cual cada uno declaró en su momento, un paliativo a la crisis económica es la inversión en infraestructura y que podían seguir bautizando cada nuevo puente, presa, línea de metro o pavimento de banqueta como "del Bicentenario." ¿Qué mejor, señor mío -habrán dicho- que tapizar el territorio nacional con la infraestructura -siempre necesaria- del Bicentenario! Además -pudieron haber agregado-, ya es hora de renovar muchas de esas obras, ya centenarias, hechas por Díaz en 1910. Precisamente -pensó en voz alta cada príncipe. ¿Quién recuerda los mercados, las escuelas o los ferrocarriles de Don Porfirio? -o "del dictador", habrá dicho el otro. En cambio, cada vez que tenemos algo que celebrar -la boda o el triunfo de la selección nacional- corremos al Ángel. Los monumentos sí sirven, señores. Se recuerdan y nos recuerdan nuestra identidad -dijo inspirado, casi poético el mandatario. Vean, por ejemplo -continuó- el Monumento a la Revolución. Iba a ser Palacio Legislativo -interrumpió un consejero atrevido. Exacto -enfatizó, mientras con la mirada reprobaba el atrevimiento del asesor. Y si lo hubieran terminado, nadie hubiera ido más que a manifestar su enojo o su desacuerdo. Así, vacío, sin otro uso que el propio de un monumento, el edificio trasciende la necesidad para convertirse en arte -esto último lo dijo con tono casi filosófico, entornando la mirada y pensando, por un momento, que la idea de convertir al Palacio inconcluso en Monumento había sido suya. Ninguno se atrevió a recordarle que a ese monumento no va tanta gente como al Ángel. Pero señor -dijo otro-, recuerde a Mitterrand, para el bicentenario francés amplió un museo, construyó una biblioteca y un parque, un ministerio, una ópera y hasta un Arco en la Defensa que funciona como edificio de oficinas. ¡Eso! -dijo entusiasmado el jefe. Después de la palabra Arco había dejado de escuchar, ni donde ni para qué ni cómo. Sólo pensó en Roma, en los Luises, en Napoleón. Soñó un arco que fuera la puerta simbólica de la ciudad, bajo el cual pudiera pasar en compañía de distinguidísimos invitados en un auto negro descapotable. ¡Hagamos un arco! ¿A quién se lo encargamos? Los asesores se vieron unos a otros preocupados. Entendieron que ya no había vuelta atrás. Que sus respectivos jefes se habían lanzado en un triple mortal y se pusieron a buscar la mejor red. Un concurso -dijo uno. Abierto e internacional -dijo otro. Así hicieron los franceses. De ninguna manera señores. Eso es muy complicado -dijo el jefe-, esa gente hace todo con demasiada anticipación. Nosotros tenemos que inaugurar nuestro Arco el 15 de septiembre de 2010. ¿Podría ser el 20 de noviembre, Señor? Ganaríamos un mes. No. Septiembre. Quince. 2010. Un concurso pondría en riesgo nuestras celebraciones. Un concurso por invitación -sugirió otro. ¿Por invitación? ¿No contradice eso una celebración republicana de la independencia y la democracia posrevolucionaria? -dijo alguien más a quien nadie oyó. ¿A quién invitamos? -preguntó de nuevo. ¿A cuántos quiere invitar, Señor? A ver. 200 son muchos; entre 6 (por lo del sexenio, ¿entienden?), ¿cuánto da? 33.33-susurró el más avezado en matemáticas. ¿33.33? Cerrémoslo en 40. Además, algo debe tener el 40, ¿no? Los top 40, las cuarenta principales. Gracias -les dijo cada uno a sus asesores. Consíganme 40 arquitectos para mi Arco. Y pónganse en contacto con el Gobierno local -federal, dijo el otro. Tiene que verse que en esto vamos juntos. Son los grandes temas de la Nación los que nos unen. Gracias -repitió. Recuerden: 40 arquitectos, un Arco, 15 de septiembre del 2010 -y salió del salón por una puerta que, para él, era la entrada a la Historia.