30.1.14
27.1.14
un tuit
hoy tuiteé una pregunta: ¿jaquear al df no implicaría hacer pública información que el @gobiernodf resguarda y no sólo la que sí proporciona? para reforzar que era un pregunta terminé afirmando que lo era. la pregunta, por supuesto, tiene que ver con hackdf, el "primer festival de datos de la ciudad de méxico" organizado por el laboratorio para la ciudad. la intención era convocar a "todos los interesados en la apertura de datos" para que "siguiendo los principios de transparencia, participación e inclusión, colaboración e innovación adoptados por el programa de gobierno abierto cdmx" [...] "utilizar los datos que las secretarías del gdf generan y recaban con el objetivo de identificar soluciones digitales que mejoren la vida de la ciudad" y así "facilitar la información de la ciudad de méxico a los interesados que puedan aportar soluciones integrales con ella."
mi pregunta —cuestión, en principio, de términos— partía de suponer que un jaquer trabaja, entre otras cosas, entrando en un sistema al que no se le concede acceso para hacer público lo que debiera serlo y no lo es. el jaquer puede ser un terrorista o un mercenario, pero también un activista —jactivista— que entiende que si la información es poder, también lo es la desinformación —y la combate. claro que mi suposición podía estar equivocada —era un tuit, no un tratado sobre el jaqueo, otro de los tantos temas que ignoro.
según wikipedia un jaquer "es alguien que descubre las debilidades de una computadora o de una red informática, aunque el término puede aplicarse también a alguien con conocimiento avanzado de computadoras y de redes informáticas. los jaquers pueden estar motivados por una multitud de razones, incluyendo fines de lucro, protesta o por el desafío." brian harvey dice que "un jaquer es un esteta" para quien su principal motivación es entender cómo funciona el sistema.
¿habría entonces, para jaquear al df, que hacer pública información del sistema que debiera serlo y que por algún motivo no llega a serlo? no los se: eso es lo que supongo —aunque cierto: no es tema sólo de datos, sino de encontrarles sentido, como le dijo ricardo álvarez a pedro hernández.
a mi tuit, gabriela gómez mont, del laboratorio de la ciudad de méxico, respondió : "por supuesto. pero hay que empezar por alguna parte. hay datos en datos.labplc que nunca habían querido soltar," mientras que mario ballesteros, también del lpc dijo que "fue un gran paso. cosa de ponerse manos a la obra, en lugar de sólo quejarse o menospreciar esfuerzos." hay, pues, quien supone que las preguntas son sólo una queja que menosprecia esfuerzos. esfuerzos innegables, sin duda, pero cuestionables en algunos casos. a mi, por ejemplo, tanta inversión de indudable creatividad en producir instrumentos que pongan información privilegiada al alcance de unos cuantos también privilegiados me parece, en el fondo, afín a la "ideología" —o su ausencia— de un gobierno que presume la pavimentación de una avenida con las tiendas más caras de la ciudad como un gran logro urbano para una ciudad donde la mayoría de las calles y banquetas se encuentran en un estado deplorable y que en sus "grandes proyectos" ha dejado en el olvido casi absoluto al oriente de la ciudad —una zona que realmente necesita acciones concretas y bien planeadas. cuestionable, en fin. pero eso, parece, no hay que decirlo mucho pues aquí se piensa que sólo quien aplaude participa.
19.1.14
el diseño no se ve
me parece que fue bruce mau quien dijo que el buen diseño no se ve. hablaba, creo, del diseño tipográfico. una buena página se lee sin que la tipografía ni la formación se noten, se vean. el lector atento y curioso puede que sepa de fuentes e interlineados, de viudas y huérfanos, que aprecie la relación entre el blanco del margen y el cuerpo del texto. pero cualquier lector disfruta una buena página incluso o, precisamente, sin darse cuenta de esos detalles. recuerdo en cambio algunas revistas de los años 80 en las que sus diseñadores hacían todo lo posible por que cada página fuera un cuadro memorable. páginas en las que el texto, con letra no mayor a los 8 puntos, corría a todo lo largo de la página, a veces sobre alguna fotografía rebasada. se veían bien, pero era muy difícil leerlas. supongo que aquellas revistas no fueron leídas más que por quienes escribían en ellas y quienes las editaban. no se si eso fuera precisamente mal diseño pero cumple con la versión inversa de lo recetado por mau: se ve demasiado y no funciona para lo que debe funcionar. y no se si fue el mismo mau o es frase de otro que complementa la suya a la perfección, pero el diseño sólo se ve cuando falla, cuando estorba.
hace un par de semanas me preguntaba, aquí mismo, qué ven los arquitectos cuando ven arquitectura, propia o ajena. podría ser que, en el mejor de los casos —cuando no están viendo una versión abstracta y generalmente menor de su autorretrato— los arquitectos pongan atención tratando de ver eso que precisamente no se ve: el buen diseño.
antes de continuar debo aclarar —o aclararme, pues si no lo traigo a cuento seguramente nadie más lo hará— que hace muchos años escribí que la arquitectura no es diseño. había en tal afirmación algo de esa pedantería del gremio que sostiene, por un lado, que el arquitecto es capaz de diseñarlo todo —desde la cuchara hasta la ciudad, como reza la famosa frase— pero porque, precisamente, del otro lado, la arquitectura no es simplemente diseño, sino algo más. hace poco leí una frase similar de pier vittorio aureli: la arquitectura no es diseño, decía, sino una manera de conocer el mundo que a veces se sirve del diseño. pero probablemente lo contrario sea igualmente cierto y el diseño es el que a veces se sirve de la arquitectura.
¿qué es el diseño? cuando le hacen esa pregunta a charles eames, responde:
se puede describir el diseño como un plan para disponer elementos de modo que cumplan con un propósito particular. si pensamos que la descripción de eames, diseñador, tiene cierto tono pragmático —en el sentido filosófico del término— la del filósofo alemán peter sloterdijk es una tanto más fenomenológica. el diseño, dice, es la producción artificial de superficies de percepción y de usuarios sobre funciones invisibles, es decir, un realce estéticamente intencionado de motivos funcionales si no inadvertidos. como el diseño tipográfico en el caso de una página la hace legible, el diseño en general hace sensible —de ahí que sea estético— lo que de otra manera no lo sería: la empuñadura del bastón, el asa de la jarra, el mango del cubierto, no sólo hacen al bastón, a la jarra o al cubierto disponibles para nosotros y los usos que les asignamos, sino que nos disponen, nos predisponen a nosotros mismos a ciertos modos, a ciertas maneras de usarlos e incluso de comportarnos. claro que la empuñadura del bastón tiene una forma: una simbólica cabeza de león —o un cráneo, como aquél que usara mapplethorpe— o alguna otra que, ergonómicamente, hace mejor juego con la mano. pero lo importante no es esa forma sino cómo nos conformamos con ella, a ella. de nuevo, las maneras y los modos. lo otro —la cabeza del león o el cráneo— son modismos, amaneramientos. no están mál —eso es un juicio moral y no estético—, pero apelan al ojo más que a cierta predisposición del cuerpo —y disposititio, dice girogio agamben, es la manera como los latinos traducían el griego oikonomia. cuando la economía del gesto se corresponde con los modos y las maneras del uso, entonces hacen del diseño, en tanto objeto, un dispositivo apropiado, como diría eames, para cierto propósito particular. es entonces cuando el diseño tiene efectos y, sobre todo, afectos —que es, según deleuze y guattari, la característica propia del arte: afectarnos. es así, como la magdalena de proust, que el diseño reúne y desata en nosotros comportamientos que acaso habíamos olvidado —por eso, cuando describe una camisa recién comprada diseñada por yohji yamamoto, wim wenders dice que se siente como debe sentirse una camisa, como si esa camisa ya la hubiera usado antes.
13.1.14
los concursos
desde hace algún tiempo he insistido, casi obsesivamente, en la necesidad de que en méxico los proyectos para obra pública sean concursados y que los concursos que se planteen sean claros y transparentes. por supuesto no soy el único en hacerlo. varios amigos con la misma preocupación nos hemos reunido, discutido y publicado algunas opiniones en un blog al que llamamos proyecto público.
otros más, desde distintos medios se han sumado a lo que en principio parece no ser tema de debate: la gran mayoría está de acuerdo en que la mejor manera de asignar un proyecto de arquitectura, urbanismo o diseño pagado por el erario y que terminará beneficiando y afectando al público, debiera ser un concurso. no sólo es un tema de transparencia: un concurso bien planeado supone menos incertidumbre al saber por qué alguien en particular estará encargado de un proyecto, sino también de producción de ideas: los concursos hacen que muchos concentren en poco tiempo su capacidad en un tema preciso, definido. también sirven para abrirle el campo a jóvenes con poca experiencia: arquitectos hoy reconocidos y premiados iniciaron sus carreras ganando un concurso —para no hacer una lista pensemos tan sólo en piano y rogers ganando el del centro pompidou a principios de los años 70, cuando tenían 34 y 38 años respectivamente. también los concursos son en parte la causa de que algunos de los países tengan arquitecturas sólidas y consistentes —no sólo con buenos arquitectos, como pasa en méxico, sino con buena arquitectura pública, como en general no ha pasado aquí desde hace varias décadas.
por supuesto hay también las críticas a los concursos. en general al procedimiento y los posibles vicios que implica. en marzo de este año la architectural foundation organizó un debate en londres con el título and the winner is… jeremy till argumentó con gran claridad contra los concursos —o, diría yo, contra ciertas perversiones del concurso. till decía que un problema con los arquitectos es que sus ideas tienden a ser opacadas por sus edificios y que los concursos rara vez tienen que ver con pensar la arquitectura como un proceso de diálogo y conversación con el otro —tema central de su libro architecture depends.
también dice que los concursos en general producen tres tipos de proyectos: los diagramáticos, fáciles de entender a primera vista, los gestuales, donde la forma prevalece sobre las ideas, y los que replican algo ya conocido —¡cuántas veces no ha ganado alguien en un concurso porque el jurado supuso que el proyecto era de otro arquitecto! till dice también que los concursos privilegian la imagen y que hay proyectos hoy admirados por todos que, en un concurso, jamás hubieran ganado. lo que argumenta till es cierto. pero son parte de los riesgos de los procesos democráticos —asumo que los concursos aspiran a serlo. también el mejor parlamento puede votar una ley equivocada o confusa, pero será preferible a la imposición autoritaria —aunque el tirano sea un ogro filantrópico.
y se entregará otro de nuevo mal planteado: el del pabellón de méxico en milán en el 2015.
también probablemente sepamos qué pasó con ese concurso que es secreto a voces: quién diseñará el nuevo aeropuerto de la ciudad de méxico —aunque tal vez nunca sepamos por qué— y sabremos quiénes fueron invitados al de la ciudad de la salud
que propone el gobierno del distrito federal. no sabremos, por otro lado, por qué en la delegación miguel hidalgo, por ejemplo, se escoge a ciertos arquitectos para algunos proyectos —ni siquiera por qué se decide hacer esos proyectos, aunque los presenten como la gran transformación de masaryk en nuestra quinta avenida— o quién y por qué el grupo danhos demolió sin autorización un edificio clasificado por bellas artes, con el permiso del gobierno del distrito federal y en qué beneficia eso a la ciudad, por citar sólo dos ejemplos.
habrá que insistir en la necesidad —y yo diría la obligación— de convocar a concursos cuando se trate de arquitectura pública. sobre todo incluyendo a los arquitectos más jóvenes: es, insisto, la mejor manera de darse a conocer y, en un país donde —ya se ha dicho— los conocidos cuentan más que los conocimientos, tal vez la única. habrá que entrar a algunos de los concursos que haya pero no por eso dejar de criticar sus fallas —al menos esa ha sido mi posición. habrá que exigirle a los colegios de arquitectos de los distintos estados que tomen posición al respecto.
pero sobre todo, habrá que esperar que nosotros, los arquitectos, hagamos algo al respecto. ya lo escribió francisco pardo respecto a la conservación del patrimonio arquitectónico: los arquitectos somos los peores enemigos de los arquitectos. Y los concursos no son la excepción. todos decimos apoyar la idea pero nos alegra la asignación directa si somos los beneficiarios —que así son las reglas del juego hoy, sí: pero pedirle a dos amigos presupuestos alzados para ganar una licitación no hacen de ese juego uno muy limpio. [preguntémonos, por curiosidad, qué pasaría con reglas claras: ¿cuántos de nuestros arquitectos notables en méxico han ganado en concursos abiertos internacionales? una reducida minoría. en el mejor de los casos, será la falta de práctica.]
muchas veces he oído quejas sobre los pocos arquitectos que hacen obra pública —o que se publican, aunque ese es un asunto distinto. para abrir ese selecto círculo, habrá que exigirle a cada presidente municipal y a cada delegado, a cada gobernador y a cada institución transparencia y claridad en la asignación de proyectos que, a mi parecer, sólo garantizan los concursos.
10.1.14
Suscribirse a:
Entradas (Atom)