4.5.09

el mapa del dr. snow

En agosto de 1854 un brote de cólera asoló el barrio londinense de Soho matando a 616 personas. La epidemia pasó a la historia, sin embargo, no por el número de muertes sino por el trabajo del doctor John Snow, uno de los padres de la epidemiología moderna, quien sostenía la transmisión oral del cólera, por vía de agua contaminada, oponiéndose a la teoría generalizada del miasma que sostenía que los males eran causados por aires o vapores maléficos –idea equivocada pero responsable de buena parte del higienismo de finales del siglo 19 y principios del 20 que recetaba aire fresco y buena iluminación como prevensión universal de casi todos los males. Parte fundamental del trabajo de Snow fue la elaboración de un mapa que con precisión localizaba a cada víctima de la epidemia. Steven Johnson, autor Sistemas emergentes, o que tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, escribió también un libro al respecto: Ghost Map. Y aunque Tom Koch explica como ese famoso mapa ha sido reinterpretado y sobreinterpretado por cada comentarista –lo que debería quizás decirse de cada mapa valioso de la historia– Edward Tufte lo incluye como caso ejemplar de la manera de mostrar evidencia para tomar decisiones en su libro Visual Explanations. Para Tufte la importancia del mapa de Snow reside en su método:
  1. Colocar los datos en un contexto apropiado para poder evaluar la relación entre causa y efecto
  2. Hacer comparaciones cualitativas –cuándo, por ejemplo, 616 muertos son demasiados: si las defunciones tienen lugar en un radio de pocos cientos de metros y en tres o cuatro semanas el problema es distinto a si es el resultado en un barrio o en una ciudad y a lo lalrgo de un mes o de  un año.
  3. Tomar en consideración expliaciones alternativas y casos contrarios. Snow mapea incluso casos que parecen contradecir su teoría de la transmisión del cólera por agua contaminada. Snow registra el caso de una mujer muerta por la epidemia que vivía a una distancia considerable de Broad Street, epicentro de la enfermedad. Tratando de explicar el caso que aparentemente contradecía su teoría, Snow descubre que diariamente esta mujer enviaba un coche a llenar una botella de agua en la fuente de dicha calle, pues prefería su sabor.
  4. Valorar los posibles errores en los números reportados en las gráficas.
Lo más importante, según Johnson, fue que Snow no estaba interesado sólo en casos aislados, "sino en cadenas y redes, en el movimiento de una escala a otra."

Ahora que la pandemia de influenza A (H1N1) –por cierto, más allá de las explicables manifestaciones de discriminación que ha generado, hubiera preferido que en la historia de la patología entrara la gripa mexicana, en vez de tener que preguntarnos a cada estornudo si no habremos contraído la A (H1N1)– parece ser menos devastadora de lo que se temía, habrá que esperar una evaluación de la epidemia estadística, gráfica y geográfica, que pueda informarnos para futuras tomas de desición. Pese a las puntuales conferencias en las que el Secretario de Salud se esforzó por responder a casi cualquier pregunta –hubo, por ejemplo, una reportera que preguntó si se había valorado el efecto del cierre de restaurantes y gimnasios en el aumento de la obesidad, y Córdova, amablemente, intentó responder, aunque su cara dejaba ver lo que muchos pensamos–, las cuentas y los datos siguen desconcertando y, sobre todo, como apunta Jesus Silva Herzog en su texto de hoy en el Reforma, valorar la pertinencia de la reacción.

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