Lo más sorprendente es que un país que evita por todos los medios competir se dedica a acumular récords Guinness. La UNAM no quiere ser evaluada, los maestros no quieren concursar por sus plazas, en Pemex ni el término concurso por plaza parece existir, en muchas universidades privadas hay pase automático y con sólo pagar y cumplir con un mínimo, bastante menor, estás adentro. Una buena parte de nuestros empresarios más ricos están en sectores con poca competencia y hacen todo por continuar así. Nuestros bien pagados futbolistas locales suelen llevar a nuestra Selección al fracaso cuando competimos en mundiales y justas similares, y en la mayoría de los deportes nos pasa lo mismo.
¿Entonces por qué tanta obsesión por romper récords Guinness? Por lo mismo que no nos gusta competir. Son récords basados en el principio de no competir. Se trata simplemente de hacer algo más grandote o con más gente. Si tenemos el árbol de navidad más alto del mundo es simplemente porque nuestro gobierno capitalino decidió usar nuestros impuestos para hacer uno más alto y se trajo a una empresa brasileña para hacerlo. A nadie en el mundo le interesa realmente el tema. No estamos compitiendo por tener la ciudad más eficiente, más competitiva o más segura. Tampoco por tener más de algo que produzca bienestar al ciudadano y que, por lo tanto, otras ciudades estén también buscando. No existe un torneo mundial de alcaldes persiguiendo el árbol de navidad más alto del planeta y nosotros, por nuestro esfuerzo, creatividad e ingenio, fuimos más competentes que el resto de las ciudades. Las otras ciudades no gastan dinero en esos esfuerzos porque no es fácil justificar recursos públicos para este tipo de frivolidades cuando hay tantas tareas por hacer.
cualquiera que haya visto del abeto de más de 25 metros de alto con su estrella de cristal swaroski en el rockefeller center de nueva york, como cualquiera que haya visto las playas de parís en verano, o quien haya visto los tranvías en amsterdam o en burdeos, o el sistema de autobuses de curitiba, o el de bicicletas en parís, por ejemplo, sabe que el árbol de reforma, las playas chilangas, el tranvía propuesto del centro a buenavista, el metrobús –con todo y su premio en harvard– o los inútiles ciclotones domingueros, son muestras ingenuas y torpes, o bien de la mediocridad de las autoridades de esta ciudad o bien de su descarado cinismo. imagínenselo: marcelo va a nueva york o a parís, ve el árbol o ve las playas, o platica con algún alcalde sudamericano acerca de mejoras urbanas bien logradas y, regresando al df, le indica a alguno de sus secretarios, con seguridad pasmante, que quire tener aquí el árbol navideño más grande del mundo, cerrar algunas calles algunos domingos para andar en bici, poner otra línea de metrobús en tal calle, como si le apostara al transporte público, y extender el segundo piso del periférico por allá, porque no hay transporte público, un tranvía amarillo en el centro, para poder pasear con visitantes distinguidos. ah, y todo para dentro de tres meses y un presupuesto reducido –culpa del gobierno federal, obviamente. ningún asesor ni secretario le dirá "señor, eso no se puede, no tan pronto, no con ese dinero." mucho menos "señor, eso no tiene sentido, eso así no funciona o eso aquí no sirve." eberard inaugura lo que ha pedido en el tiempo solicitado. no se da cuenta, o no le interesa, si se trata de un caso más de ciudades potemkin (probablemente no sepa qué es eso). en su cabeza el ve que el árbol de reforma se parece al de nueva york, que las playas chilangas son igualitas a las del sena, que el df y curitiba son ciudades hermanas, que la ciudad de méxico es un paraíso para ciclistas. ¿estupidez o cinismo? ustedes decidan.
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