tras cocido y archicocido, el segundo texto de parent es le déclin, la decadencia. tras varios años de reconocimiento y triunfo, un arquitecto (probable alter-ego de parent), despierta incapaz de reconocer lo que lee y lo que ve en las lustrosas revistas de arquitectura como eso: arquitectura. eso, dice, anuncia su inminente decadencia y segura desaparición en el limbo de los desconocidos. a diferencia de otras épocas en que la arquitectura se entendía como un movimiento cultural generalizado (entre los años 20 y los 30 y los 50 y los 80), hoy
“el arquitecto, al contrario, se debe al hecho de blandir su singularidad, de distinguirse por una expresión extremadamente personal que no se liga a ningún movimiento estilístico identificable.
el arquitecto se individualiza con ferocidad con el objetivo principal de enfocar la atención sobre sí mismo y su obra, para lo que necesita intervenir con fuerza, determinación y pretensión cultural.”
parent dice que siempre ha habido arquitectos privilegiados por el poder. pero que la manera como se otorgaban tales privilegios en el antiguo régimen, según reglas sociales y jerárquicas más o menos claras, ha sido sustituida por un sistema de castas reguladas por los medios.
“hay una casta suprema cuya razón de ser y cuyos principales privilegios son: atraer siempre la atención sobre los proyectos de los miembros instalados, sobre sus gestos y sus posturas. conquistar de oficio la inscripción a la lista de invitados a todo gran proyecto y a todo concurso internacional. recorrer el mundo en todos sentidos, pasando en 24 horas sin transición de nueva york a moscú, de pekín a los emiratos árabes.”
a este nuevo “medio arquitectural” organizado por castas, parent propone lo designemos como “los juegos olímpicos permanentes de la arquitectura”: “un combate permanente entre participantes que se conocen y se reconocen.”
parent argumenta que hoy, parece que no hay nada entre la casta divina y la de los intocables. nada entre la catedral espectacular y la nada urbana. nada entre lo excepcional y... la nada. y nos invita a (volver a) ocupar el espacio intermedio: “una arquitectura continua que no sea más una aglomeración de construcciones que encierran sino una textura, un mantel que junto con el suelo mantendrá una proximidad permanente de inmensos puentes urbanos.” pensada así, sugiere, la decadencia –la declinación– no será una caída libre sino un cambio voluntario y progresivo sobre un plano inclinado –un plano oblicuo, por supuesto.
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