3.5.10

estado de excepción

no se trata esta entrada de las ideas de carl schmitt o de su comentario por giorgio agamben, sino del estado de las cosas hoy en este país. algo a lo que, seguramente, todos deberíamos oponernos, pero al que hemos llegado en casi absoluto silencio de aquellos que nos pensamos al margen de lo que oficialmente, desde hace tiempo, ya se asume como una guerra declarada.


hace doce años o algo más, mi madre compró un terreno y construyó una casa a unos 15 minutos de cuernavaca. durante esos doce años, ha ido constantemente a su casa. generalmente se queda sola. hace un par de años, al llegar, encontró que la puerta de entrada había sido tirada a golpes, al igual que la de una habitación. el cuidador le dijo que habían intentado robar, pero nada faltaba. después se enteró que a la casa habían entrado, de manera violenta, miembros de la extinta afi, buscando, supuestamente, a un sospechoso de narcotráfico. la gente del lugar parecía preferir hablar de un ficticio e infructuoso robo que del asalto real de la policía.


hoy, lunes 3 de mayo, día de la santa cruz, recibí una llamada al cuarto para la una de la mañana. era mi madre desde su casa de campo. se metió el ejército a la casa, me dijo. poco después de la media noche, los perros de la casa ladraron y la despertaron. abrió la puerta de su cuarto para encontrar a tres soldados a la mitad del patio. ¿qué hacen aquí?, les preguntó. no hubo respuesta. ¿cómo entraron? por la puerta, dijeron. ¿pero si está cerrada?, respondió mi madre. la habían tirado, de nuevo. le preguntaron si estaba sola y le pidieron abriera todos y cada uno de los cuartos de la casa. afuera había casi una decena de soldados en un camión. el militar a cargo –muy amable, dice mi madre– se acercó y le explicó que habían ido a causa de una denuncia anónima. que en esa zona hay mucho narcotraficante y que en los próximos meses habría operativos constantes y lo mejor sería que se quedara en su casa de la ciudad por ese tiempo.


tras más de 22 mil muertos en tres años, la décima parte de los cuales con ninguna relación ni con el narcotráfico ni con su combate, incluyendo niños, lo que le sucedió a mi madre puede no ser más que una anécdota sin consecuencias. pero es, sin duda, signo del estado de las cosas. más allá del riesgo –desigualmente repartido en el territorio nacional pero según parece cada vez mayor en algunas partes– de ser víctimas del fuego cruzado entre criminales y ejército o policía, todos nos hemos convertido en sospechosos, y las mínimas garantías que impiden que el estado ejerza su fuerza sobre cualquier ciudadano parecen estar suspendidas de facto: un día o una noche, al abrir la puerta de tu casa, puedes encontrar al ejército o a la policía dentro de tu propiedad, exigiendo sin que ninguna orden judicial lo avale, revisarlo todo, porque alguna denuncia anónima les advirtió de algo, porque en la zona se sabe que hay narcos, porque esta guerra, nos dicen, hay que ganarla a como de lugar, y algunos serán héroes, otros víctimas y todos rehenes ya más reales que virtuales del estado de excepción.


más allá de si estamos de acuerdo con la estrategia del gobierno para combatir al crimen organizado y al narcotráfico, debemos exigir todos claridad respecto a una cosa: si, como insiste el gobierno, el estado de derecho se mantiene, hay que hacer valer las garantías ciudadanas a cualquier costo: no podemos permitir ser tratados todos como sospechosos. si no es así, si vivimos ya en un estado de excepción, el gobierno debiera declararlo y asumir la obligación de restablecer el estado de derecho a la brevedad -¿o será que nunca lo ha habido realmente en este nuestro estado fallido?


casualidad o coincidencia, el sábado leía un texto de hans magnus enzenberger: balada de chicago, modelo de una sociedad terrorista. enzenberger habla de la condición precapitalista –y por tanto premoderna y preilustrada– de la mafia pero también de la sociedad que la engendra: el romanticismo de los intocables se vive de otro modo en región cuatro.

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