y aunque la idea tiene algo de chantaje –de hecho toda la "campaña" de dicha asociación ha demostrado que, al menos en publicidad, la creatividad del mexicano es otro mito– sería, por otro lado, un buen modo de terminar con la moralista y populista –cómo iba a ser de otra manera– guerra contra los espectaculares del gobierno capitalino –eso incluso desde tiempos de lópez obrador.
suponer que los anuncios son necesariamente malos porque estorban y deforman el paisaje urbano es pensar que todavía vivimos en un paisaje pintado por josé maría velasco, en la ciudad de los palacios o en la región más transparente. no, esa ciudad bella –o, más bien, esa idea de belleza– ya sólo existe en la calenturienta y nostálgica imaginación de unos cuantos. periférico, digamos, con, pero también sin anuncios es, en general, bastante feo y, peor, sin chiste. cuando quitan los anuncios nos damos cuenta que atrás ya no están ni el esplendor de la geografía del valle de méxico ni una ciudad armoniosa o –lo que sería seguramente mejor– siquiera interesante.
asumir que la publicidad ocupa y también, en cierto sentido, es espacio público, y que por tanto quienes usufructúan de ella deberían cumplir con reglas básicas, ya es ganancia. primero, por supuesto, seguridad, tanto en sus estructuras físicas como no distraer u obstruir visibilidad. pero también destinar un porcentaje de vayas y espectaculares para el uso público y no sólo publicidad del gobierno sino proyectos sociales o culturales y, como con la idea de las azoteas verdes, aprovechar las estructuras con otros fines, generando espacio público en el sentido tradicional –sí, azoteas verdes, pero también cafés, gimnasios, salones y demás espacios de uso público– a partir de las estructuras de los anuncios.
algo podríamos salir ganando todos.
p.s. tras escribir lo anterior, leo la misma nota en el reforma. ahí algún comentario de un lector insiste en el tema de la contaminación visual. y si bien pueden hacerse estudios científicos sobre el impacto sicológico de los espectaculares en la calle y del riesgo que podrían implicar –desde distraer a automovilistas hasta hipotéticos trastornos en la atención–, como se mide el riesgo que genera cierto porcentaje de bióxido de carbono en el aire o plomo en el agua, calificar a los anuncios de contaminación es un claro caso, me parece, de moralismo estético –que usualmente tiene más de moral(ina) que de juicio estético.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario