7.7.10

si las apariencias no engañan, no sirven para nada

no importa si es divine –harris blenn milstead– o grace jones –grace jones– : las apariencias siempre engañan. ¿si no para qué son? por supuesto que al decir que las apariencias, por necesidad y obligación, siempre engañan, hay que aclarar inmediatamente que no es porque oculten, por debajo, una esencia o una sustancia original, auténtica, verdadera. las apariencias engañan porque lo único que hay es el engaño o más bien, para evitar el moralismo –engañar es malo– y el protagonismo –hay un autor del engaño– ilusión: ilusión de ilusiones, todo es ilusión. “¿qué es la vida? –escribió calderón de la barca– un frenesí. ¿qué es la vida? una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”


pero estas sombras, a diferencia de la interpretación convencional de la caverna platónica, no son proyectadas desde un más allá ideal y, por tanto, inaccesible. se construyen desde adentro mismo. son puro teatro sí, pero como cantaba la lupe: falsedad bien ensayada, estudiado simulacro. no hay nada detrás –o al menos nada que importe. no hay verdad sino en la apariencia –y, por tanto, no hay verdad más que como engaño, como ilusión, como sombra, como estudiado simulacro y falsedad bien ensayada.


creo que es en su libro la intimidad que el filósofo español habla de dos ideas contrapuestas del yo, de la personalidad. una, la del aguacate, supone que, por debajo de la piel que mostramos a los otros, dura y protectora, hay una carne jugosa y sabrosa y, más abajo, un núcleo duro y con el potencial de germinar. la otra idea, la de la cebolla, encuentra debajo de la delgada piel que vemos hay otra, y luego otra, y otra, y otra. si las quitamos todas, una por una, nos quedamos con nada. no hay esencia, no hay núcleo, no hay hueso duro que roer.


atrás de mies van der rohe no está, simplemente, ludwig mies, ni atrás de le corbusier, charles édouard jeanneret-gris –ni atrás de david bowie, david robert jones, ni alberto aguilera valadez atrás de juan gabriel). primer proyecto del arquitecto –o del artista, o del cantante, o de cualquiera–: producirse a sí mismo como otro (es el título de un libro de paul ricoeur), a sabiendas de que –ya lo dijo rimbaud– yo siempre es otro.

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