hoy se cumplen 140 años del natalicio de adolf loos (1870-1933), el arquitecto que en el cambio de siglo entre los siglos 19 y 20, decretó al ornamento como un delito, a la arquitectura como un arte sólo en ocasiones excepcionales –cuando es tumba o monumento–, el principio de revestimiento –que dicta que, conceptualmente, primero se determina la envolvente que conforma a un espacio y después, en segundo lugar, se piensa su estructura– que deriva en una ley –la ley de revestimiento, que prohibe la confusión entre el material revestido y el que reviste, en otras palabras, que la madera pueda pintarse de cualquier color menos color madera–, y criticó a los vieneses de la secesión por sus muebles, sus vajillas, sus zapatos y sus calzones –literalmente.
escribió bien y bastante y mucho lo publicó en una revista redactada, a la manera de karl krauss, enteramente por él y titulada das andere: lo otro –ya en alguna nota por aquí perdida confesé la relación entre el título de este blog y el de aquella revista, más pretenciosa pedantería que humilde homenaje.
algunas de sus ideas quizás no sean del todo aplicables hoy. hay quienes las ven incluso como visiones de un conservador eurocentrismo no sin dejos de clasismo –uno de un burgués ilustrado que veía con igual desdén hacia abajo que hacia arriba, aunque probablemente despreciando mucho más la ignorancia y el mal gusto de los poderosos. su visión del ornamento tiene algo de esto. cuando condena, por ejemplo, el uso de tatuajes, aceptándolos como una curiosidad en pueblos primitivos como los papuanos y condenándolos en una persona moderna –quien si tiene algún tatuaje, dice, es porque está en la prisión o, si no, lo estará.
pero la visión de loos era, sin duda, crítica y avanzada para su tiempo y supongo, distinta, lo hubiera sido hoy. la crítica al ornamento se deriva de una economía a un tiempo política, social y simbólica. el ornamento es rechazado no por una estética sino por una ética: si su uso ya no tiene las lógicas y las consecuencias que una economía simbólica hoy –en el hoy en que escribe loos– desaparecida, su producción sólo puede implicar un gasto inútil y una inversión –de trabajo y recursos– que no será plenamente retribuida –y de ahí que se vuelva, también, inaceptable para una economía política y social y, finalmente, éticamente.
loos plantea esta inutilidad criminal del ornamento, entre otros ejemplos, en el caso del vestido, comparando distintas formas de vestir. afirma que los trajes típicos, apreciados mayormente por quienes pueden usar cualquier otro tipo de vestido, constituyen una manifestación simbólica de exclusión y rechazo, al ser utilizados, por necesidad, por aquellos que no han tenido acceso a nuevas y modernas formas de vida y confort. de manera similar hace una crítica de la ropa interior, acusando a la aristocracia vienesa de finales de siglo 19, de inútil e improductiva, al usar ropa interior de lino, poco o nada apta para el trabajo físico, comparada con la ropa interior de algodón, que entonces empezaban a usar ingleses y americanos –a los que loos admiraba– y que era evidencia, por fresca y cómoda, de gente dedicada al trabajo.
de loos, pues, habría que intentar una doble lectura. la primera, en el contexto de su tiempo, entendiendo de qué manera ejerció su crítica y qué condiciones han cambiado hasta hacer que algunos de sus puntos de vista no tengan el mismo sentido, y la segunda estratégica, entendiendo que la manera de operar –leyendo la cultura material de una época como un sistema complejo que revela entramados culturales, políticos, económicos y sociales, además de meramente estéticos (adelantándose en eso a benjamin y barthes, por ejemplo), es una forma en la que aun podemos –y me siento tentado a decir: debemos– trabajar.
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