3.1.11

de vestíbulo, a monumento, a mirador





el monumento a la revolución no es un edificio muy afortunado. no por sus proporciones –lo que no es culpa de ninguno de sus arquitectos: ni de émile bénard, a quien tras un turbio concurso se le adjudicó el diseño de lo que debía ser el palacio legislativo, ni de carlos obregón santacilia, quien en los años 30 propuso transformar la estructura del inconcluso palacio en el actual monumento– y tampoco por su entorno, deteriorado y no aprovechado a todo su potencial.
una de las pocas obras terminadas en el recién terminado año del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución fue la rehabilitación de dicho monumento, de la plaza en que se encuentra y del museo en su sótano. como la otra obra del porfiriato terminada en los 30s y remodelada el año pasado –bellas artes–, la intervención ha sido criticada, acaso con un purismo demasiado estricto, sobre todo por el ascensor inmodesto que, casi al centro de la cúpula, conecta al museo en el sótano con el mirador en la base de la misma. con todo, más allá de la probable razón de alguna de esas críticas, el resultado ha sido un espacio público –empezando por la plaza con fuentes ocupada por niños que corren, ciclistas y paseantes, además de los concurridos mirador y museo– de esos que mucha falta le hacen a esta ciudad: vivo, divertido, plural y –lo que no debiera asombrar hablando de espacio público– con público.

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