la caridad inducida y casi obligada se ha vuelto en este país una manera como los empresarios locales satisfacen sus anhelos filantrópicos y aplacan sus improbables sentimientos de culpa por resultar beneficiados por una estructura social nada equitativa, que favorece los monopolios y la poca o nula competencia y otros usos y costumbres absolutamente premodernos. sales del super y en la caja te preguntan si quieres redondear la cuenta, igual en la farmacia. al sacar dinero en el cajero automático pretenden sorprenderte, tras hacerte un abusivo cargo si no es el de tu banco, con más donaciones. en el cine –que no es barato y que en alimentos y bebidas hacen un negocio cercano a la usura– te presumen su altruismo realizado con los cinco pesos que te piden donar en taquillas o dulcería. dona, dona, dona. así como en ningún lugar del mundo civilizado –no gobernado por dictadores egolatras, esto es– he visto tanta y tan mala propaganda política en cine, radio y televisión –hicimos esto, terminamos aquello, atrapamos a aquél–, en ninguno he visto tantas y tan orquestadas campañas que inciten a los ciudadanos comunes a la caridad. y tanta insistencia, a mi, que seguramente soy un mal pensado, me hace pensar mal. no puedo más que recordar a zizek: la caridad es una manera de despolitizar los problemas. por lo pronto, como aquel personaje de perros de reserva que no cree en las propinas, yo no creo en la caridad.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario