Se que esta es, en principio, una columna de arquitectura, por algo se titula arquitextos. Podría sin embargo tomar como excusa el hecho de que “está en el aire”, de que es uno de los temas del momento, tanto por el documental “Presunto culpable” como por el affaire diplomático con el gobierno francés por el caso Cassez. Hay algo más, sin embargo.
En la escuela de arquitectura, en los cursos de proyectos, comúnmente he usado y quizás abusado de la analogía del juicio. Del juicio, siempre aclaro, como lo vemos representado en los programas de televisión americanos. Un proyecto de arquitectura, acostumbro decir, también debe presentarse, como un caso judicial, a partir de evidencias que, dispuestas de cierta manera, en cierto sentido, hacen sentido –y normalmente comento aquí la diferencia entre la concepción que tenemos, en español, de que las cosas tienen sentido contra aquella, anglosajona, de que hacen sentido: make sense.
Hay cierta manera de pensar, de argumentar y razonar, que es, digamos, arquitectónica. No se trata de un recurso propio o exclusivo de arquitectos –de hecho, supongo que la mayoría lo usamos poco–, sino de la arquitectura como idea, como imagen de cierta forma de organizar no sólo espacios sino, sobre todo, ideas. Algunos filósofos la han calificado como la metáfora arquitectónica. De Platón a Wittgenstein, pasando por Descartes, grandes filósofos de la tradición occidental han presentado la lógica racional mediante la imagen de la construcción, del edificio que, bien fundamentado, se erige de abajo hacia arriba cuidando que cada parte corresponda con la que le sigue de manera que la estructura pueda sostenerse por sí misma de manera independiente al andamiaje que sirve para fabricarla.
Pero el pensamiento del arquitecto no sólo es una imagen de filósofos. Hace poco vi, por primera vez, en televisión, una versión de 12 Angry Men (la de 1977, dirigida por William Friedkin). Para quienes no conocen de qué trata esta historia –escrita originalmente para televisión en 1954 por Reginald Rose y filmada por primera vez en 1957 por Sidney Lumet, además de muchas puestas en escena– un jurado (una docena de personas, todos hombres en este caso) debe decidir sobre la culpabilidad de un joven acusado de matar a su padre. Como dictan las leyes, la decisión del jurado debe ser unánime. Al principio parece que todos concuerdan en la culpabilidad del acusado, pero tras la primera votación, abierta, uno de los jurados, el número 8 –en la versión que vi interpretado por Jack Lemmon– dice no estar tan seguro. Poco a poco va cuestionando las pruebas que parecían de una claridad irrefutable, no para negarlas todas sino para establecer la famosa duda razonable.
En algún momento el jurado número 8 dice ser arquitecto. Y no se trata, pienso, de un mero dato anecdótico. Así como, al final, sabremos que el jurado número 3 –interpretado por George C. Scott– juzga al acusado por su propia experiencia con su hijo, el 8 duda de varias pruebas a partir de su experiencia en tanto arquitecto: lo que se puede ver en unos cuantos segundos desde una ventana mientras pasa el metro o qué tanto tarda un hombre viejo que cojea en llegar de su cuarto a la puerta. Pero no sólo son esos testimonios los que desmantela a partir de un análisis específicamente arquitectónico o espacial. Critica también otras pruebas a partir de su consistencia lógica, a partir de un razonamiento, digamos, more geometrico.
Sería equívoco pretender que ese modo de razonar sea una cualidad de los arquitectos, insisto, pero sí de una imagen que la razón se construye de sí misma a partir de la arquitectura o de lo arquitectónico, de lo claramente construido, de lo que se logra sostener a sí mismo. Y eso, vistas a lo exhibido por el documental “Presunto culpable”, es algo que en nuestro sistema parece una grave falta, en ambos sentidos del término.
Urge aquí, además de justicia, construir una razón arquitectónica, esto es, bien construida y, por tanto, razonable.
2 comentarios:
Dice Alberto Pérez Gómez que la palabra más usada por Vitruvio en su tratado es "ratio" (que puede traducirse como razón, proporción o analogía) ¿Afirmas la racionalidad en la arquitectura?
diría que la racionalidad es arquitectónica –en un sentido amplio de ambas o, más bien, en un sentido kantiano de ambos términos– lo cual no implica que la arquitectura sea siempre racional –en un sentido limitado o específico de ambos términos.
la racionalidad es –¿o debe ser?– constructiva, arquitectónica en tanto produce –techne– principios de orden u organización –arche–, esto es, sistematiza.
por otro lado, de algún modo como pérez gómez, suscribo la idea vitruviana de que la arquitectura articula dos tipos de saberes, uno específico, de lo singular –la fábrica vitruviana, el saber hacer– y otro genérico –el raciocinio de vitruivio. de hecho, esa es la manera como daniele barbaro traduce a vitruvio: fábrica como inteligencia particular y raciocinio como inteligencia general.
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