Rem Koolhaas es un periodista, un escritor que hace arquitectura. No es ésta sólo una frase que pretenda atrapar la atención en un texto sobre el que probablemente sea el arquitecto más reconocido e influyente de las últimas tres décadas, aunque algo haya de eso. Koolhaas, nacido en 1944, cuyo padre era escritor y guionista y su abuelo materno arquitecto, estudió primero para ser, también, guionista y trabajo como periodista hasta que, en el 68, entró a estudiar arquitectura en la Architectural Association de Londres –la más antigua escuela independiente de arquitectura, fundada en 1847 por dos jóvenes ingleses insatisfechos con su educación formal. Precisamente ahí, en la AA, en una mesa de discusión organizada en el 2006 entre Peter Eisenman y Koolhaas, éste se presentó diciendo: “básicamente pienso que puedo hacer arquitectura en tanto periodista, y una de las cosas más interesantes del periodismo es que es una profesión sin una disciplina. El periodismo es sólo un régimen de curiosidades, aplicable a cualquier tema, y diría que es aun un factor muy importante que empuja mi arquitectura.”
La carrera de Koolhaas como arqutiecto, pues, se inicia escribiendo. No sólo por lo antes mencionado sino porque ese “régimen de curiosidades” lo pone a prueba en su primera gran obra, que no es un edificio sino un libro: Delirious New York. El libro se presenta como “un manifiesto retroactivo para Manhattan,” una ciudad donde abundan las evidencias de una arquitectura poderosa, dice Koolhaas, sin que existan los manifiestos o las teorías que la sustenten –comparándola con el caso europeo, donde la teoría y los manifiestos abundan y no así las pruebas materiales de las mismas. En su manifiesto Koolhaas analiza varios puntos que permitieron a Manhattan volverse el paradigma de la condición metropolitana y su consecuencia última en la modernidad tardía: la congestión, esto es, la saturación o congregación de muchos habitantes en una terreno reducido, generando una alta densidad al contrario de lo que ha pasado en grandes ciudades como México o Los Ángeles, donde el crecimiento ha sido primordialmente extensivo.
La congestión le debe mucho al rascacielos y éste al elevador, sin el que no sería viable construir más allá de cierta altura. El elevador, por su parte, es el responsable de haber disuelto el posible control que tuviera el arquitecto sobre el recorrido de un edificio, que podía entenderse como una secuencia narrativa. Así el elevador produce en la arquitectura un efecto similar al que después generará el control remoto en la manera de ver la televisión: se pasa de un nivel a otro sin solución de continuidad. Un efecto más de los rascacielos será lo que Koolhaas califica en inglés como bigness y que tal vez habría que traducir al español como grandura. Después de cierto volumen construido, explica, ya no hay ninguna relación lógica entre el contenido y el continente, la revelación de las funciones internas del edificio en su fachada –una de las premisas básicas del racionalismo arquitectónico moderno– no es ya deseable y tal vez ni siquiera posible.
Tras ese primer libro Koolhaas publicará varios más, desde S,M,L,XL, más de mil páginas de textos, dibujos, fotos y más, firmado en coautoría con el diseñador gráfico canadiense Bruce Mau, y luego Content, publicado a mediados de la década pasada, hasta libros como Mutations, sobre los cambios en la ciudad contemporánea, o los dos tomos del Project on the City, con el trabajo de los cursos que impartía en la Universidad de Harvard. Entre los más interesantes, tal vez, dos textos breves –publicados en español por Gustavo GIli– que hablan de dos fenómenos que son como las dos caras de la condición metropolitana contemporánea: La ciudad genérica y Espacio Basura.
En el primero, nos presenta las características de la post-ciudad, eso que surge “en el emplazamiento de la ex-ciudad.” Una ciudad sin identidad ni historia –o, más bien, con identidades e historias múltiples y débiles. “La ciudad genérica es –dice Koolhaas– lo que queda cuando grandes sectores de la vida urbana se pasan al ciberespacio.” Una ciudad que ya no está tejida por el espacio de lo público sino por lo residual.
Y ahí entra el otro texto: Espacio basura. El espacio basura no es ya meramente lo que queda entre una zona urbanizada y otra, sino que es el espacio genérico y sin calificativos. Es una versión de lo que los arquitectos españoles Ábalos y Herreros calificaron alguna vez como el descampado: lo que ha dejado de ser campo y no ha llegado a ser ciudad –y probablemente nunca lo haga. El espacio basura es un espacio de transición en un mundo donde ya no hay que llegar a ningún lugar –¿para qué habría que ir a cualquier lugar cuando todo viene hacia nosotros, donde la publicidad nos promete al mundo en la palma de nuestra mano y la tecnología nos lo cumple?
En apariencia contradictorio, Koolhaas declara que en la ciudad genérica toda la arquitectura es bella, al tiempo que dice, al hablar del espacio basura, que “la arquitectura desapareció en el siglo XX,” que “hemos estado leyendo una nota a pie de página con un microscopio, esperando que se convirtiese en una novela.” Por eso, tal vez, Koolhaas, mientras proyecta y construye algunos de los edificios más emblemáticos de las últimas décadas en Europa, Estados Unidos y Asia, escribe esa larga, compleja y a veces reveladora nota a una arquitectura ya por siempre perdida.
[nota publicada en lee+ de gandhi]
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