“hablar de la ciudad en términos generales no tiene mucho sentido.” eso dice massimo cacciari –platónicamente filósofo y político, alcalde de venecia en dos ocasiones y profesor en la escuela de arquitectura en la misma ciudad– al inicio de un libro titulado, precisamente, la ciudad, y que acaba de ser publicado en español por gustavo gili.
originado en un seminario, cacciari recorre en este libro la idea y la historia de la ciudad desde la polis griega hasta la post-metrópoli actual, pasando por la metrópoli que fue cuna e incubadora de la modernidad.
el punto de partida de cacciari, filósofo al fin, es la distinción entre la polis griega y la civitas romana. la segunda, explica, no es la consecuencia lógica de la primera sino algo bien distinto. la polis, dice, era para los griegos antes que otra cosa el lugar de una comunidad, la “sede de una gente,” que se identifican como tales, como pueblo, “como unidad de personas del mismo género” –entendiendo género como mismo grupo, misma familia. la civitas, en cambio, “es la concurrencia conjunta, el confluir de personas muy diferentes.” esa es la fuerza de la ciudad romana –la fuerza de roma y por tanto la fuerza del imperio: hacer que la ciudadanía no sea un requisito sino un efecto de la ciudad. “la idea de que aquello que nos une –escribe cacciari– aquello que tenemos en común, no tiene nada de originario, sino que es solamente un fin, es algo grandioso. esto no es otra cosa que la ‘globalización’: hacer de la orbis una urbis.
esa diferencia se articula en una diferencia radical entre concebir la ciudad como morada, como una gran casa donde estar como en una gran familia –la polis–, o la ciudad “como una máquina que nos permita hacer nuestros negocios con la mínima resistencia” –la civitas. la ciudad, pues –explica cacciari– como “lugar de intercambio humano,” como lugar de ocio, o como lugar para la producción, el desarrollo, la invención y el intercambio de bienes e ideas: lugar de negocio.
la arquitectura y el urbanismo, dice cacciari, deben hacerse cargo de entender esta doble y paradójica dimensión. “¿qué le pedimos a la ciudad?” cacciari responde: “es mejor hacer proyectos de arquitectura y de urbanismo que pongan en evidencia ante el público el carácter contradictorio propio de la pregunta, sin cubrir ni mistificar esta situación, sin pretender superarla con cualquier huida hacia delante o volviendo al pasado de atenas. no habrá más ágora.”
con todo, entre la polis y la civitas podemos decir que la segunda se impuso: las metrópolis de la modernidad son realmente metrocivitas: “la evolución hacia la metrópoli ha sido posible porque el punto de partida de la ciudad europea no has sido la polis griega sino la civitas romana” la metrópoli es la ciudad –la última ciudad o ya sólo una simulación de la ciudad– cuando la urbanización ha cubierto al orbe por entero, disolviendo toda forma urbana tradicional. la post-metrópoli equivale a la identidad entre ciudad y territorio. un territorio –y habría que subrayar el singular: uno sólo– en el que “los límites son puramente administrativos y artificiales y no tienen ningún sentido geográfico, simbólico o político. habitamos –agrega cacciari– territorios indefinidos, las funciones se distribuyen en el interior, independientes de toda lógica programática, de todo urbanismo; se ubican según intereses especulativos y presiones sociales, pero no según un proyecto urbanístico.”
para esta ciudad-territorio, ciudad genérica, digamos haciendo un guiño a koolhaas, cacciari recomienda una arquitectura también genérica: “se necesita quizá comenzar a proyectar en voz baja, modestamente, renunciar a las grandes pretensiones simbólicas que amenazan a cada instante con caer en el ridículo e intentar combinar más funciones al construir edificios.” y entender que, desde siempre, “la verdadera ciudadanía reside en el futuro.”
[cacciari, massimo, la ciudad, Gustavo Gili, Barcelona, 2010]
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