19.4.11

larry king se equivocó


Rosalind Krauss, crítica de arte y especialmente de escultura, ha hablado de Rodin como del primer escultor moderno. No porque haya roto con la figuración en el sentido tradicional –Rodin no es Brancusi, digamos– aunque sí con cierta idea de la representación que claramente se relaciona con el espacio. Y eso de dos maneras. La primera por el movimiento: quien crea que la escultura es estática no entiende mucho. Si la escultura no se mueve en sentido literal, al menos puede hacer que el espectador se mueva, que gire alrededor de ella. Por eso compara Kraus a Rodin con el cineasta ruso Sergei Eisenstein. Además muestra cómo ambos son maestros del montaje, técnica que el ruso estructuró para el cine, pero que Rodin también domina: piénsese, por ejemplo, en su Puerta del infierno, no esculpida sino construida –¿editada?– a partir de personajes –¿escenas?– individuales con un buen grado de autonomía. La escultura, la de Rodin al menos, invita al movimiento, físico e intelectual: es cinética.

Dado que la colección de esculturas de Rodin del Museo Soumaya se ha presentado desde hace tiempo como parte fundamental de su acervo, algo pudo haber tenido que ver en la concepción de su nueva sede, al norte de la ciudad, diseñada por Fernando Romero.

Antes de su apertura, escribí aquí en Reforma que el edificio, en una zona difícil y sin ningún tipo de planeación urbana, desde afuera, como un objeto, parece una escultura incómodamente arrinconada sobre un basamento que no le da lugar. Suponía yo entonces que el interior seguiría una lógica –diagnosticada por Jean Baudrillard en el parisino Centro Pompidou– de flujos y espacio vacío. Pero no lo hace, o lo hace sólo a medias. Por dentro el nuevo Soumaya quiso ser una rampa que se enreda sobre sí misma –un guiño-homenaje a la del Guggenheim de Wright, ya se ha dicho– pero en vez de girando alrededor de un vacío se esconde –se escurre diría– por salas cuya calidad espacial no acompañan al gesto barroco de la helicoide. Lo ideal sería que esa rampa, en su corbusiano paseo arquitectónico, nos permitiera ver las esculturas de Rodin desde distintos ángulos: habría ahí una traducción en recorrido hecho edificio de la invitación del escultor. Y no: los pisos se apilan uno sobre otro, sin aire ni luz, y la prometida sorpresa de la gran sala de esculturas en la última planta decepciona.

Y ahora la segunda manera como Rodin –según Rosalind Kraus– transforma la escultura en absolutamente moderna: el pedestal. El pedestal es la materialización de una retórica que coloca a la escultura y, sobre todo, a lo que representa en un espacio distinto y distante al del espectador. ¡Tu no eres dios, ni héroe, ni santo! –le dice desde lo alto la escultura a quien la mira. Con Rodin no. Ven, pasa, camina con nosotros –dicen los burgueses de Calais, parados sin pedestal en el mismo suelo. Pero en el nuevo Soumaya el pedestal reaparece con un vigor inusitado –aunque torpe. Desde el exterior, con el basamento sobre el que el edificio-escultura se posa, hasta el interior, lleno de mamparas y pedestales. En las salas de los primeros niveles, porque el arquitecto no les dio paredes apropiadas –a plomo, pues– para un museo que exhibe mucha de esa pintura que aunque se llame de caballete siempre añora un muro. Y tampoco se tomó ahí el riesgo de que el espacio incitara a la obra a exhibirse de otro modo –como lo hiciera Lina Bo en el museo que diseñó en Sao Paulo. En el último nivel, el de las esculturas –ecléctica mezcla de Rodin y Dalí– el asunto empeora: a las esculturas de Rodin les crecen los pedestales que el autor les había quitado y su disposición recuerda, pero en mal sentido, lo que dijo Barnett Newman en los años 50: “la escultura es aquello con lo que tropiezas cuando retrocedes para mirar un cuadro.”

Larry King se equivocó: este no es el mejor museo del mundo: ni como espacio ni como colección y mucho menos como museografía. La buena arquitectura, dicen, es tanta responsabilidad del cliente como del arquitecto. Igual la fallida. Cuesta no caer en el comentario fácil: parece tienda departamental. Peor cuando un Sanborns se apropia, vulgar y pretencioso, del espacio destinado a café del museo –eso sí rebasa el mal gusto.

3 comentarios:

Juan dijo...

Me parece muy buena la analogía del pedestal en las esculturas y en el edificio. La entrada me recuerda un poco la Casa da Musica. Los dos edificios no saben como pisar el suelo. Pretenden saberlo -o pretenden como que les vale madre- pero lo hacen de forma evidentemente mediocre - parientes al fín.

Alejandro dijo...

completamente de acuerdo, faltaria recordar que no cumple con el reglamento de construcción, en varios aspectos, sobretodo en la pendiente de la rampa, pasamanos, y falta de barandales

Keo dijo...

Link sobre la disposición interior en el MASP de Lina Bo Bardi en una de sus primeras exposiciones...
http://www.afterall.org/journal/issue.26/this-exhibition-is-an-accusation-the-grammar-of-display-according-to-lina-bo-bardi1

Totalmente de acuerdo en cuanto al pedestal. Y una oportunidad desperdiciada en cuanto a la manera de recorrer [vivir] la obra expuesta en un museo.

PS. En este articulo se te van varias Mayúsculas, cosa q me pareció raro.
Saludos