2.10.11

arquitectura y democracia : no sin concursos



le corbusier escribió en los años 20 del siglo pasado un texto de famoso título: arquitectura o revolución. sugería que, en un mundo donde el entorno material construido no cambiaba a la velocidad que lo hacía la sociedad, “reinaba un gran desacuerdo entre el estado de espíritu moderno” y “una colección asfixiante de detritus seculares.” la sociedad, afirmaba le corbusier, obtendría lo que buscaba –espacios adecuados– de una manera o de otra: por las buenas –arquitectura– o por las malas –revolución.


a mi juicio, los casi 100 años que han pasado desde que le corbusier hacía públicas sus ideas han demostrado que, tanto él como la gran mayoría de sus seguidores modernos, tenían una confianza desmedida en el poder renovador de la arquitectura y el urbanismo: como si una buena escenografía garantizara una buena representación en el teatro. y no. o, de menos, no basta. al contrario, podemos decir que la buena arquitectura requiere de condiciones específicas que siempre la rebasan. cierta estabilidad y cierta bonanza, para empezar, pues no se construyen ni catedrales ni palacios cuando el cura o el señor están en guerra o sin recursos. y en nuestros tiempos, hablando específicamente de arquitectura moderna, ciertas condiciones culturales y políticas que podríamos relacionar con un término usual y no por eso bien entendido: democracia.


ni pretendo ni podría hacer de esto un ensayo de teoría política pues, primero, no es mi campo y, segundo, carezco de la habilidad necesaria para hacer comprensibles esas ideas en unas cuantas líneas. pero, para ser esquemáticos –y etimológicos– digamos que la democracia es el gobierno ejercido por el pueblo, el demos. habría que aclarar que un pueblo no es, pienso, sólo la suma cuantitativa de los habitantes de un territorio que comparten una lengua y ciertas tradiciones –que ya es bastante– sino su organización –y su ininterrumpida reorganización– en vistas a un futuro que han imaginado para sí. dicho de otro modo: un pueblo siempre es el diseño de un pueblo.


la arquitectura moderna requiere, pues, de la democracia –algo que de hecho he asumido aquí como un principio sin demostrarlo. supongo que la vocación social de dicha arquitectura –la primera en establecer como su preocupación central la casa del ciudadano común en vez de la de los dioses o los señores– abona a dicho argumento. y la democracia supone un pueblo que asume su propio diseño como proyecto.


puesto así, habría que preguntarse si en méxico hemos tenido alguna vez una arquitectura auténticamente moderna y no sólo una arquitectura autoritaria que replica, a veces exitosamente, los modelos generados por aquella. si la historia de la democracia en méxico es la de luchas e intentos frustrados de corta duración, ¿cuál su efecto real en la producción arquitectónica?


lo anterior me vino a la mente al leer, hace unas semanas, un texto de luis carlos sánchez en excelsior, en el que se cuestionaba el que consuelo sáizar, presidenta del consejo nacional para la cultura y las artes, haya decidido quiénes serían los arquitectos de varios proyectos que ha emprendido recientemente esa dependencia por asignación directa, sin que mediara ningún tipo de concurso y, por lo que el texto deja ver, atendiendo tan sólo a su conocimiento del trabajo de esos arquitectos y, finalmente, a su gusto. un ejercicio que no es, por supuesto, democrático y que, finalmente, resulta perjudicial para el desarrollo de una buena arquitectura, sana y crítica.


entiendo, por un lado, la decisión de sáizar. en méxico los concursos públicos para proyectos de arquitectura no han llegado en general a buen término. o son discutidas las decisiones de los jurados o se construyen los proyectos con prisas y mal o, peor, jamás se  terminan o ni siquiera se inician. pero argumentar que eso es justificación para no hacer concursos es tanto como sugerir que dado que algunos gobernadores han resultado pillos o ineptos, lo mejor es que los designe directamente el presidente en vez de gastar en elecciones inútiles.


el texto de sánchez menciona que las decisiones de sáizar se amparan en un artículo de la ley que exenta de la obligación de realizar licitaciones públicas cuando se trate de obras de arte. eso explicaría, por un lado, la nada benigna abundancia de obras de sebastián a lo largo y ancho del país. pero con arquitectura es peor: la arquitectura no es una obra de arte en los términos que lo son una pintura o una escultura –aunque sea monumental. la arquitectura siempre tiene una dimensión pública –y si es construido con dinero del estado asumimos que es un espacio público– a la que todos estamos expuestos, que muchos usamos. cuando consuelo sáizar dice que invitar a un arquitecto es como invitar a un pintor a hacer un mural se equivoca y demuestra que, pese a su buen gusto, no entiende realmente qué es la arquitectura en el campo de lo público –y cómo lo público puede beneficiarse de una arquitectura así concebida. dejar la elección del responsable del diseño de un museo, una biblioteca o un hospital al gusto de un funcionario público es, además de indecente y riesgoso, tonto.


y no es que dude del gusto de consuelo sáizar. al contrario: los arquitectos que ha elegido me parecen –y debo empezar aclarando que son, primero, buenos amigos y que, además, he colaborado con algunos de ellos– buenos y sus proyectos de calidad. ¿pero qué diríamos si la presidenta del cnca gustara de la arquitectura neocolonial de fraccionamiento clasemediero? ¿puede ser el gusto del funcionario en turno la única garantía para la arquitectura encargada y pagada por el estado? –la respuesta a esta pregunta retórica es obviamente no.


y algo más. se dice que el rápido desarrollo de la computación en los años 70 se debió, en buena parte, a la concentración geográfica –en una zona específica de california– de un buen grupo de científicos y desarrolladores tecnológicos que, al mismo tiempo, compartían ideas y competían por ellas. en la arquitectura pasa igual. como ha explicado steven johnson en su libro where good ideas come from, las buenas ideas no se dan solas en la mente de genios que trabajan solos, en su torre de marfil. las buenas ideas son producto de la fricción entre muchas otras buenas ideas, de la combinación de intereses e investigaciones, de la discusión, de la colaboración, de la imitación y la crítica operativa. las buenas ideas se benefician, pues, con el concurso de muchos pensando lo mismo.


se ha hablado sobre la notable buena calidad de la arquitectura española contemporánea. hay varias explicaciones: la existencia de una clase gobernante y media ilustradas, la abundancia y estabilidad económica durante un par de décadas –lo que la crisis se llevó– y, algo que muchos arquitectos españoles han repetido: los concursos. hace una semana, en un congreso en el itesm de querétaro, los arquitectos españoles fuensanta nieto y enrique sobejano mostraban nueve extraordinarios proyectos de museos. ninguno fue una asignación directa, un encargo. todos fueron ganados en un concurso. en españa, nos explicaron, ningún proyecto público se hace sin que medie un concurso, a escala local, regional, nacional o internacional, según la importancia de la obra.


las ideas, las buenas ideas, el buen arte y la buena arquitectura, sólo se desarrollan sanamente, creativamente, como lo hacen los caballos de carreras, los buenos negocios y las tecnologías de punta: en el concurso y la competencia. para que la buena arquitectura sobreviva en este país, habrá que parafrasear a le corbusier y exigir una revolución cultural que nos de democracia y arquitectura. a lo que ya cantó ezra pound:


con usura ningún hombre puede tener una casa con buenos cimientos
cada piedra cortada pulida y bien engarzada
cuyo diseño sea protector


habríamos de sumar que sin concurso de ideas –que es otra forma de la usura– ninguna ciudad, ningún estado tendrá espacios cuyo diseño sea política y estéticamente (com)prometedor.


2 comentarios:

Mariano Arias-Diez dijo...

Habría también que matizar el momento histórico/político/económico dónde le ha funcionado a España el esquema del concurso, habría también que matizar si son concursos abiertos o por invitación, y en que se basa la invitación de ser el caso.

También analizar lo que ha pasado en otros países (arquitectónicamente) desarrollados, como por ejemplo Holanda y Dinamarca, donde el apoyo a las oficinas jóvenes se ha basado mayormente en concursos si, pero también la asignación directa en Holanda; así como en Dinamarca en recientes fechas y congruentes con su momento económico (crisis economica mundial) se han repartido equitativamente los encargos municipales a los despachos registrados en el país, para así evitar que las oficinas cerraran y que otras conglomeraran el grueso de los encargos (sólo habría que pensar rápidamente la cantidad de encargos que sigue habiendo en oficinas como la de GonzdeLeon vs por ejemplo uno de los jóvenes más prolíficos como Rojkind o incluso 911sc).

Y por otro habría que analizar el momento histórico/político/económico de México y pensar cual sería el esquema más benéfico para nuestra propia idiosincracia, sociedad, y economía.

Hay por ahí también el lado que evidencia el ridículo gasto de recursos humanos que significan los concursos, por que también ya es habitual, en México en España o en cualquier parte del mundo, que los concursos sean meros pretextos (que cumplen con la ley) para asignar un proyecto a alguna oficina que ya se tenía pensada de antemano.

Me parece que tu análisis de esta cuestión Alejandro, es en esta ocasión, un cuanto tanto parcial, y omite varias caras de la misma cuestión. saludos.

otromas dijo...

discrepo radicalmente. que mi comentario es parcial, sin duda: tomo partido por los concursos como una mejor manera de seleccionar arquitectura frente a la decisión unívoca del déspota, así sea ilustrado.
de los varios puntos con los que no estoy de acuerdo de tu comentario destaco primero uno: suponer que la antidemocrática manera de elegir un arquitecto en méxico puede compararse a la que se da en holanda o dinamarca. eso sería suponer que nuestra “democracia” –y las comillas son un adorno para algo que es poco más que una ilusión y algo menos que un eufemismo– es comparable a aquéllas. en un país con las diferencias sociales, culturales y económicas como las que tiene el nuestro suponer que la asignación directa puede contrarrestar la desigual repartición no sólo de encargos sino de casi todo lo demás.
¿cómo asegurar que en un país con la desigualdad que impera en este la arquitectura se le encargue a quien puede y necesita hacerla? esa opción, como ya hemos visto en méxico, tiene dos consecuencias: beneficiar siempre a los mismos o, por compensar, beneficiar a los que no lo merecen.
sólo un concurso bien organizado, con reglas claras y con un jurado especializado y responsable puede hacer que alguien desconocido, egresado de una escuela cualquiera del norte del país, o del sur, pueda presentar un proyecto y obtener el encargo.
¿que los concursos cuestan, dinero y recursos humanos? claro. pero toda investigación para desarrollar conocimiento o tecnología cuesta, dinero y recursos humanos.
lo que mencionas, concursos com pretextos para cumplir con la ley y asignar directamente un proyecto, obviamente no son concursos sino engaños. insistir en la necesidad de abrir los encargos de arquitectura a concurso, es pensar en buenos concursos, no en farsas.
por último, que habría que analizar el momento histórico, económico y sobre todo la idiosincracia del mexicano para ver qué tipo de concurso nos conviene, repite, a mi juicio, un discurso ya muy viejo –casi tanto como nuestra historia–: que aquí no estamos listos para una democracia efectiva. y puede sea cierto. pero entonces, si no podemos ni queremos cambiar el país hagamos lo que recomendó joyce: cambiemos de tema.