El título ha sido desvergonzadamente robado del de una película del director alemán Wim Wenders. En el film, Mike Max, director de cine, descubre que un sistema de cámaras de seguridad en Los Ángeles va más allá de sus funciones previstas. Dotadas de armas de largo alcance, el vigilante puede ver, juzgar, sentenciar y eliminar al infractor en un instante, reduciendo el tiempo que normalmente llevaría ese proceso. La reflexión de Wenders no tiene sólo que ver con criticar esa idea que, en tiempos violentos –lo sabemos– viene con fuerza a la mente de muchos: hay que eliminar, sin concesiones, a los violentos, a los criminales. El mal, piensan algunos, siempre tiene cara y la mejor manera de eliminarlo es acabar con los malvados. Lo han sabido todas las formas de inquisiciones y purgas a lo largo de la historia. Tiene que ver sobre todo –tema central en cierta etapa de Wenders– con la condición de la imagen en la cultura contemporánea y su relación con el tiempo y la historia o, dicho de otro modo, con lo que cuenta.
Pensemos en otra película del mismo Wenders que puede verse como contraparte de ésta: Historia de Lisboa. Friedrich Monroe, otro director de cine viaja a Lisboa a filmar una película. Cuando Winter, su ingeniero de sonido, llega a la ciudad respondiendo al llamado de aquél, no lo encuentra. Siguiendo a unos niños que parecen grabar escenas de la ciudad sin ningún orden, Winter encuentra a Monroe, quien ha decidido filmar imágenes que no verá ni siquiera una vez, cargando una cámara de video a sus espaldas, grabando lo que va dejando atrás a su paso. No las revisa ni tampoco, obviamente, las edita para construir con ellas alguna historia, otra distinta a la que muestran. Monroe pretende salvar así a las imágenes de convertirse en pura mercancía. Winter lo convencerá de la necesidad de hacer algo con ellas, de contar algo con ellas.
La violencia es una constante hoy en México, incluso para quienes habitamos en zonas donde no es ni cotidiana ni generalizada, los medios y la percepción pública la han vuelto preocupación central de todos. No hay, parece, una sola respuesta, una solución simple al problema de la violencia –los resultados de la estrategia oficial son prueba casi irrefutable de esto. La vigilancia, la severa vigilancia del espacio abierto, sea con cámaras, con policías de corporaciones diversas o con el mismo ejército no es suficiente. Incluso –o menos– si tuvieran el poder de tomar decisiones instantáneas –como en El final de la violencia. Es de esperarse que la inmediatez de la respuesta no garantizaría que fuese justa, precisa o siquiera necesaria. La experiencia apunta a lo contrario. Quizá la respuesta no esté en concebir espacios sobre vigilados, donde ningún movimiento esté fuera del alcance de la vista de los encargados de mantener la paz, sino –siguiendo el ejemplo de Historia de Lisboa– reinventar nuevas narrativas, nuevas historias que sean capaces de darle sentido a lo que hasta ahora parece no tenerlo.
Ésa –generar narrativas verosímiles para el espacio– ha sido tradicionalmente una de las tareas más importantes de la arquitectura. Por supuesto no puede hacerlo hoy de la manera que tradicionalmente lo había hecho: mediante símbolos y signos convencionales, como supuso hace algunos años cierta visión posmoderna. Los símbolos y signos con los que trabajó la arquitectura durante algunos siglos fueron hace tiempo –más de siglo y medio– transformados en mercancías, en fetiches de sí mismos. El posmodernismo arquitectónico, en el mejor de los casos, entendió esa mecánica y trabajó, como el arte pop, haciendo de la mercancía una paráfrasis del signo.
Si la arquitectura puede aun tener efectos sobre el espacio público, en el orden de lo simbólico más allá de lo funcional, será, a la manera de Monroe y Winter en Historia de Lisboa, mediante la reinvención de nuevas narrativas, de otras maneras de generar sentido –sentido común podríamos decir– en tiempos cuando los lenguajes únicos o, para usar los términos de Jean François Lyotard, las metanarrativas, parecen ya irremediablemente –¿y afortunadamente?– disueltas. Esa dimensión donde se dan el sentido y el consenso –consensus: lo sentido en común, lo consentido– es claramente una dimensión política. Una que la arquitectura debe recuperar, sin duda, para trabajar buscando, con otros, el final de la violencia.
2 comentarios:
Buenas!!
Buscando por la red he encontrado este blog y tu post con referencia a la película "El final de la violencia". Estoy realizando un trabajo de Sociología sobre esta película y me gustaría que me ayudaras, porque no me ha quedado del todo clara.
Para ti, ¿cuál es el personaje que más razón tiene en la película y cuál es la virtud humana que encarna?
Me servirías de mucha ayuda, muchísimas gracias!!!!!
Un cordial saludo.
a mi parecer uno de los temas principales, entre líneas –o entre imágenes– es, precisamente, el papel de la imagen –tema recurrente en wenders– y su interpretación: ¿qué quieren decir las imágenes?
en far away so close, pro ejemplo, está el ángel luchando contra la pornografía –el sexo vuelto pura imagen– y en historia de lisboa el director que busca lograr imágenes puras, libres de cualquier interpretación.
en el final de la violencia se suma el tema de la imagen como prueba y, para complicarlo, el que alguien se coloque en posición de policía, juez, jurado y ejecutor al mismo tiempo –literal: de manera instantánea.
el director de cine vuelve a ser el heroe–como en historia de lisboa. él sabe que las imágenes, si puras, no dicen nada, y que al hablar pueden decir cualquier cosa: verdad o mentira. que no bastan como prueba. que, en otras palabras, pueden engañar.
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