15.11.11

moda y arquitectura



En 1999 se publicaron en alemán cuatro entrevistas que Marianne Brausch sostuvo con Paul Virilio. Este año el libro se tradujo al inglés con el título A Winter’s Journey. En la tercera entrevista, criticando el dogmatismo de Le Corbusier, Brausch dice que aquél es, arquitectónicamente, exactamente lo opuesto de Christian Dior para la moda, al liberar a las mujeres del corsé.
El dogmatismo que acusa Brausch en Le Corbusier puede leerse en sus cinco puntos de la arquitectura –la planta y la fachada libres, la ventana horizontal, el edificio levantado en pilotes y la azotea ocupada con terrazas–, en su obsesión por el uso estandarizado de una medida propuesta por él –el modulor– o en sus propuestas urbanas de zonificación unívoca.
Pero más que eso me interesa ahora la idea de la moda que libera y, aun más, iguala. Según cuenta Gilles Lipovetsky en su El imperio de lo efímero, no fue Dior sino Paul Poiret quien liberó a las mujeres del uso del corsé, y ésa fue la primera revolución en la apariencia femenina a principios del siglo 20. La segunda –explica Lipovetsky–, ya en los años 20 y mucho más radical, estuvo encabezada por Coco Chanel, quien repudió el lujo y buscó una “estética democrática de la pureza, la sobriedad y la comodidad.” Después de Chanel, “lo chic es no parecer rico.” Lipovetsky cita a la periodista Janet Flanner, quien en 1931 escribió que Chanel había lanzado el “género pobre”, convirtiendo “en elegante el cuello y los puños de la camarera” y “vistiendo a las reinas con monos de mecánicos.”
Vista así, probablemente la moda haya tenido un papel social al menos tan importante como el del funcionalismo arquitectónico de los años 20 y 30. Y desde una lectura feminista diría que con el efecto de la moda de Chanel, en arquitectura, sólo puede compararse la famosa cocina de Frankfurt –una cocina eficiente que le permitió a las mujeres de aquellos años recuperar buena parte del tiempo invertido en las labores domésticas–, diseñada por Grete Schütte Lihotzky –la primera mujer en recibirse como arquitecta en Viena.
La comparación de Brausch entre Le Corbusier y Dior también me hizo recordar también el documental dirigido  en 1989 por Wim Wenders sobre Yohji Yamamoto: Cuaderno de notas sobre ciudades y vestidos. El documental inicia con Wenders confesando su desinterés por la moda y, en cambio, su preocupación por la identidad y la imagen. Pero dice también que la identidad es pasajera, que está out –out of fashion– y que la imagen electrónica tal vez sea la única capaz de atrapar, provisionalmente, eso que está de paso.
Filma y graba así –a veces en cine, otras en video– a Yamamoto, hablando en japonés en París –describiéndose como habitante de Tokio y contando su vida– y en inglés en Tokio –explicando qué piensa de la moda y del vestido. “No me considero un diseñador de moda, me gusta pensar que soy un sastre” –dress maker dice Yamamoto en inglés. Wenders nos lo muestra armando vestidos directamente sobre el cuerpo de sus modelos o recorriendo las páginas del libro de fotografías de August Sander Gente del siglo 20, intentando adivinar sus profesiones por sus ropas y actitudes, pensando cómo repetir los pliegues de una camisa; valorando el peso del material y la estructura para lograr una forma o confesando que si algo quisiera poder diseñar es el tiempo: lograr que algo nuevo tenga la calidad de una prenda que se ha usado una y otra vez porque nos queda bien. ¿Cuáles serían el equivalente arquitectónico de las estrategias de Yohji Yamamoto? 

1 comentario:

Shiordia dijo...

Leyendo esta entrada, me acordé de esta exposición:

http://www.somersethouse.org.uk/documents/skinbones_exhibition_guide.pdf

He pensado que la ropa es como la arquitectura más pegada al cuerpo, y sólo cuando la usamos, genera cierta espacialidad. Una prenda crea y define un espacio cuando alguien la trae puesta. Lo curioso es que este espacio que genera la ropa sólo existe cuando estamos dentro de una prenda y nuestro cuerpo ocupa ese espacio, y que sin el cuerpo humano, la ropa no tiene sentido. La arquitectura y el hombre tienen la misma relación que hay entre el hombre y su ropa.