22.11.11

ritmos y arquitecturas



En su texto sobre el método de Leonardo da Vinci, Paul Valery escribe que la educación profunda consiste en deshacer la primera educación. Es, en el fondo, una proposición harto cartesiana: no en otra cosa consiste el método de la duda que en deshacer lo aprendido y no aceptarlo sino hasta haberlo validado por propia experiencia. Es, en corto, la historia de la crítica y de la modernidad –y acaso la conjunción salga sobrando: modernidad y crítica puede que sean dos nombres de lo mismo.
Pero deshacer la educación primera no implica, cosa que muchos hacemos fácilmente, dejarla de lado, negarla o simplemente olvidarla. Deshacerla es ponerla de cabeza, desmantelarla y entender cómo funciona. Digo eso porque alguna vez decidí olvidar voluntariamente ideas y temas que fueron parte fundamental de mi formación –y las itálicas son, a un tiempo, ironía y reconocimiento. Una de ellas fue la idea de ritmo. Cuando estudié arquitectura era uno de esos ejercicios básicos con los que se entrena a los aprendices desde el primer curso. Para la próxima clase –decía el profesor en aquellos años previos al uso generalizado de las computadoras– traigan 50 cuadritos de papel rojo de un centímetro por lado y otros cincuenta de papel negro. Además de la molesta tarea para preparar el material necesario, que algo tenía sin duda de tortura y de venganza, el ejercicio, a realizarse en clase, tenía una única, simple y a la vez enigmática instrucción: peguen los cuadritos en una lámina en una composición que exprese ritmo.
Cuando me tocó estar del lado del profesor, varias veces hice escarnio de la idea de ritmo y los ejercicios con que se pretendía enseñar. Lo segundo sigo en cierta manera pensándolo. Pero más por haber empezado a entender ahora de otra manera eso que es el ritmo. Asumía yo que se trataba de una mera analogía de la arquitectura, que tiene que ver con el espacio, con la música, que se da en el tiempo. Una analogía mala, pues si las buenas son reveladoras, las malas, que son mayoría, son clichés que sólo enturbian la mirada.
Pero ¿qué es el ritmo? Con esa pregutna empieza un párrafo del libro de Shigehisa Kuriyama La expresividad del cuerpo y la divergencia de la medicina griega y china, en el que compara dos versiones al Filebo de Platón. “Rhytmos –explica– aparece por vez primera en la literatura griega entre los antiguos poetas elegíacos, para quienes el término parece significar algo así como «disposición». Hacia el siglo V, hallamos varios autores que lo utilizan en el sentido de «figura» o «forma».” Agrega que, para Aristóteles, “el ritmo es forma” –esquema, en griego.
Kuriyama se pregunta entonces cómo, si el ritmo significaba forma, llegó a fundirse con el movimiento y la música. Cita entonces un estudio de 1917 de Eugen Petersen: “los rhythmoi eran originalmente las «posiciones» que el cuerpo humano debía asumir en el curso de la danza, en otras palabras los patrones –mi subrayado– o schemata que adoptaba el cuerpo.”
El final de mis citas de las citas de Kuriyama nos lleva de regreso, por fin dirán algunos, 
a la arquitectura. Dice que Werner Jaeger escribió que “el ritmo es aquello que impone lazos en los movimientos y restringe el flujo de las cosas. Obviamente, cuando los greigos hablan del ritmo de un edificio o de una estatua, no es una metáfora transferida desde el lenguaje musical; la original concepción que reside por debajo del descubrimiento griego del ritmo en la música y en la danza no es el flujo, sino la pausa, la limitación gradual del movimiento.”
El ritmo, pues, al contrario de como acostumbra explicárseles a los estudiantes primerizos de arquitectura, no es flujo sino su pausa, y no es, sobre todo, una metáfora tomada de la música sino la recuperación de una idea originariamente formal y espacial. El ritmo era, en un principio, una imagen.
Esa es, de algún modo, la conclusión de Octavio Paz en su libro, imprescindible, El arco y la lira, del que un capítulo está dedicado precisamente al ritmo. “Todo ritmo es sentido de algo” dice Paz. No es “una medida vacía de contenido sino una dirección, un sentido.” El ritmo es, para Paz, tiempo original, pero también algo más: “una visión del mundo” –y, en tanto visión, el ritmo es una imagen: forma, esquema, idea.
Si me quedara espacio citaría ahora a Christopher Alexander y sus patrones arquitectónicos repetidos en geografías y tiempos diversos o a Sanford Kwinter y sus análisis de los complejos ritmos africanos que se expresan en música y en tejidos. Por ahora termino con María Zambrano, abusando del espacio y de las citas, quien, dice que “el ritmo es conceptual, está dado; una vez encontrado no hay más” y, al contrario de lo expuesto anteriormente, lo ve como repetición forzada que hay siempre que rebasar: “lo que no es más que ritmo es un infierno.”

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