8.12.11

un silencio para uno mismo


en aquella conferencia llamada a room of one's one, virginia woolf argumentó que la hipotética hermana de shakespeare, aun igualándolo en genio, no hubiera podido cultivar su talento a falta de un espacio propio en el cual pudiera tomarse el tiempo de construirse a sí misma. concebir el desarrollo del talento individual como consecuencia de la posibilidad de tener un espacio propio deriva, probablemente, de la idea romántica del genio como desarrollo de una capacidad íntima, es decir, interior, redoblada aquí por la interioridad de la habitación. como muñecas rusas, el genio se encierra en su habitación para oir(se), para poner atención a la (otra) voz que le dicta desde su propio interior.aunque probablemente eso funcione un tanto al revés: ni el yo ni el genio se construyen yendo cada vez más hacia dentro de uno/lo mismo sino estableciendo cada vez más conexiones con el/lo otro, ni el espacio propio sirva como encierro sino como retiro para darse una pausa y organizar dichas conexiones en series coherentes. incluso podríamos pensar que el espacio es lo de menos. no se necesita, como sugirió virginia woolf, una habitación propia, sino un silencio para uno mismo: un momento en un parque no demasiado bullicioso puede servir para leer un poco, pensar, ordenar las ideas o conversar.
las horas invertidas en ir de un lugar a otro podrían utilizarse en eso –cuando no hay que descansar por la desmañanada que impone vivir a 3 horas de donde se trabaja. pero el metro de la ciudad de méxico no es un espacio ni siquiera medianamente silencioso. ni siquiera los audífonos más sofisticados ayudan a construir un refugio auditivo –la forma más común en nuestros días para el autismo reflexivo. los gritos y pregones con voces entrenadas para atravesar cualquier tipo de música, y la variada selección musical con que los vendedores armados de altavoces cada vez más grandes y potentes, hacen imposible –supongo que ni con entrenamiento cotidiano en complejas técnicas de meditación– concentrarse en nada: ni en la propia música, ni en la lectura, ni en reflexiones personales, por más simples que sean. supongo que quejarse simplemente del asalto de la fila interminable de ambulantes, con su ruido y sus gritos, sin atender a las causas de esa otra economía que hace viable la supervivencia de buena parte de la población de esta ciudad, tiene mucho de reclamo de hija de candidato –¡ay, por qué no se calla esta prole!–, pero de las varias maneras que uso para moverme en esta ciudad –manejar mi auto, ir en bici, caminar, tomar peseros– el metro es quizás la que más se presta, en horas de menor afluencia de pasajeros, para leer un poco –si tan sólo hubiera un momento de silencio para uno mismo.

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