28.6.12

ciudad de muros


cruzando la calle donde vivo acaban de terminar un edificio de 11 niveles en un terreno grande en esquina. al lado, uniendo dos terrenos, uno de una casa y otro de un viejo edificio de cuatro niveles al otro lado de la manzana, formaron un lote con dos frentes. ahí construyen otro edificio, de siete niveles. supongo que entre los dos edificios habrá poco más de 150 nuevos departamentos en la zona –sin sumar otros edificios más o menos recientes.

más allá de la difícil definición del estilo de cada uno de estos proyectos, ambos siguen una lógica similar: un semisótano para estacionamiento y luego dos niveles más para autos. de ahí hacia arriba siguen los departamentos que, en las mantas que los promocionan, prometen amenidades que probablemente ocupen algún espacio sobrante o parte de las azoteas. el volumen del edificio resulta de extruir el perímetro del terreno y restarle el área libre a que obliga el reglamento, dividida en los patios necesarios para mal iluminar y ventilar cada departamento. a la fachada se le agregan balcones, en algunos casos de un tamaño que los vuelve inútiles y a veces dispuestos al azar, siguiendo insondables propósitos estéticos del arquitecto cuyo único efecto aparente es dejar a algunos de los habitantes del edificio sin el balcón que podría haberles tocado.

a ninguno de estos dos edificios se entra por la calle más ancha –y sí, transitada– sino por la lateral o la posterior, en el caso del que va de lado a lado de la manzana. las entradas son unas puertas que tratan de mostrar cierto aire de eso: entradas, pero que se confunden con las que realmente son usadas por la mayoría de los ocupantes: las de la cochera. no importa que en la calle principal haya una parada de trolebús y que ese trolebús lleve directamente a dos estaciones de metro y otra de metrobús. hay que llegar en coche.

desde afuera, pues, nos encontramos, en más de dos terceras partes de lo que serían los frentes de esos edificios, con muros ciegos. atrás están los estacionamientos. el resultado, pues, es una ciudad de muros. las políticas urbanas –reglamentos y bando 2–, las tendencias inmobiliarias y la mala costumbre de muchos citadinos clasemedieros –no poder vivir sin coche, por ejemplo– han producido esta nueva ciudad autista –bruta, ciega, sordomuda, como cantara la poeta. nada que ver ni hacer. no hay ni tiendas ni vitrinas –eso que según walter benjamin definió a la ciudad moderna en el parís del siglo 19. no hay cafés ni bares o fondas de barrio –denominación que hoy se apropian algunos restaurantes de moda.

a nadie –ni al inversionista, ni a quienes compran departamentos ni mucho menos a los arquitectos– parece ocurrírsele que un cafecito, un bar o una tienda no estaría mal en la planta baja de su edificio. que ahí podrían desayunar los domingos o platicar con los vecinos en las tardes tomando una cerveza o un vino. ¿un pasaje comercial atravesando la manzana bajo ese edificio que se construyó sobre dos terrenos? ni pensarlo. eso es un lujo singular para polanco pero no una posibilidad para cualquier otra zona de la ciudad.

pero no siempre fue así. la foto al inicio la tomé en la calle de bolivar, no se bien si en la álamos o en la protales. hay un par de tiendas, un restaurante y una cantina. arriba hay tres pisos de departamentos. ¿la álamos, la portales? ¡qué horror! y eso, sin embargo, es lo que aplaudimos y admiramos cuando viajamos a manhattan, a madrid o a parís. la mezcla de usos, las calles vivas, llenas de gente que va de un lado a otro y que puede, en su trajín, detenerse en alguna tienda, en un café, o ir a la peluquería.

¿qué políticas urbanas se necesitan para que los desarrolladores inmobiliarios entiendan que esa otra ciudad también puede ser buen negocio y los vecinos aprecien que no hay que ser hipster de la condesa o la roma para gozar de una buena vida? ¿y cuál es el papel que debemos jugar los arquitectos, la responsabilidad que tenemos que asumir, al imaginar esas otras formas posibles de civilidad –que no se trata de otra cosa?

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