27.11.12

historia sin fin





que la ciudad cambia sin parar, es un hecho. ciudad que se detiene, ciudad que se vuelve un museo o un parque de diversiones urbano. también es cierto que los cambios no podemos medirlos en toda su amplitud ni controlar todos sus efectos. es la condición de los sistemas complejos y sus resultados emergentes –y mejor ejemplo que la ciudad como sistema complejo casi no hay. que los cambios pueden orientarse, encausar sus efectos según las previsiones que nos permiten hacer casos análogos, pues también. eso hacen, cada vez mejor, los meteorólogos con el clima, que es otro sistema complejo.

en el fondo, casi no hay cambio que, a la larga, por bien no venga, pero tampoco hay cambio que mal no traiga. robin evans, el historiador y crítico inglés, escribió en un texto titulado towards anarchitecture que la arquitectura podía ser o bien un estorbo –una interferencia negativa, le llamaba– o incrementar el potencial de lo que en un sitio se podía hacer –interferencia positiva. también decía que casi nunca es una cosa o la otra sino algo en medio —interferencias sintéticas. balancear en el cambio qué de bueno se obtiene y qué de malo se genera, es tarea primordial de urbanistas, diseñadores, arquitectos y planificadores –y, por supuesto, gobernantes. eso, supongo, se logra estudiando, como con el clima, patrones que se repiten, condiciones que producen efectos más o menos conocidos y replicables y, de vez en cuando, inventando algo.

[las fotos que acompañan estas notas sólo sirven para mostrar cuarenta años de transformaciones en la esquina del edificio ermita, diseñado por juan segura en 1931, y son parte de la colección del museo archivo de la fotografía –en guatemala 34, ciudad de méxico– y de la exposición que ahí se presenta: el lago asfaltado]

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