7.12.12

los ambulantes

foto de la colección del museo archivo de la fotografía, guatelama 34
detesto a los ambulantes. con sus puestos improvisados —y a veces no tanto— estorban y sus clientes, ciegos al desorden, multiplican la dificultad de caminar. venden baratijas o productos inútiles, comida que huele mal incluso recién cocinada. son ruidosos: te interpelan sin que les preguntes nada, te acosan. en el metro te obligan a oir su música aunque uses los audífonos más sofisticados. no hay escapatoria a los ambulantes. y ya se que también hay en nueva york o en parís, pero acá han rebasado todos los límites. habría que desaparecerlos como la plaga urbana que son.

y sí, eso pienso o al menos eso piensa una parte de mi, la menos domesticada tal vez. pero cuando pienso así por otra parte recuerdo algo que una vez dijo josé luis barrios cuando lo invitamos a dar una plática a nuestros alumnos de arquitectura en la ibero: "ustedes los arquitectos siempre piensan en transformar a la ciudad de méxico en parís y olvidan que para eso se necesita que la habiten parisinos." era, claro, una frase de choque, de ataque, pero subrayaba la diferencia, que ciertamente preferimos olvidar los arquitectos, entre la ciudad como un conglomerado social y político y la ciudad como entorno físico. diferencia que, como escribió fustel de coulanges en el siglo 19, ya se daba desde los romanos, entre urbe y ciudad. es decir, para que una urbe sea ordenada, limpia y funcione como reloj, la ciudad debe estar en sintonía –y el término, aunque algo cursi, es apropiado.

digo todo esto porque ahora que recién terminaron de arreglar la alameda en el centro de la ciudad de méxico, uno de los temas que han tratado tanto los responsables del arreglo como quienes los entrevistan es, precisamente, el de los ambulantes. ellos estorbaban y afeaban y peor, dañaban los acabados, los monumentos y la vegetación. ¿volverán? no, dicen. incluso si hay que enrejar la alameda para protegerla de ambulantes, vagos, vándalos, malvivientes y otras plagas similares. cosas raras de este país: instalados en las regresiones, ya no basta con volver a la época del pri: volvamos a la colonia y enrejemos la alameda. ya se, también cierran el jardín de luxemburgo y las tullerías –a las 11 de la noche en verano– y central park –a la una de la mañana, aunque el parque está delimitado por una inteligentísima maniobra de paisaje y una barda, en general pequeña, que no estorba la visión y hace que el parque se perciba como abierto y no como un jardín cerrado (lo que, etimológicamente, es redundante). pero lo ideal, supongo, es que los parques tiendan a ser espacios abiertos, dia y noche.

en fin, el asunto es que a los ambulantes los concebimos más como un problema urbano –y lo son, por eso los detesto– que como un problema de la ciudad o civil, de las formas de organización social que, o bien excluyen a algunos –muchos– del sistema de producción dominante o de ofrecer formas de inclusión en la economía formal éstas resultan, objetivamente, mucho menos atractivas y convenientes que algunas variantes de la economía informal. arreglar el parque sacando a los ambulantes e incluso ponerle rejas no resuelve el problema de los ambulantes, sólo los empuja –temporalmente, es lo más probable– un poco más allá. la mecánica se puede ampliar incluso al tamaño, digamos, de manhattan –así se hizo– pero la exclusión urbana no garantiza la inclusión civil, al contrario, la estorba.

curioso –es un eufemismo– que al mismo tiempo que presumen la ausencia de ambulantes en la nueva alameda, se publica que, afuera de las estaciones de la nueva línea del metro, se venden espacios para comercio informal hasta en 75 mil pesos y leemos que algunos vecinos de las colonias roma y condesa se oponen a los parquímetros y otros de la benito juárez al carril de bicicletas en división del norte, asumiendo como natural su derecho a ocupar ese espacio público –la calle– con un bien privado –el coche. visto así, aunque no pagando al gobierno –supongo– a los comerciantes informales les cuesta más el uso del espacio público que a los comerciantes formales o a cualquier vecino el estacionar autos, también ambulantes, en la calle. algo extraño hay en ese acuerdo.

pues sí, detesto a los ambulantes pero también a los autos que se estacionan en la banqueta, en doble fila, en los pasos peatonales, en los carriles de bicicletas y en cualquier lugar donde no está permitido y, además, de a gratis.

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