29.3.13

and the winner is...



¿qué hace, cómo opera, qué efectos y defectos tiene un concurso de arquitectura? varias veces he escrito y dicho que la mejor manera para seleccionar un proyecto de arquitectura pública y los arquitectos que deberán realizarlo es un concurso. sobre todo en un país como méxico, donde cuentan más los conocidos que los conocimientos y en el que el ejercicio del gobierno, tanto en la toma de decisiones como en el gasto público, no sólo no es transparente sino que implica altos niveles de corrupción. y sigo pensando que es la mejor manera de seleccionar proyectos y arquitectos en el caso de la arquitectura pagada con recursos públicos —y explícitamente evito decir arquitectura pública, pues un centro comercial lo es de cierto modo, aunque sea resultado de inversión privada. pero, ¿cuáles son las mecánicas de un concurso?

a principios de marzo la architectural foundation organizó un debate sobre el tema. el primero en hablar fue jeremy till quien, tras tres historias —incluyendo las presentaciones de zaha hadid, richard rogers, rem koolhaas y norman foster en un concurso que ganó el último gracias, dice till con razón, a la claridad  y a la seguridad con la que lo hizo—, dijo que el problema con los arquitectos —antes de con los concursos— es que sus ideas tienden a ser disminuidas por sus edificios y que, por tanto, los concursos tienen que ver no con una arquitectura pensada como diálogo, como conversación, o como proceso —al respecto véase su libro architecture depends—, sino como un objeto estático y, sobre todo, un objeto estético que refuerza los estereotipos arquitectónicos vigentes. till dice que, por tanto, en los concursos se producen tres tipos de proyectos: diagramáticos, que resultan muy fáciles de entender, gestuales, que opacan a las ideas, y réplicas de algo que ya se conoce, pues dan cierto sentido de seguridad a quienes los ven. en un concurso, dice till, nunca ganaría un proyecto participativo, pues éstos no tienen identidad, no tienen forma definida sino que son por entero procesos. tampoco ganaría, dice, un proyecto como la iglesia de san pedro de sigurd lewerentz, por su complejidad que impide reducirlo a una sola imagen: no se puede dibujar como un diagrama, como un gesto o como algo ya  visto. para terminar —con su presentación y con los concursos—, tras afirmar que además generan gastos excesivos, till dice que también perpetúan el culto a la personalidad, el privilegio de lo visual sobre la conversación y continúa con la idea del sacrificio como parte del trabajo arquitectónico. 

tras la presentación de jeremy till —que, como la de foster que comenta, tiene fuerza justamente por la claridad y el modo en que estructura su discurso— paul finch lo cuestiona sobre su posición, romántica dice, apuntando en principio que no existe algo así como un sistema de concursos, sino que hay muchos tipos de concursos y que, en muchos casos, el proceso y la conversación empiezan una vez que el ganador ha sido elegido —a lo que till responde que ya se ha invertido tanto en un proyecto para un concurso, económica y emocionalmente, que es difícil que cambie realmente una vez seleccionado. supongo que las tres taras de los concursos —culto a la personalidad, a la imagen y al sacrificio— que menciona till son ciertas en gran medida. sin embargo sigo pensando que, en cuanto a la arquitectura pagada con recursos públicos se refiere, no hay nada mejor que un concurso—o, para dejarlo claro, un buen concusro: con reglas claras, jurados capaces de explicar sus decisiones y, evidentemente, un proyecto que se desarrolla con tiempo suficiente y finalmente se construye bien. y eso por varias razones —válidas al menos localmente. primero, por la ya mencionada opacidad y corrupción en el gasto público; segundo, porque no podemos confiar esas decisiones en el puro gusto o, siendo optimistas, al conocimiento de un servidor público o de un gobernante con delirios faraónicos; tercero, porque aunque constituya una forma de desperdicio de recursos —intelectuales y materiales— también generan discusiones y procesos. pienso que se puede evitar que los concursos caigan en el privilegio de la personalidad, la forma y lo conocido —variaciones todas de la odiosa identidad— de manera más fácil que evitarlo cuando no existen ese tipo de mecanismos. finalmente el concurso comparte, por naturaleza, muchos de los defectos de la democracia, pero como ésta, resulta el menos malo de los sistemas que conocemos.

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