30.10.13
ojos que no ven
alguna vez le corbusier le pidió a los arquitectos abrir los ojos y ver, entre otras cosas, los trasatlánticos. en los barcos —como en los aviones o en los autos, completando la trilogía corbusiana, pero también los animales y las plantas, para pensar en el organicismo del siglo 19— son como deben ser: su forma —para repetir la fórmula clásica que louis sullivan le tomó prestada a horatio greenough— sigue a la función. le corbusier le pedía a los arquitectos abrir los ojos y ver los barcos porque pensaba que la arquitectura se había convertido en un arte devaluado en decoración —lo único para lo que los arquitectos eran "buenos".
en the guardian, oliver wainwright escribe sobre el yate diseñado por zaha hadid, algo como un macarrón apolillado y que, como otros objetos —zapatos— y edificios suyos, es un ejemplo de exceso que, supongo, aterrorizaría a le corbusier y a uno que otro ingeniero náutico. wainwright muestra, además los barcos diseñados por norman foster —que también parece excederse en su afán de ser un modernísimo barco—y de john pawson —donde el esfuerzo del diseño parece no concentrarse en la espectacularidad.
a varios arquitectos hoy habría que pedirles que, si no quieren ver, como pedía le corbusier, limiten su talento a los edificios y liberen al resto de las cosas de su buen gusto.
29.10.13
21.10.13
hacer ciudad
mejor largometraje documental en el arqfilmfest 2013 de santiago de chile —de guillermo amato | @gfamato
16.10.13
6.10.13
¿arquitecturas marginales?
hace unas semanas se anunció que la medalla de oro del real instituto de arquitectos británicos (riba) del 2014 se concedía a joseph rykwert. juan manuel heredia escribió que se trata del quinto historiador y crítico —junto con lewis mumford (1961), nikolaus pevsner (1967), john summerson (1976) y colin rowe (1995)— que la recibe desde 1848, cuando se instituyó el premio. también se anunció hace unos días que el 18º premio stirling, que también otorga el riba, “no fue —según escribió simon jenkins— para un edificio sino para la arquitectura misma”. el castillo de astley, construido en el siglo XII, fue renovado el año pasado —tras un incendio en 1978— por los arquitectos whiterford, watson y mann, quienes tuvieron por cliente al landmark trust británico —organización dedicada a rescatar edificios antiguos o en riesgo que después, con el fin de reunir los fondos necesarios para su mantenimiento, sirven de espacios para alojar viajeros.
en su texto jenkins agrega que “cada uno de los seis finalistas al premio se alejó de los usuales ganadores del Stirling, tradicionalmente ‘declaraciones icónicas’ o formas generadas por computadora por ‘starchitects’ y que gritan ‘pónganme en las páginas a color’. cada uno era —añade jenkins— discreto y respetuoso con el contexto. colectivamente sugieren que la arquitectura británica le da vuelta a la página y descubre una sorprendente humildad. son noticias maravillosas.”
y habría que preguntarse si sólo en gran bretaña. si pensamos en el pritzker, del año 2000 a la fecha, al menos, además de los “starchitects” de sobra conocidos —como koolhaas (2000), herzog y de meuron (2001), zaha hadid (2004)— hubo premios a otros igualmente notables aunque con menos apariciones en las portadas de las revistas de arquitectura: glen murcutt (2002), paulo mendes da rocha (2006), peter zumthor (2009), eduardo souto de moura (2011) o wang shu (2012). los temas de las últimas bienales de arquitectura en venecia —para citar la de mayor impacto mediático— fueron, entre otros, menos estética y más ética, dirigida por massimiliano fuksas en el 2000, ciudades, arquitectura y sociedad, dirigida por ricky burdett en el 2006, la arquitectura más allá del edificio, dirigida por aaron betsky en el 2008, la gente se encuentra en la arquitectura, kazuyo sejima en el 2010 o suelo/tierra común, dirigida por david chipperfield en el 2012 —cuando el león de oro se le entregó, no sin polémica, a la torre de david, un edificio de 45 pisos en caracas que fue abandonado sin terminar y luego ocupado por más de 700 familias: sin duda signo del fracaso de cierta idea de modernidad y, de paso, de cierta idea de la arquitectura. justo un año antes, en el congreso arquine del 2011, fueron mucho mejor recibidos oscar hagerman o cameron sinclair de architecture for humanity, que zaha hadid y su fracasado intento de explicar sus formas espectaculares. ¿se trata de una vuelta a la página y el descubrimiento de una sorprendente humildad, como apunta jenkins para la arquitectura británica?
podría ser —ojalá: sería justo y necesario. pero también podría no ser otra cosa que un movimiento pendular —cada vez más rápido— entre lo que algunos califican de mero espectáculo y puro formalismo y lo que otros presumen como arquitectura auténtica. o una mirada al margen –como acostumbra de vez en cuando el nobel de literatura. o una respuesta —tal vez tardía— a condiciones que trascienden a la arquitectura misma —nunca suficientemente autónoma, siempre definida por la contingencia: no sólo la crisis económica que parece no ceja, sino también la respuesta que ésta ha provocado entre la sociedad, sobre todo entre las clases medias padeciendo como poco a poco las incumplidas promesas de la modernidad se resquebrajaban, y entre los menos favorecidos, quienes al parecer nunca tuvieron noticia de aquellos compromisos.
la pregunta es si hoy esa arquitectura humilde y discreta, hecha por y para activistas, consciente del medio y de la radical otredad del ocupante, atenta a las crisis, respetuosa pero también rebelde, va en serio o si, como desde finales del siglo XIX y principios del XX, se presenta más bien —parafraseando a le Corbusier— como una opción a la revolución —y a veces una coartada para evitar otras formas de pensar cómo nos construimos en tanto ciudad y cómo nos imaginamos en tanto sociedad. por mientras, no está mal que lo marginal y lo escrito entre líneas sea centro de nuestra atención.
arquitecto por un día
hay días para todo. nacionales —el 4 o el 14 de julio, el 16 de septiembre— y otros que celebran ciertas religiones. también hay días como el primero de mayo, que es casi mundial, o el de la mujer, aunque el de la madre no es el mismo día en todos lados. desde 1996 el primer lunes de octubre es el día mundial de la arquitectura, por soberana decisión de la unión internacional de arquitectos (uia). es mismo es el día mundial del hábitat —instituido por la onu— y alguien —probablemente un arquitecto de tendencias entre heideggerianas y ecológicas— supuso que van pegados: que si el hábitat es el lugar donde habitamos algo debe de tener de arquitectura —al menos en el grado cero de una arquitectura primordial y originaria. en méxico, además de ser el día del hábitat y el día de la arquitectura, también es el día del arquitecto. supongo que alguien más —probablemente otro arquitecto, convencido de que el orden de los factores no altera el producto— supuso que si los arquitectos hacen arquitectura, entonces la arquitectura es asunto de arquitectos, y que habría que celebrar al mismo tiempo que al hábitat y a la arquitectura a los indispensables arquitectos.
aceptemos sin conceder que lo primero es relativamente cierto, que arquitecto es quien hace arquitectura, aunque de ningún modo, pienso, hacer arquitectura implique necesariamente ni construir ni hacerla bien: hay arquitectos que construyen mala arquitectura —muchos— y otros que hacen buena arquitectura aunque nunca o rara vez construyan algo —o, más bien, la arquitectura se construye de varias maneras, pero eso es otro asunto. en cambio, asumir que la afirmación inversa, es decir, que la arquitectura la hacen los arquitectos, es cierta tiene consecuencias que incluso cambian el sentido de la primera —que arquitecto es quien hace arquitectura. porque si suponemos —como de algún modo lo hizo la uia al hacer del día del hábitat también el de la arquitectura— que ocupar un lugar habitándolo es una acción arquitectónica, entonces podemos también decir que se hace arquitectura estando en el mundo —habitar es la estancia entre las cosas, dijo heidegger. o, dicho de otro modo, que habitar y hacer arquitectura son, en el fondo, lo mismo —y si ser es habitar, de nuevo según heidegger, no podemos ser sin hacer arquitectura o, más bien, por el mero hecho de ser haremos arquitectura —eso dijo en cierto sentido eugenio trías, para quien la arquitectura es, en su forma más básica, lo que hace que el espacio tenga un sentido humano; o también peter sloterdijk, quien dice que todos somos arquitectos de interiores al acondicionar el mundo para habitarlo.
entonces, si arquitecto es quien hace arquitectura, arquitectos somos todos. al contrario podríamos suponer que la arquitectura, sí, se hace al habitar pero que eso no implica que quienes la hagan de ese modo sean necesariamente arquitectos: puede haber una arquitectura sin arquitectos y el arquitecto sería un especialista en eso que todos hacemos: habitar. algo así como el poeta es un especialista en eso que todos hacemos: hablar. aunque la comparación es peligrosa: abre la puerta a un romanticismo superficial de quienes no piensan la poesía más que como rimas y olvidan que también el novelista y el filósofo son, en un sentido amplio, poetas —y así, también, se habita: pleno de méritos pero como poeta el hombre habita en la tierra, dijo hölderlin y lo citó, una vez más, heidegger.
pero eso —que el hábitat es arquitectura y por tanto todos somos arquitectos y habitamos poéticamente— no creo que sea realmente el tema central de la celebración del próximo lunes. en un país con 120 o más escuelas de arquitectura, la mayoría malas, con asociaciones gremiales que no son ni de lejos representativas de todos quienes ostentan el título o ejercen la profesión, mucho menos de los cientos de miles de jóvenes recién egresados o aun estudiando, donde la obra pública —derivada de ocurrencias poco planeadas— es asignada de manera directa y casi siempre según criterios nada claros, donde, en fin, el trabajo de los arquitectos parece inalcanzable para buena parte de la población —y no sólo en sus casas o trabajos sino en los edificios y espacios públicos que usan—, parece más necesaria la reflexión y la reinvención que la autocelebración acrítica. aunque es cierto, para eso último, un día no basta.
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