rowan moore escribió en the guardian sobre el cambio radical del paisaje londinense: hay más de 230 torres en construcción o proyectadas, de entre 20 y 60 pisos de altura. el skyline de la capital británica cambiará drásticamente. nada nuevo, tal vez: las ciudades cambian. nada peor para una ciudad que mantenerse fija, congelada en el tiempo. pero ¿cómo se dirige o se gestiona ese cambio en las ciudades? moore se pregunta si un cambio de tal calibre debe ser asunto de decisiones particulares —sometidas, eso sí, al cumplimiento de las leyes pero también a su negociación de acuerdo a circunstancias específicas— o si los habitantes de londres tendrían algo que decir al respecto, si debieron de haber sido consultados. moore escribe que “cuando la apariencia de una gran ciudad está a punto de ser transformada radicalmente es una buena idea que los ciudadanos sepan lo que va a pasar y tengan algo que decir. también es una buena idea que el gobierno de la ciudad tenga una visión o por lo menos un panorama de lo que está pasando”
pero hay otras formas de mantener o generar privilegios. cuando se invierten grandes cantidades de dinero público en infraestructura que beneficia a unos pocos —como lo ha hecho visible corto circuito sobre a la inversión de 6500 para rehabilitar el circuito interior de la ciudad de méxico
—, o cuando se permiten desarrollos inmobiliarios o urbanos cuyos efectos —externalidades, como se dice— no son previstos y deberán ser resueltos, si acaso, por la ciudad y no por los constructores e inversionistas o en caso de que su arreglo sea cubierto por éstos, es sólo para su beneficio —véase el caso del túnel que pretenden hacer para resolver el desastre vial que es fácil imaginar causará el edificio de pedregal 24, en chapultepec. de Santa fe a lo que llaman nuevo polanco, de la torre de bbva en reforma a la de pedregal 24 a mitikah en los restos del pueblo de xoco, que provocarán transformaciones en la ciudad de las que nadie parece querer hacerse responsable, de las banquetas tomadas por valet parkings o por vecinos que asumen que lo lógico es estacionarse frente a su cochera y de los vendedores informales a los establecidos que también ocupan las banquetas sin importar si estorban al peatón —para hablar sólo de la ciudad de méxico— vivimos en una ciudad desconcertada.
que resisten los embates de lo urbano, los edificios no deberían pensarse aislados. rowan moore dice que sería buena idea que “los edificios en las ciudades no se diseñen aislados, sino en relación a los lugares en los que se insertan, sea en relación a las vistas hacia o desde sitios históricos o al tejido de las calles vecinas.” alguna vez lo explicó el filósofo xavier rubert de ventós diciendo que el contexto de un edificio no es el lugar que lo precede, sino el que genera una vez que se construye. es, finalmente, un tema de responsabilidad en el sentido más literal: la capacidad de responder, del edificio, de sus diseñadores, de sus propietarios y de sus habitantes. una responsabilidad que supone entender y articular la relación entre lo público y lo privado como una zona compleja y no como una frontera clara y limpia determinada por un límite de propiedad.
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