2.9.14

es cultural


salí a las cuatro de la tarde de mi clase en la universidad iberoamericana rumbo a la condesa. en la lateral de la carretera a toluca había tráfico, como siempre. una fila de autos se iba acomodando poco a poco al final de una de las salidas de la autopista para, en reversa, entrar y ahorrarse unos minutos de espera. el taxista, el chofer de una camión de reparto, la señora con una camioneta con pantallas de televisión en el respaldo de cada asiento, un joven acaso estudiante de la ibero; todos esperaban su turno para demostrar su habilidad conduciendo en reversa. nos miran a los que esperamos con un aire de superioridad. tuvimos la mala suerte de estar en el carril equivocado o carecemos de la habilidad y el valor para realizar la maniobra. ellos son astutos —y con astucia y reflexión se aprovecha la ocasión.

llego a la condesa. me estaciono y pago el parquímetro. camino. un auto acelera en vez de frenar mientras yo cruzo por el paso peatonal. pasa a unos centímetros de mi y me hace gestos: le molesta que le estorbe. otro auto, más adelante, se estaciona en la banqueta, en esquina, donde es el paso peatonal. no hay conductor. una mujer joven en el asiento del copiloto voltea y me ve. le digo que está en la banqueta y obstruyendo el paso peatonal. al menos ella reconoce que eso no está bien. se disculpa. se cambia al asiento del conductor y estaciona el auto en un lugar vacío justo al lado de donde estaba, sin estorbar ya.

unas horas antes de lo que cuento, el zócalo había sido transformado en estacionamiento para los invitados a la ceremonia donde peña leyó entre aplausos un resumen de su informe de gobierno. muchos cuestionamos el abuso —un abuso que, de hecho, es cotidiano: diario esas caravanas de camionetas de políticos o de empresarios, sean poderosos o de medio pelo, cometen numerosas infracciones al conducir o al estacionarse. nadie les dice nada. los ciudadanos les tememos y la policía también. aunque la policía tampoco hace nada con quien maneja violando el reglamento o se estaciona en lugares prohibidos. es algo que podríamos llamar corrupción generalizada.

hace años conocíamos la reputación de la policía en esta ciudad: acechaban a los conductores para multarlos ante la menor de las faltas. también sabíamos que siempre habría una salida fácil: deslizar discretamente un billete doblado en la mano del oficial lo arreglaba todo. la solución al problema fue disminuir radicalmente la cantidad de multas. eso redujo la corrupción policiaca —entendida como el chantaje y el correspondiente soborno— pero generalizándola: corrupción no es sólo sacar provecho económico indebido de la posición que se detenta sino, también, el nulo respeto a las reglas básicas de convivencia o, para decirlo con palabra grandes, al estado de derecho.

por eso, a mi pesar, estoy parcialmente de acuerdo con la respuesta que en la pieza de propaganda que le preparó el director del fondo de cultura económica a peña, éste le dio a leon krauze: que la corrupción en méxico es algo cultural. muchos se ofendieron con la idea. era lógico. peña buscaba librar de toda responsabilidad en ese tema a los gobernantes que pertenecen a su partido, el pri. pero quienes se molestaron no sólo fue por la vulgar excusa sino porque pensaban que al afirmar que la corrupción es algo cultural se convertía en una condición ineludible, en parte de nuestra identidad o de nuestra esencia. pensar así es concederle a lo cultural un determinismo casi genético: se transmite de padres a hijos como el color de los ojos o del pelo. pero no. la cultura se construye. no de manera consciente, pues no hay un momento cero en el que se pacte un contrato social, explícito en cada uno de sus puntos, sino como una serie de acuerdos tácitos, muchas veces contradictorios, que van dando forma a una manera de vivir en comunidad: una cultura, pues.

la corrupción aquí sí es, entonces, cultural. es lo que hace que el líder del sindicato petrolero ostente riquezas de origen no misterioso sino bastante claro y que peña acepte ese comportamiento a cambio del apoyo que le otorga. esa cultura hace que los exgobernadores montiel o moreira se retiren sin rendir cuentas claras. es lo que hace que la justicia no se cumpla en la abrumadora mayoría de los casos. y es lo que hace que un automovilista, presumiendo habilidad, entre en reversa por una salida o que cientos de políticos e invitados especiales manden a sus choferes a estacionarse en la plaza mayor de la ciudad de méxico como si fuera un estacionamiento reservado a sus vehículos. esa es nuestra cultura.

por supuesto, el que la corrupción sea algo cultural no exime al pri de su responsabilidad: al contrario. por décadas ese partido se ha dedicado a cultivar —¡y eso es cultura!— los más sofisticados métodos para hacer que el mayúsculo robo o abuso de poder del gobernante en turno se equilibre con cientos o miles de pequeñas faltas de los gobernados. es un toma y daca complejo pero balanceado: a los grandes abusos de los poderosos corresponden multitud de pequeños abusos de los de abajo.

pero el que sea cultural también quiere decir que puede cambiarse. peña también tiene razón cuando dice que es un tema fundamentalmente de educación. pero sabemos que eso, la educación, no le interesa —el gesto de opereta de encarcelar a la maestra fue eso: puro teatro, estudiado simulacro, falsedad bien ensayada. el estado de las cosas —el estado de la nación—, en las oficinas de palacio y en los territorios dominados por el narco, en las banquetas tomadas por vendedores y en las oficinas de gobierno tomadas por otros vendedores: de permisos, de licencias, de contratos, ese estado de las cosas depende y se mantiene gracias a esa cultura del intercambio de favores, de la vista gorda, de la impunidad, del camino simplificado burlando las reglas, de los privilegios mantenidos a costa de perjudicar a muchos, de la marginación y el desprecio a unos y la sumisión y la adulación a otros, de la opacidad, de la improvisación que se debe a la pobreza o a la ignorancia erigida en prueba de creatividad virtuosa, de la compra de favores y la extorsión a las espaldas. esa corrupción es, desgraciadamente, cultural pero también ha sido abonada y fomentada por el partido que desde hace tanto nos gobierna y saca provecho de esa cultura: el pri.

1 comentario:

Salvo Lomas dijo...

Es lo que todos conocemos pero muy bien escrito, gracias