Adriano Olivetti fue hijo de Camilo Olivetti. El apellido hace innecesario explicar cuál era el negocio de la familia. Adriano nació, igual que su padre, en la ciudad piamontesa de Ivrea en 1901, siete años antes de que su padre abriera su taller y empezara a fabricar máquinas de escribir. Estudió Ingeniería Química en el Politécnico de Turín y en 1925 su padre lo envió a los Estados Unidos a conocer los métodos de producción industriales. Al regresar a Italia transformó el taller en una fábrica moderna, lo que hizo que Olivetti produjera ya en los años 30 la máquina de escribir más vendida en el mundo. De origen judío, durante la Segunda Guerra se refugió en Suiza, donde profundizó sus ideas sociales y políticas.
En 1947 publicó El orden político de la comunidad, donde planteó que “la idea básica de una nueva sociedad es crear un interés común, moral y material, entre los hombres que desarrollan su vida social y económica en un espacio geográfico determinado por la naturaleza y la historia.” Como Fourier y otros socialistas utópicos del siglo XIX, Olivetti pensaba que esa transformación social estaba ligada a un cambio urbano y arquitectónico. Olivetti llegó incluso a ser presidente del Instituto Nacional Urbanístico Italiano. Desde los años cincuenta, uno de sus colaboradores cercanos fue el arquitecto Ludovico Quaroni.
Quaroni nació en Roma el 28 de marzo de 1911. Estudió en el Instituto de Arquitectura de la Universidad de Roma, donde se graduó en 1934. Durante la Segunda Guerra estuvo preso por cinco años en la India. Participó en distintos concursos —como el de la estación Termini de Roma— y fue un ensayista polémico y un profesor reconocido en las universidades de Roma —donde uno de sus alumnos fue Manuel de Solà-Morales— Nápoles y Florencia. En su despacho trabajó, entre otros jóvenes arquitectos, Manfredo Tafuri. En 1939 publicó un libro cuyo título después retomaría Aldo Rossi: L’architettura della città, en 1967. Un año después el mismo Rossi lo convenció de reunir varios ensayos sobre urbanismo y arquitectura en un libro titulado La Torre de Babel. En la introducción, Rossi relaciona sus propias ideas con las de Quaroni: “la construcción se aparta del mundo de la arquitectura para transformarse en uno de los hechos de la ciudad y llegará a ser tanto más un hecho urbano característico e importante cuanto más precisa sea en su forma: cuanto más arquitectura sea.” Quaroni terminaba el último ensayo de su libro distinguiendo entre el proyecto arquitectónico para los edificios y el de la ciudad, complementarios pero diferentes. “El primero, proyecto de formas, de relaciones entre formas y espacios, de estructura de formas para una estructura de vida; el segundo tan solo estructura de relaciones.”
En 1970, junto con Luisa Anversa y Giangiacomo D’Ardia, diseñó la parroquia de Gibelina Nuova —pequeña ciudad en Sicilia construida a 7 kilómetros de Gibelina Vecchia, destruida en 1968 por un terremoto—, aunque la obra no se inició sino hasta 1985, inaugurándose inconclusa y tras muchos problemas constructivos 42 años después. En 1977 Quaroni publicó Proyectar un edificio, ocho lecciones de arquitectura. En la primera lección define la arquitectura desde el punto de vista del político: “el resultado, bueno o malo según la postura del político, del uso que el poder hizo en un determinado periodo del territorio y de las actuaciones sobre él”; del historiador, como “la documentación de las capacidades de una cultura para representarse a sí misma”; del crítico, interesado en las “valoraciones relativas, independientes o casi de los procedimientos empleados” y a los ojos del arquitecto, entendida como “el resultado de una actividad natural del hombre que trata de proceder a humanizar el espacio natural con los medios que la cultura a que pertenece pone a su disposición.”
Ludovico Quaroni murió en Roma el 22 de julio de 1987. El epígrafe que abre La Torre de Babel es una frase de Henry Miller: “confusión es una palabra inventada para indicar un orden que no se comprende.”
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