En 1922 el Chicago Tribune convocó a un concurso internacional para diseñar la nueva sede del periódico. Blair Kamin, crítico de arquitectura del Tribune, escribió que se trató “del más famoso concurso de arquitectura del siglo XX.” Los editores buscaban “el más bello edificio de oficinas del mundo” y ofrecían un premio de 100 mil dólares al ganador. Recibieron 263 propuestas de 23 países. Entre los participantes estuvieron Adolf Loos, con su famoso edificio en forma de columna dórica —que según él sería construida tarde o temprano, “si no en Chicago en algún otro lugar, si no por mi por algún otro arquitecto”—; Bruno Taut, con un edificio que, como cuña, se va afilando en los niveles más altos; Walter Gropius y Adolf Meyer, con un edificio en volúmenes escalonados, que hoy —según escribe Bart Lootsma, “parece casi una instancia anónima de lo que en cierto punto (entre 1950 y1960) fue visto como el edificio alto típicamente moderno,” aunque fuera menos sencillo que el propuesto por Max Taut y mucho menos que el radicalmente simple de Ludwig Hilberseimer y Elieel Saarninen —quien ganó el segundo premio— y los holandeses Bijvoet y Duiker que fueron más atentos a la tradición norteamericana del rascacielos. El primer premio lo obtuvieron Raymond Hood y John Mead Howells con el edificio neogótico que hoy ocupa el diario.
Raymond Hood nació el 29 de marzo de 1881 en Pawtucket, Rhode Island. En Delirious New York Koolhaas escribe que fue “hijo de una acomodada familia baptista; su padre era fabricante de cajas.” Estudió en la Universidad de Brown y en el M.I.T y en 1905 fue admintido a la Escuela de Bellas Artes de París —tras ser rechazado una primera vez en 1904, según Koolhaas, “por falta de destreza en el dibujo.”
Si sólo hubiera construido el edificio del Chicago Tribune, Hood habría pasado a la historia de la arquitectura tal vez más por aquellos que dejó atrás en el concurso que por el edificio mismo. Pero Hood —con Godley y Foulihoux y Reinhard, Hofmeister, Corbet, Harrison y MacMurray— fue parte del equipo encargado de diseñar el Rockefeller Center: más que un conjunto de edificios —19— una ciudad dentro de la ciudad —como quería Hood, según Koolhaas, quien lo cita diciendo que “sería imposible calcular el número de mentes oficiales que se han dedicado a desentrañar las complejidades del problems —el Rockefeller Center—, y sin duda, menos sentido tiene aún adivinar el número de menores no oficiales que han reflexionado sobre ello. Arquitectos, constructores, ingenieros, expertos inmobiliarios, financieros, abogados: todos han aportado algo de su experiencia e incluso de su imaginación.” Koolhaas concluye: el Rockefeller Center es una obra maestra sin un genio.
Hood murió en 1934, cuando la primera fase del Rockefeller Centre ya se había terminado y la torre del Chicago Tribune cumplía nueve años de haberse inaugurado.
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