“Nos paseamos a lo largo de salones vacíos y habitaciones abandonadas donde las arañas extienden sus telas sobre las salamandras de Francisco Primero. Un sentimiento desalentador te colma ante esta miseria que no tiene nada de bello. No es la ruina de todas partes, con el lujo de sus despojos negros y verdosos, el bordado de sus flores coquetas y los paños de verdor ondulantes al viento, como jirones de damascos. Es una miseria que avergüenza y cepilla su hábito raído fingiéndose decente. Se repara el parquet en esta pieza y se deja podrir en esta otra. Hay un esfuerzo inútil por conservar lo que muere y recordar lo que fue. Cosa extraña: esto es triste y esto no es grandioso.” Así describía Gustave Flaubert en 1881 la visita que junto con su amigo Maxime du Camp, escritor y fotógrafo, hizo al castillo de Chambord.
Hoy la imagen es muy distinta. El guía de turistas cuenta que este castillo de gigantesca techumbre de la que sobresalen cientos de chimeneas, es acaso la última fortaleza medieval y, al mismo tiempo, el primer palacio renacentista en Francia. El torreón del castillo es un cuadrado de 45 metros de lado divididos en módulos de 9 metros con una torre de planta circular en cada esquina. “Chambord —dice Jean Guillaume— obliga a tomarse la arquitectura en serio.” El torreón del castillo puede entenderse como una unidad habitacional construida en 1519: “a cada nivel —escribe Guillaume— encontramos ocho apartamentos: cuatro en el cuerpo del torreón y otros cuatro, más pequeños, en las torres circulares. Cada apartamento está formado por una habitación grande y seis o cuatro más pequeñas y con tapancos. La mayor parte de estas habitaciones tiene una chimenea y una entrada independiente (lo que permite adaptar su uso a las necesidades).” En total, 24 apartamentos en tres niveles. El torreón está rodeado por una muralla espesa, habitable, que en su ala oeste contiene la Capilla y en la este las habitaciones del Rey. Simetría simbólica más perfecta no es posible. El centro del torreón lo ocupa una magnífica escalera de doble helicoide.
La construcción del castillo de Chambord la supervisó personalmente Francisco Primero, consagrado Rey de los franceses en 25 de enero de 1515. Recién coronado, Francisco decidió reclamar los derechos que tenía por línea de su abuela paterna, Valentina Visconti, hija de Jean Galèas Visconti, duque de Milán en la segunda mitad del siglo XIV. Conquistó Milán y a su regreso a Francia lo acompañó el más famoso pintor, escultor, ingeniero y arquitecto de la corte milanesa: Leonardo da Vinci. Francisco profesaba gran admiración por Leonardo, que había nacido el 15 de abril de 1452 y tenía entonces, en 1516, 42 años más que el joven Francisco, de 22. El Rey le ofreció a Leonardo el castillo de Clos-Lucé, donde había pasado su infancia y donde Leonardo pasaría sus últimos años. Murió en 1519, cuando comenzó la construcción de Chambord.
Leonardo hizo varios proyectos para el rey, sobre todo de ingeniería e hidráulica, y alguno de arquitectura. Hidemichi Tanaka explica que fue entonces que dibujó varios esbozos para el Palacio de Romorantin, encargado por Francisco para su madre, pero jamás construido y que probablemente sirvieron de inspiración al desconocido arquitecto de Chambord —de no ser que el arquitecto haya sido el mismo Leonardo. Según Tanaka, el primero en sugerir tal hipótesis fue Marcel Reymond en 1913, desatando un debate que sigue hast nuestros días. “Es una tarea difícil determinar —escribe Tanaka— si el castillo de Chambord fue diseñado para el rey de Francia por Leonardo da Vinci al final de su vida. Ninguno de los dibujos arquitectónicos de Leonardo que sobreviven parece claramente pensado para ese castillo. Y, sin embargo, la inspiración inicial de Chambord —con su torreón cuadrado en un plano central con cuatro torres redondas en las esquinas y la espectacular escalera de doble espiral al centro— difícilmente se puede deber a otro arquitecto.”
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