El 28 de mayo del 2008, Randy Alfred publicó un artículo en el sitio de Wired:
“585 antes de Cristo: un eclipse solar en Asia Menor detiene abruptamente una batalla, en tanto los ejércitos en combate bajan sus armas y declaran una tregua. La astronomía histórica ha determinado una fecha probable, proveyendo de un cálculo que se puede debatir pero útil para fijar algunas fechas de la antigüedad. Ese no es el primer eclipse registrado. Tras fallar al predecir uno en el 2300 a.C., dos astrólogos chinos cercanos al emperador fueron separados de sus propias cabezas. Unas tabletas babilonias de arcilla registran un eclipse en Ugarit en el 1375 a.C. Hay registros posteriores de eclipses totales que «volvieron al día en noche» en 1063 y 763 a.C. Pero el eclipse del 585 a.C. fue el primero del que sabemos que fue predicho. Herodoto escribió que fue Tales de Mileto quien lo hizo. La fecha más probable de aquél eclipse es el 28 de mayo del 585 a.C.”
Tales no sólo predijo el eclipse del 28 de mayo. En otra parte he contado que también fue él quien cayó en un pozo, al caminar distraído mirando a los cielos, probablemente buscando pistas para poder predecir eclipses, y que al pedir ayuda una joven le advirtió que no estaba bien eso de ser un sabio atento a lo que pasaba en los cielos e incapaz de ver lo que tenía a los pies. Según Hans Blumenberg, la historia la contó primero Esopo y luego Platón la tomó y le agregó nombre al protagonista. Blumenberg dice que la anécdota le ha servido a varios filósofos para explicar la relación entre la teoría y la realidad. De hecho el libro que le dedica a esa historia y sus distintas interpretaciones filosóficas lleva por subtítulo El nacimiento de la teoría —el título es La risa de la muchacha tracia, la que, tras burlarse de Tales, ayudó al viejo sabio a salir del pozo.
Hay otra historia que también relaciona a Tales con el surgimiento o la invención de la teoría. La cuenta el filósofo francés Michel Serres en un texto que se llama Lo que Tales vio al pie de la pirámide. Serres explica que la altura de las pirámides de Egipto era una incógnita cuya resolución desvelaba a varios en los tiempos del sabio griego. Éste, notando que a determinada hora del día la sombra de una persona —o, en otras versiones, de una vara clavada en el suelo— era de la misma longitud que su altura, encontró la manera de medir, de manera indirecta pero precisa, lo que nadie había logrado hasta entonces. El método de Tales se derivaba del que usaban los agrimensores egipcios para trazar los linderos entre terrenos y que sigue siendo el que hoy en día usa el maestro de obras al marcar el primer trazo en un terreno: un triángulo cuyos lados midan tres, cuatro y cinco unidades y que tendrá forzosamente un ángulo recto. Tales trasladó ese conocimiento, que se aplicaba en una condición precisa, y construyó un modelo: una pirámide virtual que le permitió, a escala, encontrar la altura de la pirámide. De esa manera, dice Serres, vuelve accesible lo inaccesible.
Aceptando que Tales sea el inventor de la teoría, esas tres historias nos dibujan una idea de la operación de la misma y de sus posibles fallas. En los tres casos la visión es primordial, confirmando la etimología: theoros, en griego, es observar y el teórico un mirón o, también, como le llamaríamos hoy, un observador, en el sentido de quien da fe de algo sin intervenir mayormente. Tanto en la previsión para decir cuándo ocurrirá el eclipse como en la construcción de un modelo genérico para determinar la altura de las pirámides, Tales actúa a distancia, temporal y espacialmente: hace accesible lo inaccesible. En ese sentido la segunda anécdota, Tales cayendo al pozo, revela el posible anverso de esa condición: hacer inaccesible lo accesible. Tales es capaz de medir la pirámide sin tocarla y de predecir en qué momento del día se hará de noche, pero es incapaz de darse cuenta de la proximidad del pozo en el que cae.
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