Herbert Hoover nació el 10 de agosto de 1874 en una familia de cuáqueros y estudiado para ser ingeniero de minas. El primer libro que escribió fue Principios de minería, en 1909 y el último, en 1963, Pescando por diversión —y para lavar tu alma. Entre esos dos libros, además de vivir una temporada en Australia y luego en China, fue el trigésimo primer presidente de los Estados Unidos. Se hizo cargo de la presidencia el 4 de marzo de 1929. Dos días después, Utah fue el sexto de los siete estados de la cuenca del Río Colorado en aceptar la construcción de la presa cuya cortina sería, en ese momento, la estructura de concreto más grande del mundo. El 30 de agosto se anuncia el proyecto del Empire State Building, el edificio más alto de Nueva York y del mundo hasta que se construyeron las torres del World Trade Center en los años 70. El 24 de octubre fue el jueves negro: al abrir, la bolsa de valores de Wall Street perdía el once por ciento. La gran presa, el gran edificio y la Gran Depresión, nada más.
El Empire State fue el resultado de la competencia entre Walter Chrysler —que mantenía en secreto la altura final del edificio que lleva su nombre y que se había empezado a construir el 19 de septiembre de 1928— y Jakob Raskob, vicepresidente de General Motors. Raskob y sus socios compraron el terreno donde estaba el hotel Waldorf Astoria por 16 millones de dólares en 1929 y contrataron a William Frederick Lamb para desarrollar el proyecto. La demolición del hotel inició el primero de octubre y se terminó el 12 de marzo de 1930. El 17 del mismo mes se inició la colocación de acero para la cimentación y el 22 de septiembre, en tiempo récord, se había terminado la estructura. Desde un principio el edificio parecía ser simplemente un asunto de números y grandes. Un folleto titulado Lo que todo mundo quiere saber del Empire State Building, registra los más de 17 millones de pies de cable de teléfono y telégrafo, las 50 millas de tubería, las 6,500 ventanas, los 10 millones de ladrillos y el acero suficiente para construir un par de vías de ferrocarril desde Nueva York hasta Saratoga Springs —donde quiera que eso quede. También da cuenta, con nombres, de algunos de Los hombres que hicieron el trabajo: directores, arquitectos, ingenieros y, como estadística, de los 2,500 obreros que en promedio trabajaron diariamente para construirlo, 4 mil el día en que más lo hicieron y, oficialmente, sólo 5 murieron en los 410 días que se llevó la construcción —contra 96 que murieron durante los cinco años que se llevó construir la presa Hoover, en la que trabajaron más de 21 mil obreros: más de cinco mil de Nevada, otros tantos de California, sólo uno de Delaware y 116 extranjeros.
El primero de mayo de 1931, el presidente Hoover presionó un botón en la Casa Blanca. A 335 kilómetros de Washington, las luces del Empire State Building se encendieron. Un trabajador fue quien movió el interruptor que realmente funcionaba, dentro del edificio, cuando la avisaron que el presidente Hoover había hecho el simbólico gesto. El mismo primero de mayo, pero de 1893, se abría oficialmente al público la Feria Mundial de Chicago, ciudad donde 7 años antes, en 1886, un grupo de policías disparó sobre trabajadores en huelga en la fábrica McCormick, matando a seis e hiriendo a decenas. Adolf Fischer, nacido en Alemania y emigrado a los Estados Unidos en 1873, publicó ese mismo día en el periódico anarquista editado en alemán Chicagoer Arbeiter-Zeitung: “trabajadores: la guerra de clases ha comenzado.” Fischer fue detenido y juzgado junto con otros ocho; fue uno de los cinco condenados a muerte.
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