Roger Scruton es un filósofo inglés, conservador, para más señas, que ha escrito más de treinta libros incluyendo un par de novelas. De éstos, varios han estado dedicados a la estética y uno en especial a su relación con la arquitectura. El título del libro lo dice todo: La estética de la arquitectura, publicado por primera vez en inglés en 1979. Desde las primeras líneas del prefacio, Scruton cita a Hans Sedlmayr quien, en Vermuts der Mitte (Pérdida del centro, 1948), escribió que “el nuevo tipo de arquitecto ha llegado a la situación de desesperada inseguridad sobre sí mismo. Mira al ingeniero por encima del hombro y se imagina en el papel de inventor, e incluso en el de reformador de las vidas d los demás, pero se ha olvidado de ser arquitecto.” Para Scruton, esas “urgentes cuestiones con que se enfrenta el arquitecto son realmente cuestiones filosóficas” —argumento que sirve bien para abrir un libro de un filósofo sobre la arquitectura.
Entre los diversos puntos sobre la arquitectura que Scruton busca dilucidar filosóficamente en su libro, está la manera como la arquitectura se percibe y experimenta —dos cosas distintas. El cuarto capítulo de su libro se titula La experiencia de la arquitectura, e inicia afirmando que el problema de la descripción de los procesos básicos como se percibe la arquitectura, es un problema general y filosófico antes que particular y arquitectónico. Cualquier dificultad que nos presente la tarea de describir tales procesos, dice Scruton, “no es una dificultad para la estética de la arquitectura, sino para la filosofía de la percepción, y en esta filosofía no hace falta mencionar nada que sea propio de la arquitectura. Lo que es propio de la arquitectura —agrega— se presenta en la siguiente fase, por así decirlo: no se trata de la experiencia sino del disfrute que depende de ella.”
Percibir un edificio tal vez sea distinto que percibir la superficie de un cuadro, pero, según Scruton, es prácticamente igual que percibir una escultura, una caja de madera o una montaña. La diferencia está en el disfrute o el placer que nos proporcione cada objeto: el placer arquitectónico, dice Scruton, “está dirigido por una concepción de su objeto” y “hay que saber el uso de un edificio para disfrutar con él adecuadamente.” Ante los edificios, agrega, todo placer está mediado e influido por la reflexión. Además, Scruton agrega que la experiencia de la arquitectura es imaginaria, no porque no se real, al contrario, sino porque la facultad mediante la cual se unen la sensación y el concepto, lo que percibimos y lo que conocemos de un edificio, es la imaginación.
Veinte años antes de que Roger Scruton publicara su libro sobre la estética de la arquitectura, el arquitecto y planificador danés Steen Eiler Rasmussen —nacido el 9 de enero de 1898 en Copenhague y que murió, en la misma ciudad, el 19 de junio de 1990—, publicó su libro Experimentando la arquitectura. Desde el primer capítulo Rasmussen dice que aunque “por siglos la arquitectura, la pintura y la escultura han sido llamadas Bellas Artes, es decir, artes que tienen que ver con «lo bello» y que se dirigen al ojo, tanto como la música al oído,” cuando un arquitecto juzga un edificio, “la apariencia es sólo uno de los muchos factores que le interesan. Estudia planos, secciones, alzados y la manera como armonizan entre sí.” Pero no sólo se trata de un ejercicio de geometría descriptiva que descompone, para entenderlo, un volumen en una serie de planos relacionados entre sí. Está, sobre todo, dice Rasmussen, el uso, la utilidad, la función que hace que un edificio sea habitable.
La diferencia entre las ideas de Scruton, el filósofo, y Rasmussen, el arquitecto, al hablar de la manera como se experimenta la arquitectura y en lo que, después, se transforma dicha experiencia, está en ese papel otorgado a la función y la utilidad. Scruton piensa tanto la percepción y la experiencia como la imaginación en términos visuales. La función y la utilidad nos informan sobre el edificio pero no debieran predisponer nuestro juicio estético: saber que una casa funciona como casa nos ayuda a concebirla como casa y, por tanto, altera nuestra experiencia. Pero para Scruton, en cuyo libro no incluye fotografías de arquitectura del siglo XX y casi ninguna planta, que una casa sea cómoda o que no tenga goteras no afecta nuestro juicio estético. Para Rasmussen, en cambio, “entender la arquitectura es distinto a determinar el estilo de un edificio mediante sus características externas. No basta, dice, con ver arquitectura: hay que experimentarla.” Y para eso el propósito no sólo es básico, como piensa Scruton, sino fundamental.
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