“Ninguna afirmación, si se sostiene en nombre de la verdad o del buen sentido o de la voluntad de no dejarse llevar por eso, es capaz de controlar las consecuencias de su enunciación. Esto responde a la «constricción de Leibniz», según la cual la filosofía no debería tener como ideal «revertir los sentimientos establecidos».”
Eso lo escribió en su libro La invención de la ciencia moderna, Isabel Stengers, quien tras estudiar química y escribir varios libros sobre la Teoría del Caos junto con el físico químico de origen ruso, Ilya Prigogine, premio nobel de química en 1977, se dedicó a estudiar la filosofía y la historia de la ciencia. Stengers dice que las constricciones o restricciones son distintas a las condiciones de un problema: Leibniz el diplomático, dice, desesperadamente buscaba crear las condiciones para la paz entre las religiones, pero sabía que no podía hacerse sin “respetar” los sentimientos establecidos: las constricciones que, en el mismo sentido que un matemático usa el término, dan sentido e interés a un problema.
En su libro Cosmopolíticas, Stengers vuelve al tema de las constricciones, y explica que deben entenderse de manera abstracta, a diferencia de las condiciones. A diferencia de éstas, que son siempre relativas a un caso dado, y que necesitan ser explicadas, establecidas o legitimadas, las constricciones ni explican, ni fundamentan ni legitiman: deben ser satisfechas pero la manera como esto sucede es siempre una pregunta abierta. Las constricciones, dice Stengers, remiten a prácticas colectivas: “es posible reducir la actividad de «tomar el metro« a un acto rutinario e individual, precisamente porque el metro «funciona.» Pero la construcción de lo que llamamos «metro,» y la construcción de la identidad de su usuario, también, corresponde a una práctica eminentemente colectiva, que debe tomar en cuenta constricciones eminentemente heterogéneas que reúnen a protagonistas dispares.”
Stengers explica que “buscar las condiciones para la paz europea” —en tiempos de Leibniz como hoy y en cualquier otro lugar– constreñidos a no “revertir los sentimientos establecidos” no significa “no chocar con nadie, agradar a todos,” sino lograr que aquello en lo que se cree —y que nos constriñe— pueda “abrirse a aquello que su identidad establecida lo lleva a rechazar, combatir o no entender.” Por eso también afirma que “el talento de los innovadores es transformar las condiciones en constricciones o, en otras palabras, no someterse a las relaciones de fuerza existentes sino trabajar de nuevo sus implicaciones.
En 1972, madame L’Amic, del Museo de Artes Decorativas de París, le hizo una entrevista a Charles Eames —que nació el 17 de junio de 1907— sobre lo que es el diseño. Una de las preguntas fue si el diseño admite restricciones (constrains), a lo que Eames respondió: el diseño depende en gran medida de las restricciones. ¿Qué restricciones?, revira madame L’Amic.
La suma de todas ellas. Éste es uno de los pocos factores clave a a hora de afrontar el problema del diseño —la capacidad del diseñador de reconocer tantas restricciones como sea posible—, su buena disposición y entusiasmo por trabajar dentro de estas restricciones: restricciones de precio, tamaño, resistencia, equilibrio, superficie, tiempo, etc.; cada problema tiene su propia lista de restricciones.
Parafraseando a Stengers a partir de Eames, podemos decir que la construcción de lo que llamamos «diseño,» y la construcción de la identidad de su usuario, también, corresponde a una práctica eminentemente colectiva, que debe tomar en cuenta constricciones eminentemente heterogéneas que reúnen a protagonistas dispares, y que será innovadora y exitosa en la medida que logre transformar las condiciones en constricciones. No una silla, pues, sino el modo de producción pero también la ideología del mueble y la costumbre de cómo sentarse y…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario