En su libro Luis Barragan’s Gardens of El Pedregal, Keith L. Eggener dice que el 3 de julio de 1949 el periódico Novedades publicó un texto de Diego Rivera titulado Requisitos para la organización de El Pedregal:
El Pedregal, como lugar de una posible ciudad nueva, no tiene ninguno de los inconvenientes climatológicos ni económicos para la construcción de habitaciones que sufre la ciudad de México en su antigua ubicación. Debido a su constitución volcánica y su colocación en las laderas sur del Valle de México, El Pedregal posee clima marítimo. Toda construcción hecha en él no necesita ningún gasto para su cimentación, no sucede así en el centro de la ciudad actual y más aun en colonias como la del Valle, Guadalupe Insurgentes, en las del sur, este y noroeste de la ciudad, en donde la construcción tiene enormes gastos que soportar de cimentación que, por lo demás, no aseguran de ninguna manera la perfecta estabilidad de los edificios y están sujetas a toda clase de accidentes, que tienen que aumentar a medida que crezca la desecación del subsuelo del Valle. El Pedregal está enteramente a salvo del peligro de inundación a que está sujeta la mayor parte de la ciudad actual.
Tras señalar esas ventajas climáticas y geológicas, Rivera enumera los requisitos para las construcciones en esa nueva parte de la ciudad. Primero habría que señalar una extensión mínima para los terrenos —él no lo hace— y un área libre obligatoria: 5/6 del terreno si son menores a una hectárea. Se debería preservar la belleza del lugar, prohibiendo “destruir más que parcialmente una de las tres capas de lava que constituyen el manto basáltico” y utilizando ese material para la misma construcción. No excluye el uso de concreto, hierro, vidrio y madera, pero sí los techos de teja, prefiriendo “el techo en terraza y en caso de necesidad y para determinadas partes de la sobre-estructura de los de los edificios, el techo tradicional de paja, pero ningún techo emergente de material sólido.” Para la vegetación recomienda cactáceas, arbustos de la región y orquídeas. También recomienda la formación de un consejo estético con representantes del Departamento Central, la Secretaría de Educación Pública, la Universidad Nacional, El Colegio Nacional y las sociedades de arquitectos e ingenieros, para “fijar con límites amplios el estilo” de las construcciones del lugar. En las propuestas de Rivera se puede ver el rastro de algunas ideas de quien él mismo calificó como el más grande arquitecto de América y su maestro: Frank Lloyd Wright. Podríamos imaginar una Broadacre City local.
Desde principios de los años 40, Barragán, como Rivera, visitaba El Pedregal, acompañado muchas veces, dice Eggener, por Armando Salas Portugal y el Dr. Atl. También dice que, aunque el texto de Rivera se publicó en el 49, lo había escrito antes y que Barragán lo conocía, pues en una carta a Ignacio Díaz Morales de 1945 lo menciona —y que lo volverá a comentar en una carta a Mathias Goeritz de 1950. Barragán había empezado a comprar terrenos en esa zona y ya en 1944 dibujaba los primeros planos del fraccionamiento. Un año antes, en 1943, Rodulfo Brito Foucher, entonces rector de la Universidad Nacional, había anunciado que en terrenos del Pedregal de San Angel se construiría la nueva Ciudad Universitaria, a penas una idea.
En octubre de 1952, cuando los proyectos de Barragán y Ciudad Universitaria eran una realidad, Rivera volvió a publicar su texto en un número de la revista Universidades de Latinoamérica. También se publicaron textos de Carlos Contreras, arquitecto y urbanista, Carlos Lazo, el responsable de la ejecución del proyecto de la Ciudad Universitaria, y Richard Neutra. El de Contreras, Jardines del Pedregal de San Angel: una obra extraordinaria, es un elogio a Barragán que olvida tanto a Rivera como a Salas Portugal, el Dr. Atl y otros más en el papel de descubridores del potencial de la zona. “El descubrimiento del Pedregal y de su valor potencial como zona residencial de primera se debe a Luis Barragán y no le antepongo ningún título porque no lo necesita.” Con “su talento y con el sudor de su frente,” sigue, Barragán —con su colaboración, aclara— creó “unos jardines simplemente maravillosos en los campos áridos cubiertos de lava volcánica.” También dice que se proyectaron “calzadas con camellones sin biznagas y sin órganos cactáceos,” lo que contravenía en algo la visión de Rivera y anunciaba una auténtica plaga de El Pedregal: el pasto. “Los residentes harán el recorrido del fraccionamiento en automóvil y el tránsito de peatones será fácil y agradable,” aunque para “conservar el paisaje desde un punto de vista plástico.” también dice que “se han suprimido las aceras y las guarniciones.” Finaliza su texto diciendo que el nuevo fraccionamiento, junto con la Ciudad Universitaria, constituirán esa zona en “el CENTRO de la capital de la República.” El texto de Neutra merece un comentario aparte, pero cabe citar aquí que, tras visitar por tercera vez el país y por primera la Ciudad Universitaria, afirma que “México no es tan sólo un país de hoy sino el país del mañana.” Sin ni siquiera detenerse en cuestiones políticas, económicas o sociales, habría que preguntarse si hoy, a más de sesenta años de aquellas ideas y propuestas, El Pedregal se convirtió en esa ciudad soñada o si el sueño de la razón produjo pequeños monstruos.
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