Desde que fue publicado el libro de Norbert Wiener The Human Use of Human Beings (1954), la electrónica ha hecho posible el desarrollo acelerado de computadoras para el procesamiento de datos, sistemas de comunicación mundial por satélite y armas y naves espaciales teledirigidas. Ya varios periódicos usan computadoras para la formación; pronto tendremos televisión en tres dimensiones y en el MIT un equipo trabaja desarrollando una red nacional de computadores que hará que el conocimiento, sea almacenado o registrado en ese momento, esté a disposición instantánea en cualquier sitio. Las formas de publicar sufrirán sin duda una transformación radical; el libro será remplazado por paquetes ensamblados para satisfacer necesidades específicas.
Ese es el primer párrafo del ensayo Architecture for the Electronic Age, secreto por John M. Johansen y publicado en el libro McLuhan: Hot & Cool, editado por Gerald Emanuel Stearn en 1969. Johansen nació el 29 de junio de 1916 en Nueva York. Estudió arquitectura en Harvard cuando la dirigía Walter Gropius —con cuya hija, Ati Gropius, Johansen estaba casado cuando murió el 26 de octubre del 2012. Tras graduarse en 1939, trabajó para Marcel Breuer. Tanto Breuer como Johansen serían después parte de los Harvard Five, junto con Philip Johnson, Landis Gores y Eliot Noyes.
McLuhan era un poco menor que Johansen. Nació el 21 de julio de 1911 en Edmonton, Canadá. En 1951 publicó The Mechanical Bride, un libro compuesto de imágenes de periódicos y anuncios publicitarios y breves comentarios sin un hilo narrativo único. Fue el principio de su interés por la relación entre el medio y el mensaje. En los años 60 publicaría sus obras más conocidas y que causaron mayor efecto: La galaxia de Gutenberg en 1962, Entendiendo los medios, en el 64 y en el 67 el más conocido: El medio es el mensaje: un inventario de efectos. Es sobre todo en relación a Entendiendo los medios que Johansen escribió su ensayo, un intento de “examinar los nuevos aspectos de las experiencias predicadas por la revolución electrónica y encontrar sus efectos, establecidos o predecibles, en nuestra arquitectura.”
Johansen menciona cinco maneras como la era electrónica afecta a la arquitectura. Primero, supone que la abrumadora presencia de aparatos electrónicos llevará a cierto grado de imitación en el diseño de nuestros edificios. Algo que ya se había visto, dice, en los años 20 y 30 cuando Le Corbusier romantizaba e imitaba productos mecánicos e industriales. Los edificios, pensaba Johansen, tendrán más partes intercambiables, movibles, con distintos circuitos preestablecidos en relación al desempeño que se espera de ellas: “eso puede sugerir que tipos muy distintos de edificios, como la casa, la torre de oficinas o el teatro, se ensamblen mediante diferentes combinaciones de los mismos componentes o subensamles.”
En segundo lugar, aumentará la influencia de la computadora en el diseño. No sólo mediante dibujos realizados automáticamente gracias a ciertos datos sino que “el proceso de diseño consistirá en el ensamblaje instantáneo, el análisis de la organización y las conclusiones que controlan las condiciones o determinan los factores que nos ahorrarán interminables cálculos, investigación y estudios comparativos.”
En tercer lugar, los edificios empezarán a ser entendidos como cyborgs, “que pueden definirse como la entidad resultante de la aplicación de agregados al cuerpo humano de cualquier artefacto mecánico o electrónico que extiendan o amplían el desempeño de sus facultades mentales o físicas.” Pensar el edificio y el hombre en conjunto como un cyborg, dice Johansen, ayudará a liberar nuestro pensamiento arquitectural.
En cuarto lugar, la rapidez y facilidad de los nuevos métodos de comunicación, provocarán nuevas relaciones de proximidad entre las partes de los edificios. “La nueva configuración funcional será consistente con la configuración estética.” Eso implica la quinta influencia: “el arquitecto sufrirá un reentrenamiento de sus hábitos perceptivos, su psique, sus métodos de pensar, su lenguaje, la relativa agudeza de sus sentidos y sus valores estéticos.” Así, tarde o temprano, “se producirá nueva arquitectura.”
La sexta y última influencia tiene que ver también con el contenido estético: cualquier referencia estilística o formal está muerta. “Quienes no deriven sus formas de la experiencia de nuestro entorno actual en los cambiantes hábitos de percepción están fuera de época. Quienes tienen un acercamiento académico a la arquitectura o según la idea de las Bellas Artes, o de una obra maestra, quienes «buscan la belleza» o son formalistas, no tienen lugar.”
Johansen afirma que “en tanto los edificios se vuelvan ensamblajes más sueltos, menos acabados y estáticos, serán más volátiles, se extenderán hacia afuera y se fundirán con los edificios vecinos, perdiendo su identidad en una espuma continua de espacio-forma.” Sin embargo, trasponiendo a la arquitectura la idea de McLuhan de que el medio es el mensaje, Johansen afirma que los edificios “en tanto instrumentos de servicio tienen más efecto sobre nuestras vidas que el servicio funcional en sí” —algo con lo que tal vez no estaría en desacuerdo Aldo Rossi. Para cualquier arquitecto serio hoy —dice—, esto no es nuevo. En 1969, Johansen escribió: “podemos cumplir con nuestro propósito social diseñando edificios no como «bienes de consumo» o como «alimento para los privilegiados.» como dice McLuhan, sino como instrumentos para explicar y ayudar a que entendamos y nos ajustemos a nuestro comúnmente desconcertante ambiente de rápidos cambios técnicos.”
En la era de la sobrevigilancia, del espionaje cibernético, del control cada vez mayor de los estados a sus ciudadanos y, por otro lado, de la creciente y marcada desigualdad económica y social, no estaría mal revisar, corregido el optimismo de aquellos años, algunas de las ideas propuestas por Johansen a partir de aquellas de Marshall McLuhan.
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