19.8.16

el libro y el edificio

Mi inclinación natural me llevó, desde mi infancia, al estudio de la arquitectura, y decidí aplicarme a eso. Como mi opinión era que los antiguos romanos sobresalieron por mucho a todo lo que les siguió, en muchos asuntos pero en espacial en la construcción, tomé a Vitruvio como maestro y como guía, siendo el único autor que nos queda sobre ese tema. Entonces, me puse a investigar y examinar las ruinas de estructuras antiguas que, a pesar del tiempo y de las rudas manos de los bárbaros, aun permanecen y encontrar que merecen una observación mucho más diligente de lo que pensé a primera vista, y empecé con la mayor precisión a medir la más pequeña parte de ellos, y de hecho, me volví tan escrupuloso en su examen que (sin descubrir nada que fuera ejecutado sin justa razón y la más fina proporción), no una sino varias veces, emprendí jornadas a varias partes de Italia e incluso fuera, si era posible, para comprender, a partir de los fragmentos, cómo el conjunto debe haber sido y hacer dibujos acordes con eso.
Ese es el Prefacio al lector de los Cuatro Libros de la Arquitectura de Andrea Palladio. Andrea di Pietro della Góndola, nació en Padua el 30 de noviembre de 1508 y murió el 19 de agosto de 1580 en Maser, una pequeña ciudad del Veneto. “Uno de los arquitectos más entendidos que Italia haya producido —dice una traducción de sus Libros publicada en Londres en 1715—, fue hijo de padres de baja extracción.” Su padre era molinero, pero de niño Palladio entró como aprendiz al taller de n cantero, Bartolomeo Cavazza da Sossano. Luego entró al servicio de Gian Giorgio Trissino, diplomático y humanista de una familia de patricios de Vicenza y quien introdujo al joven cantero en el estudio de Vitruvio.

La diferencia entre el libro y el edificio es análoga a la que se da entre el mapa y el territorio. Para la arquitectura, el Renacimiento fue al mismo tiempo un encuentro y un desencuentro. Un encuentro con la tradición clásica más romana que griega, construida en textos y piedras o, más bien, un texto y muchas piedras. Y fue un desencuentro entre ese texto, los Diez libros de la arquitectura de Vitruvio, y las ruinas de estructuras antiguas que, a pesar del tiempo y de las rudas manos de los bárbaros, aun permanecían. El espacio abierto entre la tradición construida  con letras y los edificios que, muchas veces, la contradecían, fue el que aprovecharon muchos arquitectos del Renacimiento, como Palladio, para insertar sus propias interpretaciones. La interpretación del libro requería de una erudición propia de filólogos, como Daniel Barbaro, el primer traductor al italiano de Vitruvio, en 1556, y que fue también mecenas de Palladio, quien, además de la famosa villa que les diseñó a él y a su hermano, Marcantonio, hizo los dibujos de la nueva edición del Vitruvio que preparó Barbaro. La interpretación de las piedras requería, además de cierto conocimiento del libro, la paciencia del arqueólogo, la capacidad de observación del anatomista y la astucia del detective —o del aficionado a los rompecabezas— para comprender, a partir de los fragmentos, cómo el conjunto debe haber sido.
Pero en el texto de Palladio hay, también, otra idea de la relación entre el edificio y el libro, en cierto sentido recíproca o inversa: si la interpretación del libro se pone a prueba en el paciente análisis del edificio o sus retos, otro libro puede construirse a partir de lo aprendido al dibujar nuevos edificios.

Considerando cuán diferente era el modo de construir que se usa comúnmente de las observaciones que hice de dichos edificios —agrega Palladio—, y de lo que había leído en Vitruvio o en Leon Baptistta Alberti y otros excelentes escritores desde la época de Vitruvio, y a partir de los edificios de mi propia ejecución, que me ganaron reputación y dieron no pocas satisfacciones a quienes me emplearon, pensé una tarea de un hombre que se considera no haber nacido para sí mismo sino para el bien de los otros: publicar al mundo los diseños de aquellos edificios.


Palladio se sabía apreciado por su arte, pero no buscaba al publicar su obra más gloria sino para el bien común. Probablemente haya sido la influencia de Barbaro que, en su interpretación de Vitruvio, traducía fabrica y raciocinio —las dos caras de la producción arquitectónica que, después, se traducirían equívocamente como practica y teoría— como conocimiento particular y conocimiento general, y asumía, a partir del romano, que el trabajo del arquitecto era producir, a partir de un conocimiento genérico, otro específico para luego, de vuelta regresar ese conocimiento específico a un campo más general. Del libro al edificio y de vuelta al libro: un círculo virtuoso si era guiado por una idea ética fundamental: buscar el bien común.

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