26.8.16

paisaje, arquitectura y abstracción

Juan O’Gorman decía que el realismo en el arte es la expresión abstracta de la realidad —“así como las matemáticas son a representación diagramática, numérica, abstracta de la realidad para conocer determinados fenómenos.” El ejemplo que usaba para explicar su idea de realismo abstracto era la obra del paisajista mexicano el siglo XIX José María Velasco, uno de sus tres pintores predilectos junto con Diego Rivera y Frida Kahlo y al que algunos pintores “muy realistas”, dice, tachan de académico.

José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco y Gómez Obregón nació el mismo día que Juan O’Gorman y que Frida Kahlo: el 6 de julio, pero 65 años antes que el primero y 67 antes que Frida, en 1840, en Temascalcingo, Estado de México. Nueve años después su familia se mudó a la ciudad de México, donde estudió en la Academia de San Carlos. También estudio geología, botánica, matemáticas y física. En la época en que Velasco empezó a pintar, el paisaje no era un tema común en la pintura mexicana. Su acercamiento al paisaje combinaba la visión del pintor con  la del explorador y científico. Para hacer sus cuadros, Velasco salía a acampar, tomaba notas y lo estudiaba al detalle, como lo haría un geólogo o un botánico.

O’Gorman argumenta que el tema de Velasco no era “la representación de los cerros o de los arbolitos, de las rocas o de las hierbas del paisaje, sino la relación de las tonalidades organizadas plásticamente para obtener la grandiosa y monumental composición en profundidad y lograr la pintura real del espacio.” La descripción del espacio y de la materia a partir de la representación de la realidad aparente —“sin la menor necesidad del empleo de la perspectiva, pues ésta es tan sólo un diagrama, una simple representación gráfica que nos indica la tercera dimensión pero nunca nos lleva ópticamente desde los primeros términos hasta el infinito,” dice O’Gorman— es, en principio, objetiva —los estudios que dedicó Velasco a la anatomía, la geología, la mineralogía y la botánica son muestras de la relación “científicamente exacta” entre el tema y la forma. Pero además de objetiva es abstracta.

En los varios textos en que comenta la obra de Velasco y la pintura en general, O’Gorman no plantea una distancia entre realismo y abstracción, sino que subraya la diferencia y oposición entre objetividad y subjetividad. Para O’Gorman, los paisajes de Velasco tiene una relación con la realidad que combina la abstracción con la objetividad y se opone, por ejemplo, al Expresionismo Abstracto, que es resultado de una abstracción subjetiva. O’Gorman aplica esa misma diferencia a la arquitectura. Tras abjurar de la ingeniería de edificios que practicó en sus primeras obras, O’Gorman plantea que el Estilo Internacional “mantiene, por una parte, la apariencia de lo funcional sin serlo y, por la otra, intenta realizar expresiones de arte mediante el empleo de los elementos mecánicos del funcionalismo.” Dicho de otro modo, como el Expresionismo Abstracto, el Estilo Internacional se basa en la abstracción subjetiva, lo que le impide relacionarse tanto con la realidad objetiva como con la tradición popular.

Pasando de la pintura a la arquitectura, O’Gorman llega a plantear que el realismo siempre es una mezcla de atención a la tradición, siempre popular, al paisaje y a las condiciones sociales de las mayorías. El arte abstracto subjetivo —el de la arquitectura del Estilo Internacional— es el que niega la posibilidad de “acción sobre las mayorías de la población.” ¿Cómo es la arquitectura abstracta pero objetiva? Para O’Gorman la respuesta es simple: aquella que logra vincular las condiciones del lugar —el paisaje, pues— con la tradición y puede comunicar esto al pueblo de manera orgánica. Dicho más claramente, la arquitectura abstracta pero objetiva es la arquitectura orgánica —lo que llevará a O’Gorman a afirmar (sin ser ni el único ni el primero, por supuesto) que Frank Lloyd Wright era “el inventor de la arquitectura moderna.”

De Velasco, Adolfo Castañón escribió que su visión “panóptica y astringente, parecía deslindarse de la historia. Cabe precisar, sin embargo —agrega— que su compromiso con la geografía y con el genio del lugar no podía pasar por alto ni la historia ni la política (como indican los diversos signos sembrados con discreción en sus lienzos: ferrocarriles, puentes, haciendas contempladas a lo lejos) ni, por supuesto, la ciencia y el arte.”


José María Velasco murió el 26 de agosto de 1912, en Villa de Guadalupe, Hidalgo.

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