Empieza la clásica secuencia: a través del cañón de una pistola vemos a Bond, James Bond. De pronto, ágil, voltea y dispara. La pantalla se tiñe de rojo. La voz de Shirley Bassey —Dame Shirley Bassey— empieza a cantar: Goldfinger. Estrenada en 1964, “para muchos fanáticos de James Bond e historiadores del cine Goldfinger es la película del 007 que lo tiene todo” —según dice en el documental The making of Goldfinger—: un coctel de alto octanaje: acción, lujuria, avaricia y uno de los más grandes villanos del mundo. Auric Goldfinger
La película es la tercera de la serie del 007, pero la novela que Ian Fleming publicó en 1959 es el séptimo entre los libros del agente del MI6. Se dice que Fleming bautizó a su villano en honor de su vecino Ernö Goldfinger, arquitecto. En 1939 Goldfinger, el arquitecto, había construido su casa en el barrio de Hampstead, cerca de la de Fleming —y donde también construyó su casa y adaptó otra para su padre Ernst Freud.
Goldfinger, Ernö Goldfinger, nació en Budapest, Hungría, el 11 de septiembre de 1902. Pensó estudiar ingeniería pero se decidió por la arquitectura, para lo que se mudó a París en 1921. A principios de los años treinta se casó con Ursula Blackwell y se fueron a vivir a Londres.
Una nota de The Guardian lo describe así: “Goldfinger era un hombre que pensaba en grande, un campeón del comunismo, un excéntrico, un bravucón que atemorizaba a la gente. Y eso era sólo el arquitecto.” La introducción a la biografía de Goldfinger escrita por Nigel Warburton se titula The real Goldfinger. “Para la mayoría de la gente, Goldfinger es el nombre de un enemigo de James Bond —escribe Warburton. Es Auric Goldfinger, el villano por excelencia de Ian Fleming.” Goldfinger, Ernö Goldfinger, se enteró del nombre que Fleming había escogido cuando el libro estaba en prensa y amenazó con demandar a la editorial. Sus abogados, dice Warburton, consiguieron un arreglo fuera de corte: siempre se usaría el nombre Auric Goldfinger, jamás el apellido a secas; se incluiría en la novela y en todas las reimpresiones la advertencia que todos los personajes eran ficticios. El editor también acordó pagar cierta cantidad al arquitecto y enviarle seis ejemplares gratuitos de la novela. Fleming enfureció con el acuerdo y pidió, sin conseguirlo, que el editor cambiara al menos en una ocasión el nombre de Goldfinger por Goldprick.
En 1965, un año después de la inauguración de Tlatelolco, en la ciudad de México, inició la construcción de la torre Balfron, diseñada por Goldfinger en Poplar, Londres. El edificio, de 27 pisos de altura, se terminó en 1967. La torre hoy se encuentra en proceso de ser renovada.
Como muchos edificios de ese periodo —incluyendo Tlatelolco o, también en Londres, Robin Hood Gardens, de los Smithson—, debido a un tipo de construcción y materiales que exige demasiado mantenimiento y a una sociedad que no llegó a ser tal y como los arquitectos e ideólogos del momento la imaginaron, el tiempo no los ha tratado bien. Como Pani o los Smithson y, evidentemente, como antes Le Corbusier y muchos otros arquitectos del modernismo heróico, Goldfinger confiaba en que la buena arquitectura traería mejoras a la vida de sus habitantes. Pero Goldfinger fue un paso más allá de otros arquitectos. Mark Brown cuenta también en The Guardian que en 1968, durante dos meses, Ernö y Ursula se mudaron al apartamento 130 en el piso 24 para probar su diseño. Joseph Watson, gerente del proyecto del National Trust a cargo de la torre Balfron, dijo que para Goldfinger, el arquitecto, no se trataba sólo de una estrategia de relaciones públicas: “trataba de poner a prueba el edificio: lo veía realmente como su responsabilidad empírica de comprobar la arquitectura.”
Goldfinger, Auric Goldfinger, no era un simple villano. “Obsesionado con el oro al punto de pintar a las mujeres de pies a cabeza con él —dice Warburton—, Goldfinger no está motivado sólo por la avaricia: es un idealista. Trabaja para SMERSH, una agencia ficticia que busca lograr los objetivos soviéticos —el comunismo, pues— por medios perversos.” Bond se lo impedirá. Como a Auric, a Ernö Goldfinger y otros arquitectos idealistas de su tiempo, algo les impidió que sus sueños se cumplieran cabalmente. No un agente secreto sino varios, algunos muy visibles y, entre ellos, uno en especial: Mercado, Libre Mercado.
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