31.10.16

algunas luces de gray


El 31 de octubre de 1976, mientras Zaha Hadid celebraba su cumpleaños número 26, murió en París Eileen Gray. Pese a que hoy es conocida y reconocida como diseñadora y arquitecta, sobre todo por el affaire de la casa E.1027, construida entre 1926 y 1929 en Roquebrune, y que sufrió del vandalismo mural a manos y pinceles ni más ni menos que de un nudista Le Corbusier, en los años setenta Gray había caído casi en el olvido. En 1971 Joseph Rykwert escribió un texto en la revista Perspecta titulado Eileen Gray: Two Houses and an Interior, 1926-1933, con el que se inició la revisión de su trabajo. Rykwert iniciaba su texto diciendo que “para una obra arquitectónica dos casas, algunos interiores y varios proyectos sin ejecutar, podrían parecer excesivamente modestos,” pero que “en el caso particular de Eileen Gray, la modesta cantidad contrastaba claramente con la extraordinaria calidad: una calidad suficientemente alta para colocarla entre los maestros del movimiento moderno, sin importar lo condensado de sus logros.”

Hija de James McLaren Smith, pintor de profesión, y de Eveleen Pounden, nació en Irlanda como Katherine Eileen Moray Smith el 9 de agosto de 1878. En 1895 su madre heredó el título de Baronesa Gray, cambiando entonces el apellido de sus hijos. Rykwert dice que Gray estudió en la Slade School of Art de Londres poco antes de 1900 y que para 1907 se mudó a París, a un departamento en la rure Bonaparte que todavía ocupaba en los años 70. Aprendió la técnica del laqueado japonés y abrió un taller a la vuelta de su apartamento donde exhibía objetos y muebles que ella misma había diseñado y fabricado. En 1922 recibió sus primeros encargos para diseñar interiores. Para ese momento —agrega Rykwert— su trabajo había declinado naturalmente hacia el Art Déco, “pero incluso en sus primeras piezas se encuentra la modesta elegancia, la belleza formal y la precisa apreciación de la calidad del material —sea pobre o noble—, cercanas al espíritu del trabajo de Loos o incluso de Mies.” 

El primer proyecto del que habla Rykwert es, por supuesto, la E.1027. Una casa en la que Gray rechazó la idea de la planta abierta —que ella llamaba el estilo camping— a favor de un “razonado contenedor para un modo de vida cuidadosamente articulado.” La segunda casa que explica Rykwert, la villa Tempe à Païa, la construyó Gray entre 1931 y 1934 en Castellar, un pueblo en la Costa Azul. Gray la ocupó hasta 1939 y regresó en 1944. Finalmente la vendió en 1954 al pintor inglés Graham Sutherland —quien, en palabras de Rykwert, pertenecía a esa tradición del arte inglés anecdótica y caligráfica implacablemente opuesta a la arquitectura moderna o, de hecho, a cualquier arquitectura seria que no pudiera considerarse como una ruina. Rykwert afirma que la casa de Castellar era aun mejor que la de Roquebrune. Ahí Gray había empezado a usar persianas metálicas ajustables como brise-soleil. El interior que se suma a las dos casas fue un apartamento de una sola recámara de planta rectangular —en sección áurea, aclara Rykwert.

En 1972, Rykwert le dedicó otro texto al trabajo de Gray, ahora en la Architectural Review, en la que la calificaba, desde el título mismo, como pionera del diseño. Ahí Rykwert proporciona más datos curiosos de la biografía de Gray: que gustaba de volar en globo y estuvo entre las primeras personas en cruzar en avión el Canal de la Mancha y que a principios de los años veinte voló en el primer servicio de correo aéreo entre Nuevo México y Acapulco; que fue un artesano japonés que vivía en París, Sugawara, quien le enseñó la técnica de la laca; que durante la Primera Guerra se enroló en el ejército francés como conductora de ambulancia; que durante la Segunda Guerra fue detenida como extranjera enemiga y para 1945 quedaba poca evidencia de su trabajo como diseñadora y arquitecta; que detestaba la publicidad; que, además de a Le Corbusier, conoció a J.J.P.Oud, a Apollinaire, a Gropius y a Mallet-Stevens.

El hecho es que, tras la Segunda Guerra y hasta su muerte en 1976, la figura de Gray se volvió marginal y prácticamente desconocida hasta que Rykwert le dedicó estos textos. En un comentario a la monografía que Peter Adam le dedicó a Gray en 1987, Charlotte Benton —quien también le dedicó un libro a Gray— dice que, de creerle a Adam, la misma Gray se apartó de los reflectores y nunca buscó la fama: “no me gustaba presionar y tal vez esa sea la razón por la que no llegué a los lugares donde debía haber estado.” 

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