24.10.16

un cuarto propio


¿Por qué no sabemos nada de la hermana de Shakespeare? Sabemos poco. Sabemos que antes de que él naciera sus padres tuvieron dos hijas: Joan y Margaret, y que ninguna vivió más de un año. Luego le siguieron otra Joan, que vivió 77 años —la que más de todos los hermanos Shakespeare— y Anne, que vivió hasta los 7. También sabemos que tuvo tres hermanos: Gilbert, Richard y Edmund. Pero a Virginia Woolf no le interesaban esos datos, ni Anne ni Margaret ni las dos Joan. Ella se pregunta por una ficticia Judith.

En octubre de 1928, Virginia Woolf dictó un par de conferencias en Cambridge acerca de las mujeres y la literatura de ficción que, al año siguiente, el 24 de octubre de 1829, se publicaron con el título Un cuarto propio. Woolf nos pide imaginar “qué habría sucedido si Shakespeare hubiera tenido una hermana, maravillosamente dotada, llamada Judith.” Por la posición social de la madre de Shakespeare, sabemos, dice Woolf, que él pudo ir al colegio, aprender latín, gramática y lógica. Era un joven audaz e imaginativo al que le gustaba el teatro. El resto de esa historia, la conocemos. ¿Y Judith? Woolf la supone “tan audaz, tan imaginativa, tan impaciente de ver el mundo” como su hermano. “Pero no la mandaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender gramática y lógica. Hojeaba de vez en cuando un libro, uno de su hermano quizá, y leía unas cuantas páginas. Pero entonces, venían los padres y le decían que fuera a zurcir las medias o atendiera el guiso y no malgastara su tiempo con libros y papeles.” Woolf termina la historia de Judith contando que sus padres la casan con quien ellos deciden y haciendo que se suicide poco después. Por eso no sabemos casi nada de Judith —ni de Joan, para evitar el argumento que de Judith no sabemos nada porque es imaginaria. Woolf confirma así la sentencia de un supuesto obispo que ella misma cita: una mujer no puede escribir una obra como las de Shakespeare. Eso es inconcebible, dice Woolf, “porque el genio de Shakespeare no nace de gente de trabajo, inadecuada y servil. No nació en Inglaterra entre los sajones y los británicos; no nace hoy entre la clase obrera.”


Woolf había dicho casi al inicio de su conferencia que sólo tenía una opinión respecto a un punto menor en relación a las mujeres y la literatura de ficción: “una mujer debe tener dinero y un cuarto propio si va a escribir ficción; y eso deja el problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la ficción sin resolver.” Es imposible escribir ficción si antes no se ha construido al personaje principal del texto: el autor. Y para construir a un autor hace falta lo que tuvo Shakespeare: los medios para educarse, para salir al mundo y vivir aventuras, pero también el espacio a donde retirarse a reflexionar y escribir: el cuarto propio. El espacio en el que uno puede ser uno mismo. El título del ensayo de Woolf en inglés es en ese sentido más preciso: A room of one’s own, que sí, es un cuarto propio pero de uno, subrayando la singularidad, la individualidad de quien lo habita. Yo soy yo porque mi perrito me reconoce, dijo Gertrude Stein también en alguna conferencia en la que habló de la creatividad, argumentando que, al crear, uno se lanza fuera de sí y deja de ser eso que uno ya sabe que es, eso a lo que el perro mueve la cola cuando entramos a nuestra propia casa. Pero sin casa, sin cuarto, sin el interior que se equipara con la intimidad, mi lugar, ¿podría yo dejar de ser yo mismo y lanzarme en la aventura de la creación? Virginia Woolf supone que no, que sin un espacio propio no se puede producir la primera obra de ficción: uno mismo. 

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